martes, 3 de marzo de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La ducentésima sexta noche

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"Pero cuando llegó la 206ª noche

Ella dijo:

'...ostentando en los sitios delicados hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.

Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:

¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!

¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexible, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!

¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!

Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:

¡Durmiente! ¡Magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!

¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina! ¡Ah! ¡No te muevas!

¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar a tus senos!

¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!

¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!

Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió y vio que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: '¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado con tanto esmero, ni lo habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!'

Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vio que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y como era discreta, se calló."

Continuará: La ducentésima séptima noche...

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Valram

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