viernes, 12 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima quincuagésima tercera noche

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Y cuando llegó la 553ª noche

Ella dijo:

‘...me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso oí que el pregonero público gritaba: ‘¡Hola! ¡Asamblea de los musulmanes, vosotros los que vivís en nuestra ciudad para desarrollar vuestros negocios, sabed que han terminado la paz y la tregua que con vosotros acordamos! ¡Y se os da una semana de plazo para que pongáis en orden vuestros asuntos y abandonéis nuestra ciudad y regreséis a vuestro país!’

Entonces yo, al oír este aviso, me apresuré a vender el lino que me quedaba, reuní el dinero que importaba lo que había dado a crédito, compré mercancías de fácil venta en nuestros países y reinos, y abandonando la ciudad de Acre partí con mil penas y sentimientos en el corazón por aquella joven cristiana que se había apoderado de mi espíritu y de mi pensamiento.

Y he aquí que fui a Damasco, en Siria, donde vendí mis mercancías de Acre con grandes beneficios y provechos, pues estaban interrumpidas las comunicaciones con el alzamiento de armas. E hice muy buenos negocios comerciales, y con ayuda de Alah (¡exaltado sea!) prosperó todo entre mis manos. Y de tal suerte me fue dable comerciar en grande muy provechosamente con las jóvenes cristianas cautivas, tomadas en la guerra. Y habían transcurrido así tres años desde mi aventura de Acre, y poco a poco comenzaba a endulzarse la amargura de mi brusca separación de la joven franca.

Por lo que a nosotros respecta, seguimos alcanzando grandes victorias sobre los francos, tanto en el país de Jerusalén como en el país de Siria. Y con ayuda de Alah, después de muchas batallas gloriosas, el sultán Saladino acabó por vencer completamente a los francos y a todos los infieles; llevó cautivos a Damasco a los reyes de éstos y a sus jefes, a los cuales había hecho prisioneros tras de tomar todas las ciudades costeras que poseían y pacificar todo el país. ¡Gloria a Alah!

Entretanto, iba yo un día a vender una hermosísima esclava en las tiendas donde acampaba todavía el sultán Saladino. Y le enseñé la esclava, que quiso comprar él. Y se la cedí por cien dinares solamente. Pero el sultán Saladino (¡Alah le tenga en su misericordia!) no poseía encima más que noventa dinares, porque empleaba todo el dinero del tesoro en llevar a buen término la guerra contra los descreídos. Entonces, encarándose con uno de sus guardias, le dijo el sultán Saladino: ‘¡Conduce a este mercader a la tienda en que están reunidas las jóvenes prisioneras llegadas últimamente, y que escoja entre ellas la que más le guste para reemplazar los diez dinares que le debo!’ Así obraba en su justicia el sultán Saladino.

El guardia me llevó, pues, a la tienda de las cautivas francas, y al pasar por entre aquellas jóvenes, reconocí, precisamente en la primera con quien se tropezó mi mirada, a la joven franca de quien estuve tan enamorado en Acre. Y entonces era la esposa de un jefe, de caballería de los francos. Y he aquí que al reconocerla, la rodeé con mis brazos para posesionarme de ella, y dije:

‘¡Quiero ésta!’

Y la cogí, y me marché.

Llevándomela a mi tienda a la sazón, le dije: ‘¡Oh, jovenzuela! ¿No me reconoces?’ Ella me contestó: ‘¡No, no te reconozco!’ Yo le dije: ‘¡Soy tu amigo, el mismo a cuya casa fuiste en Acre por dos veces merced a la vieja, a la que una vez hube de dar cincuenta dinares y cien dinares la otra vez, absteniéndose de ti con toda castidad y dejándote partir, muy pesarosa, de su casa! ¡Y el mismo que quería tenerte en su poder una tercera noche por quinientos dinares, cuando ahora el sultán te cede a él por diez dinares!’

Ella bajó la cabeza, y levantándola de pronto, dijo: ‘¡Lo pasado será, para en lo sucesivo, un misterio de la fe islámica, pues yo alzo el dedo y atestiguo que no hay más Dios que Alah, y que Mahomed es el enviado de Alah!’ Y pronunció así oficialmente el acto de nuestra fe, ¡y en el momento se ennobleció con el Islam!

Entonces pensé yo, por mi parte: ‘¡Por Alah!, ¡que esta vez no penetraré en ella hasta que la haya libertado y me haya casado con ella legalmente!’ Y al momento fui en busca del kadí lbn- Scheddad, a quien puse al corriente de todo el particular, y que fue a mi tienda con los testigos para extender mi contrato de matrimonio.

Entonces penetré en ella. Y se quedó encinta de mí. Y nos establecimos en Damasco.

Habían transcurrido de tal suerte algunos meses, cuando llegó a Damasco un embajador del rey de los francos, enviado cerca del sultán Saladino, en demanda del cambio de prisioneros de guerra con arreglo a las cláusulas estipuladas entre los reyes. Y todos los prisioneros, hombres y mujeres, fueron escrupulosamente devueltos a los francos a cambio de prisioneros musulmanes. Pero cuando el embajador franco consultó su lista, notó que del total faltaba aún la mujer del jinete franco, aquél que era el primer marido de mi esposa. Y el sultán envió a sus guardias a buscarla por todas partes, y acabaron por decirle que estaba en mi casa. Y los guardias fueron a reclamármela. Y se me mudó el color, y fui llorando en busca de mi esposa, a la que puse al corriente de lo sucedido. Pero ella se levantó y me dijo: ‘¡Llévame a presencia del sultán, a pesar de todo! ¡Yo sé lo que tengo que decir entre sus manos!’

Así, pues, cogiendo a mi esposa, la conduje, velada, a la presencia del sultán Saladino; y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a su derecha...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima quincuagésima cuarta noche

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Valram

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