sábado, 12 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima nonagésima primera noche

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Y cuando llegó la 491ª noche

Ella dijo:

‘...y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin embargo, me ha sucedido tal y cual cosa con los tintoreros de esta ciudad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo puedo dar a una tela los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como el rosa y el azufaifa; el verde en sus diversos tonos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde aceituna y verde ala de cotorra; el negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea y negro azulado de kohl; el amarillo anaranjado: amarillo limón y amarillo de oro, ¡y otros muchos colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos! ¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no han querido admitirme ni como maestro ni como aprendiz a jornal!’

Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había oído hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: ‘¡Ya Alah, eso es admirable!’

Luego dijo a Abu-Kir: ‘Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes, merced a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación y tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no tienes nada que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara molestarte, haría que le colgaran a la puerta de su tienda!’

Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: ‘Acompañad a este maestro admirable, recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontrado un lugar de su gusto, sea tienda o khan, o casa jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construid a toda prisa en aquel emplazamiento una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras cuarenta de dimensiones más pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran maestro tintorero; observad puntualmente sus órdenes ¡y guardaos de desobedecerle en nada, ni siquiera con un gesto!’ Luego el rey regaló a Abu-Kir un hermoso ropón de honor y una bolsa con mil dinares, diciéndole: ‘¡Diviértete con este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!’ Y le regaló, además, dos mozos jóvenes para su servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una hermosa silla de terciopelo azul y una gualdrapa de seda del mismo color. Además, puso a su disposición, para que la habitara, una casa ricamente amueblada bajo su dirección y servida por gran número de esclavos.

¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo y precedido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían separarse a la multitud al pasar él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su tintorería. Y acabó por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del zoco, y dijo: ‘¡Este sitio es excelente!’ Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y comenzaron en seguida a demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el cumplimiento de su tarea a las órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: ‘¡Haced aquí tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!’, que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una tintorería que no tenía igual en ningún lugar de la tierra.

Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: ‘Ahora hay que poner en movimiento la tintorería; pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco mil dinares de oro como primeros fondos’. Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guardándolos cuidadosamente en su casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban muy baratos y no tenían salida-compró en casa de un droguero todos los colores que estaban apilados en sacos intactos todavía, y los hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima nonagésima segunda noche

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Valram

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