miércoles, 3 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima cuadragésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 544ª noche

Ella dijo:

‘... se encaró con el pájaro, y le preguntó: ‘¿Es verdad todo eso?’ Y el pájaro bajó la cabeza en señal de asentimiento, y agitó las alas. Entonces dijo el rey a su esposa: ‘Alah te bendiga, ¡oh hija del tío! ¡Pero, por mi vida ante tus ojos, date prisa a librarle de ese encanto, no le dejes en semejante tormento!’

Entonces la reina, cubriéndose por completo el rostro, dijo al pájaro: ‘¡Oh Sonrisa-de-Luna, entra en este armario grande!’ Y el pájaro obedeció y entró en un armario grande, disimulado en la pared, que la reina acababa de abrir y detrás de él entró ella llevando en la mano una taza de agua, sobre la cual pronunció palabras desconocidas y empezó a hervir el agua en la taza. Entonces cogió ella algunas gotas, echándoselas al rostro al pájaro, y diciendo: ‘¡Por la virtud de los Nombres Mágicos y de las Palabras Poderosas, y por la majestad de Alah el Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Resucitador de los Muertos, Fijador de términos y Distribuidor de destinos, te ordeno que abandones esa forma de pájaro, y recobres la que recibiste del Creador!’

Y al punto tembló él con un temblor y le sacudió una sacudida y recobró su prístina forma. Y el rey, maravillado, vio que era un joven que no tenía igual sobre la faz de la tierra. Y exclamó: ‘¡Por Alah, que merece el nombre de Sonrisa-de-Luna!’

Y he aquí que, en cuanto Sonrisa-de-Luna se vio vuelto a su estado primitivo, exclamó: ‘¡La ilah ill' Alah! ¡ua Mohamed rassul Alah!’ Luego se acercó al rey, le besó la mano y le deseó larga vida. Y el rey le besó en la cabeza, y le dijo: ‘¡Sonrisa-de-Luna, te ruego que me cuentes toda tu historia desde que naciste hasta hoy!’ Y Sonrisa-de-Luna contó toda su historia, sin omitir un detalle, al rey, que maravillóse de ella en extremo.

Entonces el rey, en el último límite de la satisfacción, dijo al otro rey joven que se había librado del encanto: ‘¿Qué quieres que haga ahora por ti, ¡oh Sonrisa-de-Luna!? ¡Háblame con toda confianza!’ El joven contestó: ‘¡Oh rey del tiempo, desearía volver a mi reino! Porque ya hace muchos días que estoy ausente de él, y me temo que mis enemigos se aprovechen de mi alejamiento para usurparme el trono. ¡Y además, mi madre debe estar muy angustiada por mi desaparición! ¡Y quién sabe si la duda la habrá dejado sobrevivir a su dolor y a sus preocupaciones!’ Y conmovido el rey por su belleza y conquistado por su juventud y su piedad, contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’, e hizo preparar inmediatamente un navío con sus provisiones, sus aparejos, sus marineros y su capitán, en cuya nave se embarcó Sonrisa-de-Luna, después de los deseos propios del adiós y de dar gracias, confiando en su destino.

¡Pero desde lo invisible, este destino le reservaba otras aventuras todavía!

Efectivamente, cinco días después de la partida, se alzó una tempestad furiosa que desamparó y rompió el navío contra una costa abrupta, y sólo Sonrisa-de-Luna, a causa de su impermeabilidad, pudo salvarse a nado y ganar tierra firme.

Y vio a lo lejos brotar una ciudad cual una paloma muy blanca, que dominaba el mar desde la cima de una montaña, y de pronto vio bajar de aquella montaña y acercarse a él a galope furioso con una rapidez de huracán, caballos, mulos y asnos innumerables como los granos de arena. Y se detuvo en torno suyo aquella tropa galopante y encabritada. Y todos los asnos, con los caballos y los mulos, se pusieron a hacerle con la cabeza señas evidentes que significaban: ‘¡Vuélvete por donde has venido!’ Pero como él se obstinaba en permanecer allí, los caballos empezaron a relinchar y los mulos empezaron a resoplar y los asnos empezaron a rebuznar; pero eran los suyos relinchos, resoplidos y rebuznos de dolor y de desesperación. Y algunos hasta se pusieron a llorar resollando de un modo que no dejaba lugar a dudas. Y empujaban con el hocico delicadamente a Sonrisa-de-Luna, que no quería retornar al agua. Luego, como en vez de volver sobre sus pasos se adelantaba el joven hacia la ciudad, los cuadrúpedos se pusieron en marcha, unos delante de él y otros detrás de él, formándole una especie de cortejo fúnebre que resultaba más impresionante porque Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima cuadragésima quinta noche

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Valram

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