martes, 17 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 466ª noche

Ella dijo:

‘¡...La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!’

Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los testigos musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el juez prohibió a los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero las costas del proceso hicieron perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo, no impidió que estos últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez más en contra de ellos a los jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte de su peculio en las costas. Pero no cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al cuarto, y así sucesivamente, hasta que los jueces se comieron toda la herencia, y los tres quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre para comprarse un panecillo y una cebolla.

Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían reclamar nada a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la que engañaron y despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fue llorando en busca de su hijo Juder, y le dijo: ‘¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte de herencia!’ Y empezó a proferir imprecaciones contra ellos.

Pero Juder le dijo:

‘¡Oh madre mía! ¡No lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar a cada cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los demás jueces, porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más, pues, que nos resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que venirte a vivir conmigo y te cederé el pan que yo coma. Encárgate tú ¡oh madre mía! de hacer votos por mí, y Alah me concederá lo necesario para mantenerte.

En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez Soberano la recompensa por su acción, y consuélate con estas palabras del poeta:

¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más que con el tiempo!

¡Pero evita la tiranía! ¡Porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!

Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, acariciándola y calmándola, y consiguió así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se procuró una red de pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los estanques grandes o a otros sitios en que hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez monedas de cobre unas veces, de veinte, otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre y en sí mismo; así es que comían bien y bebían bien.

En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles la miseria, la ruina y todas las calamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían arrebatado a su madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos mendigos desnudos que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a humillarse ante ella hasta el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡Y el corazón de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras de la comida de la víspera, diciéndoles: ‘¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que me comprometeréis ante él!’

Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de su madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto Juder. Y la madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temiendo que se enfadase con ella, bajó la cabeza, con miradas muy humildes para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse contrariado sonrió a sus hermanos, y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡Y bendita sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en este día de bendición?’ Y se colgó a su cuello, y les abrazó con efusión, diciéndoles: ‘¡En verdad que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi casa para saber de mí y de vuestra madre!’ Ellos contestaron: ‘¡Por Alah! ¡Oh hermano nuestro! también nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin duda aquella fue obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora no tenemos otra bendición que tú y nuestra madre!’

Y Juder, muy conmovido con estas palabras, les dijo: ‘¡Y yo no tengo otra bendición que vosotros dos, hermanos míos!’ Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: ‘¡Oh hijo mío, blanquee Alah tu rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros!, ¡oh hijo mío!’ Y dijo Juder: ‘¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada hay abundancia!’ Y acabó de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y pasaron la noche en su casa.

Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en la generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían ausentes hasta mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la noche llevando consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron durante el transcurso de un mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su madre y sus hermanos, que comían y triunfaban.

Pero un día entre los días...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima séptima noche

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Valram

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