jueves, 22 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima vigésima segunda noche

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Y cuando llegó la 622ª noche

Ella dijo:

‘…Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn. Y en alta voz dijeron que iban a prender fuego al armario y a quemarlo con quienes encerrase. Y cuando iban a poner en práctica su proyecto, se dejó oír desde dentro del armario la voz del kadí, que gritaba: ‘Deteneos, ¡oh buenas gentes! ¡No somos ni genn ni ladrones, sino que somos tal y cual!’

Y en pocas palabras les puso al corriente del ardid de que habían sido víctimas. Entonces los vecinos, con el esposo a la cabeza, rompieron los candados y libertaron a los cinco presos, a quienes hallaron vestidos con los trajes extraños que la joven les hizo ponerse. Y al ver aquello, ninguno pudo por menos de reír la aventura. Y para consolar al esposo de la marcha de su mujer, le dijo el rey: ‘¡Te nombro mi segundo visir!’

Y tal es esta historia. ¡Pero Alah es más sabio! Y tras de hablar así, Schehrazada dijo al rey Schahriar: ‘¡Pero no creas ¡oh rey! que todo esto es comparable a la historia del Dormido despierto!’ Y como el rey Schahriar frunciese las cejas al oír este título, que era desconocido para él, Schehrazada dijo sin más tardanza:

Historia del dormido despierto

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que antaño, en tiempos del califa Harún Al-Raschid, había en Bagdad un joven soltero, llamado Abul-Hassán, que llevaba una vida muy extraña y muy extraordinaria. Porque sus vecinos jamás le veían tratar dos días seguidos a la misma persona ni invitar en su casa a ningún habitante de Bagdad, pues cuantos a su casa iban eran extranjeros. Así es que las gentes de su barrio, como ignoraban lo que hacía, le habían puesto el mote de Abul-Hassán el Disoluto.

Tenía él costumbre de ir todas las tardes a apostarse al extremo del puente de Bagdad, y allá esperaba que pasase algún extranjero; y en cuanto divisaba uno, fuese rico o pobre, joven o viejo, se adelantaba a él sonriendo y lleno de urbanidad, y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le invitaba a aceptar la hospitalidad de su casa durante la primera noche que residiese en Bagdad. Y se lo llevaba con él, y le albergaba lo mejor que podía; y como se trataba de un individuo muy jovial y de carácter complaciente, le hacía compañía toda la noche y no escatimaba nada para darle la mejor idea de su generosidad. Pero al día siguiente le decía: ‘¡Oh huésped mío! has de saber que, si te invité a mi casa cuando en esta ciudad sólo Alah te conoce, es porque tengo mis razones para obrar de esa manera. Pero hice juramento de no tratar jamás dos días seguidos al mismo extranjero, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de los hombres. ¡Así, pues, heme aquí precisado a separarme de ti, e incluso te ruego que, si alguna vez me encuentras por las calles de Bagdad, hagas como que no me conoces para no obligarme a que me aparte de ti!’

Y tras de hablar así, Abul-Hassán conducía a su huésped a cualquier khan de la ciudad, le daba todos los informes que pudiera necesitar, se despedía de él y no volvía a verle ya. Y si por casualidad ocurría que se encontrase más tarde por los zocos con alguno de los extranjeros que había recibido en su casa, fingía no conocerle, e incluso volvía a otro lado la cabeza para no verse obligado a hablarle o saludarle. Y continuó obrando de tal suerte, sin dejar nunca ni una sola tarde de llevarse a su casa un nuevo extranjero.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima vigésima tercera noche

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Valram

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