jueves, 17 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 496ª noche

Ella dijo:

‘...luego que le secaron con toallas impregnadas en almizcle, preguntó a Abu-Sir: ‘¿Y cuánto crees que vale un baño así y a qué precio piensas que te lo paguen?’ El barbero contestó: ‘¡Al precio que quiera el rey!’ El rey dijo: ‘¡Me parece que un baño así no vale menos de mil dinares!’

E hizo que contaran mil dinares para Abu-Sir, y le dijo: ‘¡Y en adelante harás que pague mil dinares cada cliente que venga a tomar un baño en tu hammam!’

Pero contestó Abu-Sir: ‘Dispensa, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos no son iguales! Unos son ricos y otros son pobres. Así, pues, si yo quisiera que cada cliente me diese mil dinares, no haría negocio con el hammam y tendría que cerrarlo, porque el pobre no puede pagar mil dinares por un baño’. El rey contestó: ‘¿Qué piensas hacer entonces?’ El barbero contestó: ‘¡Dejaré que ponga precio la generosidad del cliente! ¡De tal suerte pagará cada cual con arreglo a sus medios y a la generosidad de su alma! Y el pobre no dará más que lo que pueda dar. ¡En cuanto a ese precio de mil dinares que señalaste, lo consideraré como un regalo del rey!’ Y al oír estas palabras los emires y los visires aprobaron la conducta de Abu-Sir, y añadieron: ‘Verdad dice, ¡oh rey del tiempo! y habla con justicia. Porque tú ¡oh bien amado nuestro! crees que pueden obrar como tú todos’.

Dijo el rey: ‘¡Es posible! De todos modos, como este hombre es un extranjero y un pobre muy pobre, estamos obligados a tratarle con largueza y generosidad, máxime cuando dota a nuestra ciudad con este hammam como no le habíamos visto en nuestra vida, y gracias al cual nuestra ciudad ha adquirido una importancia y un lustre incomparables. ¡Pero desde el momento en que no podéis pagar a mil dinares el baño, según me decíais, os autorizo a que por esta vez no le paguéis cada uno nada más que cien dinares, dándole, además, un esclavo joven, un negro y una joven! ¡Y en lo sucesivo, puesto que así lo quiere él, cada cual le pagaréis lo que os permitan vuestros medios y la generosidad de vuestra alma!’

Contestaron: ‘¡Sin duda que así lo haremos muy gustosos!’ Y cuando tomaron su baño en el hammam aquel día, pagó a Abu-Sir cada uno cien dinares de oro, un esclavo joven blanco, uno negro y una joven. Pero como el número de emires y altos dignatarios que después del rey tomaron su baño ascendía a cuarenta, Abu-Sir recibió cuarenta mil dinares, cuarenta jóvenes blancos, cuarenta negros y cuarenta mujeres jóvenes, y por parte del rey diez mil dinares, diez mozos jóvenes blancos, diez jóvenes negros y diez mujeres jóvenes como lunas.

Cuando recibió Abur-Sir todo aquel oro y aquellos regalos, se adelantó hacia el rey, y después de besar la tierra entre sus manos, dijo: ‘¡Oh rey afortunado! ¡Oh rostro de buen augurio! ¡Oh soberano de ideas justas y llenas de equidad! ¿En dónde voy a poder alojarme con todo este ejército de mozos blancos, de negros y de jóvenes?’ El rey contestó: ‘Quise que te dieran todo eso para hacerte rico; porque he supuesto que acaso un día pienses en volver a tu patria junto a tu amada familia, deseando verla de nuevo; y entonces podrás abandonarnos con riquezas bastantes para vivir en tu casa con los tuyos al abrigo de la necesidad’. El barbero contestó: ‘¡Oh rey del tiempo, que Alah te conserve próspero! ¡Pero todos esos esclavos están bien para los reyes y no para mí, que no necesito nada de eso para comer pan y queso con mi familia! ¿Cómo voy a arreglarme para alimentar y vestir a este ejército de jóvenes blancos, de jóvenes negros y de mujeres jóvenes? ¡Por Alah, que no tardarían en comerse con sus dientes jóvenes toda mi ganancia y a mí mismo después de mi ganancia!’

El rey se echó a reír, y dijo: ‘¡Por mi vida, que estás en lo cierto! ¡Son ya un ejército poderoso y tú solo no lograrías mantenerles de ninguna manera! ¿Quieres vendérmelos a cien dinares cada uno para desembarazarte de ellos?’ Abu-Sir contestó: ‘¡Te los vendo a ese precio!’ Al punto el rey hizo llamar a su tesorero, que pagó íntegramente a Abu-Sir el precio de los ciento cincuenta esclavos; y a su vez el rey devolvió a su antiguo amo, como regalo, cada uno de aquellos esclavos. Y Abu-Sir dio las gracias al rey por sus bondades, y le dijo: ‘¡Haga Alah que descanse tu alma como tú hiciste que descansara el alma mía, salvándome de los dientes terribles de todos esos jóvenes ghuls glotones que sólo Alah podría dejar hartos!’ Y el rey se echó a reír oyendo estas palabras, y mostróse aun más generoso con Abu-Sir; luego, seguido por los notables de su reino, salió del hammam y regresó a su palacio.

En cuanto a Abu-Sir, se pasó aquella noche en casa embutiendo el oro en sacos y precintando cada saco cuidadosamente. Y tenía para su tren de casa veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima séptima noche

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Valram

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