lunes, 1 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima cuadragésima segunda noche

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Y cuando llegó la 542ª noche

Ella dijo:

‘¡...Coge a este pájaro, y llévale a la Isla Seca, a fin de que se muera de sed y de hambre!’

¡Eso fue todo!

Porque la princesa Gema se había mostrado tan graciosa con Sonrisa-de-Luna sólo para acercarse a él sin inconvenientes y poder de tal modo metamorfosearle en pájaro destinado a morir de inanición, vengando así a su padre y a los guardias de su padre.

¡Y he aquí lo referente a ella!

¡Volvamos ahora con el pájaro blanco! Cuando la servidora Mirta, por obedecer a su ama Gema, le cogió a pesar de los aleteos desesperados y de los gritos roncos que el animal lanzaba, sintió lástima de él y no tuvo valor para transportarle a la Isla Seca, donde le esperaba una muerte tan cruel y dijo para su ánima sensible: ‘¡Mejor será que le lleve a un paraje donde no pueda morir de manera tan cruel y donde aguarde su destino! ¡Porque quién sabe si mi ama no se arrepentirá pronto de su primer impulso, una vez calmada su cólera y me regañará por haberla obedecido con demasiada diligencia!’ En vista de eso, transportó al cautivo a una isla verdeante, cubierta de toda clase de árboles frutales y regada por frescos arroyos, y le abandonó allí para volver al lado de su ama.

Pero dejemos por el momento en la isla verde al pájaro, y en la otra isla a la princesa Gema, y veamos lo qué fue del príncipe Saleh, vencedor de Salamandra.

Una vez que hizo encadenar al rey Salamandra, le encerró en uno de los aposentos del palacio, y se hizo proclamar rey en su lugar. Luego se apresuró a buscar por todas partes a la princesa Gema; pero claro es que no la encontró. Y cuando vio que eran inútiles todas sus pesquisas, regresó a su antigua residencia para poner a su madre la reina Langosta al corriente de lo que acababa de pasar.

Después le preguntó: ‘¡Oh madre mía! ¿Dónde está mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna?’ Ella contestó: ‘¡No sé! Debe estar paseando con sus parientes. ¡Pero voy a enviar ya a buscarle!’ Y cuando decía estas palabras, entraron los parientes sin que estuviese él entre ellos. Y enviaron a buscarle por todas partes; pero claro es que en ninguna parte le encontraron. Entonces fue extremado el dolor del rey Saleh, de la abuela y de las parientes; y se lamentaron y lloraron mucho. Más tarde Saleh, con el pecho oprimido, se vio obligado a mandar que previnieran de la cosa a su hermana, la reina Flor-de-Granada la marina, madre de Sonrisa-de-Luna.

Flor-de-Granada, en el límite de la desesperación, se apresuró a sumergirse en el mar y a correr al palacio de su madre Langosta. Y tras los primeros abrazos y llantos, preguntó: ‘¿Dónde está mi hijo el rey Sonrisa-de-Luna?’ Y después de largos preámbulos y de silencios pletóricos de lágrimas, la vieja madre contó a su hija toda la historia, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad de repetirla. Luego añadió: ‘¡Y por más pesquisas que hizo tu hermano Saleh, el cual ha sido proclamado rey en lugar de Salamandra, no pudo dar todavía con las huellas de nuestro hijo Sonrisa-de-Luna, ni tampoco con las de la princesa Gema, hija de Salamandra!’

Cuando Flor-de-Granada hubo oído estas palabras, el mundo se ennegreció ante ella, y la desolación entró en su corazón, y los sollozos de la desesperación la sacudieron toda. Y durante largo tiempo no se oyeron en el palacio submarino más que los gritos de duelo de las mujeres, e hipos de dolor.

Pero pronto hubo que pensar en remediar un estado de cosas tan anormal y desolador. Así es que la abuela fue la primera que secó sus lágrimas, y dijo: ‘¡Hija mía, no te entristezcas con exceso el alma por esta aventura, pues no hay razón para que tu hermano no encuentre por fin a tu hijo Sonrisa-de-Luna! En cuanto a ti, si quieres verdaderamente a tu hijo y velas por sus intereses, lo mejor que puedes hacer es volver a tu reino para dirigir los asuntos y mantener secreta para todos la desaparición de tu hijo. ¡Y Alah proveerá!’

Flor-de-Granada contestó: ‘Tienes razón, madre mía. ¡Emprenderé el regreso! ¡Pero por favor te ruego que no ceses de pensar en mi hijo, y que no desmaye nadie en las pesquisas! ¡Porque si le sucediera algún mal, moriría sin remisión, yo, que sólo veo la vida a través de él y sólo cuando le veo disfruto de alegría!’ Y contestó la reina Langosta: ‘¡Claro, hija mía, que lo haré de todo corazón afectuoso! ¡No tengas, pues, ningún temor por eso, y tranquiliza completamente tu espíritu!’

Entonces Flor-de-Granada se despidió de su madre, de su hermano y de sus primas, y con el pecho muy oprimido y el alma muy triste, regresó a su reino y a su ciudad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima cuadragésima tercera noche

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Valram

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