domingo, 21 de junio de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La tricentésima décima séptima noche

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"Pero cuando llegó la 317ª noche

Ella dijo:

...en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos versos del poeta:

¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!

¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!

¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave perfume del almizcle!

¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!

Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye su trasero brillante...?

Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y ya fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su miseria con el espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedumbre reunida que preparábase a la venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban aún la ruina del joven, supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy rico por la herencia de su padre, el síndico Gloria.

Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las cabezas agrupadas, exclamó: '¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor, la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas las flores!'

En seguida uno de los mercaderes gritó: '¡Abro la subasta con quinientos dinares!' Otro dijo: '¡Diez más!' Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba Rachideddín: '¡Cien más!' Pero dijo una voz: '¡Cien más todavía!' En aquel momento, el viejo de ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: '¡Mil dinares!'

Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: '¡Conforme! Pero antes tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!' Y el corredor se acercó a la hermosa Zumurrud, y le dijo: '¡Oh soberana de las lunas! ¿Quieres pertenecer a ese venerable anciano, el jeique Rachideddín?'

Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartóse con un ademán de repugnancia y exclamó: '¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no tan repulsivo como éste? Pues escucha:

Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de indiferencia!

¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su boca estas palabras:

'¡No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios'!

Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:

'¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En mi opinión, vales diez mil!'

Volvióse luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: '¡Yo!' Y la hermosa Zumurrud le miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era. Entonces exclamó: '¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!' E inmediatamente improvisó estos versos:

¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas por mucho que te disfraces con colores ajenos!

¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!

¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te mirase una mujer preñada, abortaría!

Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: '¡Por Alah! ¡La verdad está contigo!' Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader y dijo al corredor: 'Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!' Y el corredor interrogó a la hermosa joven, que miró entonces al hombre consabido.

Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: '¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta acerca del tuerto? Pues óyelas:

'¡Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes y de su falsedad!

¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara desconfianza!'

Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: '¿Quieres a éste?'

Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y dijo en seguida: ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente."

Continuará: La tricentésima décima octava noche...

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Valram

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