sábado, 2 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima duodécima noche

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Y cuando llegó la 512ª noche

Ella dijo:

‘... Se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar. Y entre otras cosas, le dijo: ‘¡Oh, hermano mío, oh marítimo! ¿Es muy hermoso el sitio donde vives?’ El otro contestó: ‘¡Sí, por cierto! ¡Y si quieres te llevaré conmigo al mar, y te enseñaré todo lo que contiene, y te haré visitar mi ciudad y te recibiré en mi casa con la hospitalidad más cordial!’

Y contestó Abdalah de la Tierra: ‘¡Oh hermano mío! tú te criaste en el agua, y el agua es tu morada. Por eso no te incomoda habitar en el mar. Pero antes de que yo responda a tu invitación, ¿podrías decirme si no sería para ti extremadamente funesto residir en la tierra?’

El otro dijo: ‘¡Claro que sí! Se secaría mi cuerpo, ¡y al soplar contra mí los vientos de la tierra me harían morir!’ El terrestre dijo: ‘Pues a mí me pasa igual. Me he criado en la tierra, y la tierra es mi morada. Por eso no me incomoda el aire de la tierra. ¡Pero si entrase contigo en el mar, penetraría el agua dentro de mí y me ahogaría, y moriría!’

El marítimo contestó: ‘No tengas ningún temor por eso, pues te traeré un ungüento con el que te untarás el cuerpo, y el agua no tendrá sobre ti ningún poder sofocante, aún cuando hubieras de pasar en ella el resto de tu vida. ¡Y de esa manera podrás sumergirte conmigo y recorrer en todos sentidos el mar, y dormir en él y despertarte en él, sin que nunca te venga mal alguno por ninguna parte!’

Al oír estas palabras, el terrestre dijo al marítimo: ‘En ese caso, no tengo inconveniente en sumergirme contigo. ¡Tráeme, pues, el ungüento consabido para que lo ensaye!’ El marítimo contestó: ‘¡Eso es lo que voy a hacer!’ Y se llevó el cesto de frutas y se metió en el mar para volver al cabo de unos instantes llevando en las manos una vasija llena de un ungüento parecido a la grasa de las vacas y de un color amarillo como el oro, y de un olor absolutamente delicioso. Y preguntó Abdalah de la Tierra: ‘¿Con qué se compone este ungüento?’ El otro contestó: ‘Se compone con grasa del hígado de una especie entre las especies de peces que se llama dandana. ¡Y este pez dandana es el más enorme de todos los peces del mar, hasta el extremo de que de un solo bocado devoraría sin dificultad lo que vosotros los terrestres llamáis un elefante o un camello!’ Y exclamó asustado el antiguo pescador: ‘¿Y qué come ese funesto animal? ¡Oh hermano mío!’

El otro contestó: ‘De ordinario se come a los animales más pequeños que nacen en las profundidades. Porque ya sabes el proverbio que dice: ‘¡Los fuertes se comen a los débiles!’ El terrestre dijo: ‘¡Verdad dices! Pero, ¿hay entre vosotros muchos de esos dandanas?’ El otro contestó: ‘¡Millares y millares cuyo número sólo Alah lo sabe!’ El terrestre exclamó: ‘¡Entonces dispénsame de hacerte esa visita! ¡Oh, hermano mío!, ¡porque tengo miedo a encontrarme con alguno de esa especie y que me coma!’ El marítimo dijo: ‘¡No tengas ningún miedo, porque el pez dandana, aunque es de una ferocidad terrible, teme a Ibn-Adán, cuya carne es para él un veneno violento!’ El antiguo pescador exclamó: ‘¡Ya Alah! ¿Pero de qué me servirá ser un veneno violento para el dandana cuando ya me haya devorado el dandana?’ El marítimo contestó:

‘¡No tengas el menor temor por el dandana, porque nada más que con ver a Ibn-Adán se pone en fuga de tanto como le teme! ¡Y además, como estarás ungido con su grasa, reconocerá su olor, y no te hará daño!’ Y conquistado por las seguridades que le daba su amigo, dijo el terrestre:

‘¡Pongo mi confianza en Alah y en ti!’. Y se desnudó y abrió en la arena un agujero donde metió su ropa, a fin de que no se la robase nadie durante su ausencia. Tras de lo cual se untó con el ungüento consabido desde la cabeza hasta los pies, sin olvidarse de las más pequeñas aberturas, y hecho esto, dijo al marítimo: ‘Ya estoy listo, ¡oh hermano mío!’

Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades marinas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima decimotercera noche

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Valram

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