viernes, 25 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 504ª noche

Ella dijo:

...porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo.

El masajista fue, pues, con su esposa y la introdujo en la estancia donde se hallaba el joven hijo del visir, que esperaba siempre echado sobre el mármol de la sala caliente; y el otro hubo de dejarlos solos y salió para apostarse fuera con objeto de impedir a los importunos que asomaran la cabeza por la puerta. Y dijo a su mujer y al joven que cerraran por dentro la tal puerta.

Cuando la joven vio al joven, quedó encantada de su belleza de luna; y a él le ocurrió lo mismo. Y se dijo ella: ‘¡Qué lástima que no tenga lo que poseen los demás hombres! ¡Porque es verdad lo que me ha contado mi esposo!; ¡apenas lo tiene del tamaño de una avellana!’

Pero al contacto de la joven empezó a conmoverse el niño que dormía entre los muslos del joven; y como era sólo de una pequeñez aparente y de los que estando de sueño entran por completo en el regazo de su padre, comenzó a sacudir su modorra. ¡Y he aquí que surgió de pronto comparable al de un burro o de un elefante, y mayor y más potente en verdad!

Y al ver aquello, la esposa del masajista lanzó un grito de admiración y se arrojó al cuello del joven, que la cabalgó como un gallo triunfante. Y en una hora de tiempo, la penetró por primera vez, y así sucesivamente hasta la décima vez, en tanto que ella se agitaba tumultuosa y gemía y se movía locamente.

¡Eso fue todo!

Y tras del enrejado de madera de la puerta, el masajista estaba viendo toda la escena, y por temor al oprobio público no se atrevía a hacer ruido o a tirar la puerta. ¡Y limitábase a llamar en voz baja a su esposa, que no le contestaba! Y le decía: ‘¡Oh madre de Alí! ¿A qué esperas para salir?

¡El día avanza y dejaste olvidado en casa al pequeñuelo, que espera la teta!’ Pero ella continuaba holgándose debajo del joven, y decía, entre risas y jadeos: ‘¡No, por Alah! ¡En adelante no daré teta a otro pequeñuelo que a este niño!’

Y le dijo el hijo del visir: ‘¡Sin embargo, podrías ir a tetarle un instante para volver enseguida!’ Ella contestó: ‘¡Antes me sacarán del cuerpo el alma que decidirme a dejar huérfano de madre ni una sola hora a mi nuevo niño!’

Así es que cuando el pobre masajista vio que se le escapaba de tal suerte su esposa y que con tal descaro se negaba a volver con él, fue tanta su desesperación y sintió celos tan rabiosos, que subió a la terraza del hammam y arrojóse desde allí, estrellándose la cabeza contra la calle. Y murió.

Esta historia prueba que el prudente no debe fiarse de las apariencias.

Pero -continuó Schehrazada- la anécdota que voy a contarte todavía demostrará mejor cuán engañosas son las apariencias y qué peligroso es dejarse guiar por ellas.

Hay líquidos y líquidos

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un hombre entre los hombres se prendó en extremo de una joven bella y encantadora. Pero esta joven, que era un modelo de gracia y de perfecciones, estaba casada con un hombre al que amaba y del cual era amada. Y como, además, era casta y virtuosa, el hombre que estaba enamorado de ella no podía encontrar medio de seducirla. Y como ya hacía mucho tiempo que cansaba su paciencia sin resultado se le ocurrió valerse de alguna estratagema para vengarse de ella o vencer su desvío.

El esposo de aquella joven tenía en su casa como servidor de confianza a un joven a quien había educado desde la infancia y que guardaba la casa en ausencia de los amos. Así es que el despechado enamorado fue en busca de aquel joven y trabó amistad con él, haciéndole diversos regalos y colmándole de agasajos, hasta el punto de que el joven acabó por sentir hacia él verdadera devoción y por obedecerle sin restricción en todo.

Cuando le pareció que era oportuno, el enamorado le dijo un día al joven: ‘¡Oh amigo, quisiera visitar hoy la casa de tu amo cuando hayan salido tu amo y tu ama!’ El otro contestó: ‘¡Bueno!’ Y cuando su amo se marchó a la tienda y su ama salió para ir al hammam, fue él en busca de su amigo, le cogió de la mano, e introduciéndole en la casa le hizo visitar todas las habitaciones y ver cuanto había en ellas. Pero el hombre, que estaba firmemente resuelto a vengarse de la joven, había ya preparado la mala pasada que quería jugar. Así, pues, cuando llegó al dormitorio, se acercó al lecho y vertió en él el contenido de un frasco que tuvo cuidado de llenar de clara de huevo. E hizo la cosa tan discretamente, que el joven no advirtió nada. Tras de lo cual salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima quinta noche

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Valram

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