jueves, 31 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima octogésima tercera noche

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Pero cuando llegó la 983ª noche

Ella dijo:

...Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: ‘Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza’.

Al oír estas palabras, que eran la sentencia de muerte de aquel a quien había criado, Massrur quedó estupefacto, aturdido y como herido por el rayo. Y murmuró:

‘De Alah somos y a El retornaremos’. Y acabó por salir, semejante a un hombre ebrio.

Y en el límite de la emoción, fue en busca de la princesa Khaizarán, madre de Al- Hadi y de Harún Al-Raschid. Y le vio ella azorado y trastornado, y le preguntó:

‘¿Qué hay ¡oh Massrur!? ¿Qué ha sucedido para que vengas aquí a hora tardía de la noche? Dime qué te pasa’. Y Massrur contestó: ‘¡Oh mi señora! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso! He aquí que nuestro amo el califa Al- Hadi, tu hijo, acaba de darme esta orden: ‘Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza’.

Y al oír estas palabras del portaalfanje, Khaizarán se sintió llena de terror; y se albergó en su alma el espanto; y la emoción le apretó el corazón hasta romperle. Y bajó la cabeza y se recogió en sí misma un instante. Luego dijo a Massrur: ‘Ve inmediatamente al cuarto de mi hijo Al-Raschid, y tráele aquí contigo’. Y Massrur contestó con el oído y la obediencia, y partió.

Y entró en el aposento de Harún. Y en aquel momento Harún estaba ya desnudo en el lecho, con las piernas debajo de la manta. Y Massrur le dijo atropelladamente:

‘Levántate, en nombre de Alah, ¡oh mi señor! y ven conmigo inmediatamente al cuarto de tu madre, mi señora, que te llama’. Y Al-Raschid se levantó, y vistiéndose de prisa, pasó con Massrur al aposento de Sett Khaizarán.

En cuanto ella vio a su hijo preferido, se levantó y corrió a él y le besó, sin decir una palabra, y le empujó a una pequeña habitación disimulada, cerrando la puerta tras él, que ni siquiera pensó en protestar o en pedir la menor explicación.

Y hecho esto, Sett Khaizarán envió a buscar en sus casas, donde estarían durmiendo, a los emires y a los principales personajes del palacio califal. Y cuando estuvieron todos reunidos en las habitaciones de ella, la princesa, desde detrás de la cortina del harén, les dirigió estas sencillas palabras: ‘En nombre de Alah el Todopoderoso, el Altísimo, y en nombre de su Profeta bendito, os pregunto si oísteis decir alguna vez que mi hijo Al-Raschid haya estado en connivencia, relación o trato con los enemigos de la autoridad califal o con los heréticos Zanadik, o que alguna vez haya tratado de hacer la menor tentativa de insubordinación o rebeldía contra su soberano Al-Hadi, hijo mío y señor vuestro’.

Y todos contestaron con unanimidad: ‘No, jamás’.

Y Khaizarán repuso al punto: ‘Pues bien; sabed que al presente, ahora mismo, mi hijo Al-Hadi pide la cabeza de su hermano Al-Raschid. ¿Podéis explicarme por qué motivo?’ Y los presentes quedaron tan aterrados y espantados, que ninguno de ellos osó articular una palabra. Pero el visir Rabiah se levantó y dijo al portaalfanje Massrur: ‘Ve en esta hora y en este instante a presentarte entre las manos del califa. Y cuando, al verte, te pregunte: ‘¿Has acabado?’, le responderás: ‘Nuestro señora Khaizarán, tu madre, esposa de tu difunto padre AlMahdi, madre de tu hermano, me ha sorprendido cuando yo me precipitaba sobre Al-Raschid; y me ha detenido y me ha rechazado. Y veme aquí ante ti, sin haber podido ejecutar tu orden’.

Y Massrur salió y al punto se presentó al califa.

Y en cuanto le vio Al-Hadi, le dijo: ‘Está bien, ¿dónde está lo que te he pedido?’ Y Massrur contestó: ‘¡Oh mi señor! mi señora la princesa Khaizarán me ha sorprendido abalanzándome sobre tu hermano Al-Raschid; y me ha detenido, y me ha rechazado, y me ha impedido cumplir mi misión’.

Y el califa, en el límite de la indignación, se levantó y dijo a Ishak y a la cantarina Ghader: ‘Seguid en el sitio en donde estáis, y esperad a que vuelva yo’.

Y llegó a las habitaciones de su madre Khaizarán y vio a todos los dignatarios y emires congregados allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levantaron. Y el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: ‘¿Por qué, cuando yo quiero y ordeno una cosa, te opones a mis voluntades?’. Y Khaizarán exclamó ‘¡Alah me preserve, ¡oh Emir de los Creyentes! de oponerme a ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques por qué motivo exiges la muerte de mi hijo Al-Raschid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y vida de tu padre’. Y Al-Hadi contestó:

‘Puesto que quieres saberlo, sabe que deseo desembarazarme de Al-Raschid a causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto.

Porque en ese sueño he visto a Al-Raschid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto a él estaba mi esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi favorita, no quiero ver por más tiempo a mi lado, viviendo sin cesar junto a mí como una calamidad, a tan peligroso rival, aunque sea hermano mío’.

Y Khaizarán le contestó: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ésas son ilusiones y falsedades del sueño, malas visiones ocasionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mío! casi nunca resulta verídico un sueño’. Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dio tanta maña, que consiguió calmar a Al-Hadi y desvanecer sus temores. Y entonces hizo aparecer a Al-Raschid, y le hizo prestar juramento de que jamás había abrigado en la imaginación el menor proyecto de rebeldía o la menor ambición, y de que jamás intentaría nada contra la autoridad califal.

Y después de estas explicaciones, desapareció la cólera de Al-Hadi. Y se volvió a la cúpula, donde había dejado a su favorita con Ishak. Y despidió al músico y se quedó solo con la bella Ghader, divirtiéndose, regocijándose y dejándose penetrar por las delicias mezcladas de la noche y del amor. Y he aquí que de repente sintió un fuerte dolor en la planta de un pie. Y al punto se llevó la mano al sitio dolorido que le desazonaba, y se rascó. Y en algunos instantes formóse allí un pequeño tumor, que aumentó, hasta tener el volumen de una avellana. Y se le irritó, produciéndole desazones intolerables. Y se lo rascó él de nuevo; y aumentó hasta tener el volumen de una nuez, y acabó por reventársele. Y al punto Al-Hadi cayó de espaldas, muerto.

La causa de aquello fue que Khaizarán, en los pocos instantes que estuvo el califa con ella, después de la reconciliación, le había dado a beber un sorbete de tamarindo, que contenía la sentencia del Destino.

El primero que se enteró de la muerte de Al-Hadi fue precisamente el eunuco Massrur. E inmediatamente corrió a ver a la princesa Khaizarán, y le dijo: ‘¡Oh madre del califa! ¡Alah prolongue tus días! Mi señor Al-Hadi acaba de morir’. Y Khaizarán le dijo: ‘Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuando antes en busca de mi hijo Al-Raschid, y tráemele’.

Y Massrur fue en busca de Al-Raschid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: ‘¡Oh mi señor! mi señora te llama al instante’. Y Al-Raschid exclamó, trastornado: ‘¡Por Alah! mi hermano Al-Hadi le habrá vuelto a hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mí, y del que jamás haya tenido yo idea’.

Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: ‘¡Oh Harún! levántate en seguida y sígueme. Calma tu corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás más que éxitos y alegría.

Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la tierra entre sus manos, exclamó: ‘¡La zalema contigo oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo impuesto por ella!’

Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: ‘¿Qué significan esas palabras, ¡oh Massrur!? Hace un momento me llamabas por mi nombre sencillamente; y al presente me das el título de Emir de los Creyentes. ¿A qué debo atribuir estas palabras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?’.

Y Massrur contestó: ‘¡Oh mi señor! ¡Toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima octogésima cuarta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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miércoles, 30 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima octogésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 982ª noche

Ella dijo:

Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fue el padre de los devoradores y la corona de los parásitos. Respecto a su manera de proceder, he aquí un hecho entre mil.

Un notable de la ciudad había invitado a algunos amigos y se regalaba en compañía de ellos con un plato de pescado maravillosamente condimentado. Y he aquí que a la puerta se oyó la bien conocida voz de Tofail, que hablaba al esclavo portero. Y uno de los convidados exclamó: ‘¡Alah nos preserve del tragaldabas! Ya conocéis, todos, la inusitada capacidad de Tofail. Apresurémonos, pues, a preservar de sus dientes estos hermosos pescados, y a ponerlos en seguridad en un rincón de la estancia, sin dejar en el mantel más que estos pececillos. Y cuando haya devorado los pequeños, como no le quedará ya nada que tragar, se marchará y nos regalaremos con los peces grandes’. Y se apresuraron a apartar los peces grandes.

Y entró Tofail, y sonriente y lleno de soltura dirigió la zalema a todo el mundo. Y después del bismilah, tendió la mano al plato. Pero el caso es que no contenía más que pescado menudo de mal aspecto. Y le dijeron los convidados, encantados de la jugarreta: ‘¡Eh, maese Tofail! ¿Qué te parecen esos peces? No tienes cara de encontrar el plato completamente de tu gusto’.

El aludido contestó: ‘Hace tiempo que no me hallo en buenas relaciones con la familia de los peces y estoy muy furioso con ellos. Porque a mi pobre padre, que murió ahogado en el mar, se lo comieron’.

Y le dijeron los convidados: ‘Muy bien; pues aquí tienes una excelente ocasión de aplicar la pena del talión por lo de tu padre, comiéndote a tu vez esos pescaditos’. Y Tofail contestó: ‘Tenéis razón. Pero esperad’. Y cogió un pececillo y se lo acercó al oído. Y su vista de parásito había divisado ya el plato escondido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: ‘¡Oh! ¡Oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este desperdicio de pez? Y los convidados contestaron: ‘¡No, por Alah! ¿Cómo vamos a saberlo?’

Y Tofail dijo: ‘Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: ‘Yo no he asistido a la muerte de tu padre (¡Alah le tenga en Su misericordia!) y no he podido verle siquiera, ya que soy demasiado joven para haber vivido en aquella época’. Luego me ha deslizado al oído estas otras palabras: ‘Mejor será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre, y se lo comieron’.

Al oír este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito había olfateado su estratagema. Por eso se apresuraron a hacer servir los hermosos peces a Tofail, y le dijeron, cayéndose de risa: ‘¡Cómetelos, y ojalá te den la gran indigestión!’

Luego el joven dijo a sus oyentes: ‘Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava del Destino’.

Y dijo:

La favorita del destino

‘Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al- Hadi, a quien no quería, y por el cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-Hadi, el sucesor inmediato debía ser el menor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de Al- Hadi.

Pero cuando Al-Hadi fue proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles desaparecer.

Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.

Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda:

‘A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie más que el Eterno Viviente’. Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente, exclamando: ‘¡Que llamen en seguida a Massrur, el portaalfanjel!’ Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: ‘Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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martes, 29 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima octogésima primera noche

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Y cuando llegó la 981ª noche

Ella dijo:

...Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo.

Y precisamente compuse, en recuerdo suyo, la música y palabras de este canto, cuando su amo Ibn Ghamín partió para la peregrinación, llevándola consigo, así como a sus demás esclavas.

¡Oh Ibn Ghamín! ¡Qué penoso estado el de un amante desdichado a quien has dejado muerto, aunque viva todavía!

¡Les has dado en su brebaje las dos amarguras más terribles coloquíntida y ajenjo!

¡Oh camellero del Yemen que conduces la caravana! ¡Me has herido, hombre siniestro!

¡Has separado corazones como jamás se han visto y los has consternado con tu aspecto de búfalo salvaje!

Pero, aún con toda mi pena de amor, mi suerte, a pesar de todo, no es comparable en negrura a la de otro enamorado de la Azul, Yezid ben Auf, el cambista.

Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: ‘¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado, ¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta o un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad’. Y a esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese informado hacía poco de alguna pequeña licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: ‘No, indudablemente nadie ha obtenido de mí nada, excepto Yezid ben Auf el cambista. Y aun ése no ha hecho más que besarme una sola vez. Pero accedí a darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en la boca, a cambio del beso, dos perlas magníficas que vendí en ochenta mil dracmas’.

Al oír aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: ‘Está bien’. Y sin añadir una palabra más, de tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó a la busca de Yezid ben Auf, le siguió hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir a latigazos.

Por lo que respecta a las circunstancias en que había sido dado a Yezid aquel beso único y funesto de la Azul, helas aquí.

Iba yo un día, como de costumbre, a casa de Ibn Ghamín, para dar a Azul una lección de canto, cuando me encontré en el camino a Yezid ben Auf. Y después de las zalemas, le dije: ‘¿Adónde vas, ¡oh Yezid! tan bien vestido?’ Y me contestó: ‘Adonde vas tú’. Y dije: ‘¡Perfectamente! Vamos’.

Y cuando llegamos y entramos en la morada de Ibn Ghamín, nos sentamos en la sala de reunión. Y en seguida apareció Azul, vestida con una manteleta anaranjada y un soberbio caftán rosa. Y creímos ver el sol ígneo alzándose entre la cabeza y los pies de la deslumbradora cantarina. Y la seguía la joven esclava, que llevaba la tiorba.

Y la Azul cantó, bajo mi dirección, por un método nuevo que yo le había enseñado. Y su voz era rica, grave, profunda y conmovedora. Y en un momento dado, su amo se excusó con nosotros, y nos dejó solos, a fin de ir a dar órdenes para la comida. Y Yezid, arrebatado su corazón de amor por la cantarina, se acercó a ella, implorándola con la mirada. Y ella pareció animarse, y sin dejar de cantar, le dio la respuesta en una mirada. Y enervado con aquella mirada, Yezid buscó con la mano en su vestido, sacó dos perlas magníficas que no tenían hermanas, y dijo a Salamah, que dejó de cantar por un momento: ‘Mira, ¡oh Azul! Estas dos perlas han sido pagadas por mí hoy mismo en sesenta mil dracmas. Si tú quisieras, te pertenecerían’. Ella contestó: ‘¿Y qué quieres que haga para complacerte?’ El contestó: ‘Que cantes para mí’.

Entonces Salamah, tras de llevarse la mano a la frente en señal de aquiescencia, templó el instrumento, y cantó los versos siguientes, compuestos por ella, música y canto, con el ritmo graveligero y primero, que tiene por tónica el tono simple de la cuerda del dedo anular:

¡Salamah la Azul ha herido mi corazón con una herida tan duradera como la duración de los tiempos!

¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrarla! Porque no se cierra en el fondo del corazón una herida de amor.

¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh musulmanes, venid en mi socorro!

Y tras de cantar esta melodía arrebatadora de ternura, mirando a Yezid, añadió:

‘Está bien; dame a tu vez ahora lo que tienes que darme’. Y dijo él: ‘Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero escucha, ¡oh Azul! He jurado con un juramento que obliga a mi conciencia -y todo juramento es sagrado- que no daré estas dos perlas más que pasándolas de mis labios a tus labios’. Y al oír estas palabras de Yezid, la esclava de Salamah, enfadada, se levantó con viveza y con la mano alzada para amonestar al enamorado. Pero yo la detuve por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse en el asunto: ‘Estate quieta, ¡oh joven! y déjalos. Están regateando, como ves, y cada cual quiere sacar provecho con las menos pérdidas posibles. No los molestes’.

En cuanto a Salamah, se echó a reír al oír a Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto, le dijo: ‘Pues bien, ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras’. Y Yezid empezó a avanzar hacia ella, andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas. Y Salamah, lanzando ligeros gritos de susto, empezó a retroceder por su parte, recogiéndose las ropas y evitando el contacto de Yezid. Y se alejaba corriendo a derecha y a izquierda, y volvía a su sitio, sofocada, provocando con ello más numerosas intentonas por parte de Yezid y más numerosas coqueterías. Y aquel juego duró bastante tiempo. Pero como, a pesar de todo, había que conquistar las perlas en las condiciones aceptadas, Salamah hizo una seña a su esclava, quien se arrojó sobre Yezid de improviso, le cogió por los hombros, y le retuvo en su sitio. Y tras de probar con aquel manejo que estaba victoriosa y no vencida, Salamah fue por sí misma, un poco confusa y con sudor en la frente, a tomar con sus lindos labios las perlas magníficas aprisionadas entre los labios de Yezid, que las trocó así por un beso. Y en cuanto las tuvo en su poder, recobrando en seguida su aplomo, Salamah dijo a Yezid, riendo: ‘¡Por Alah! hete aquí vencido de todas maneras, con el sable sepultado en los riñones’. Y Yezid contestó, cortés: ‘Por tu vida, ¡oh Azul! no me preocupa mi vencimiento. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!

¡Alah tenga en su compasión a Yezid ben Auf! Murió mártir del amor’.

Luego dijo el joven rico: ‘Escuchad ahora un rasgo de tofailismo. Y ya sabéis que nuestros padres árabes entendían por esta palabra -que tiene su origen en Tofail el tragón- la costumbre que tienen ciertas personas de invitarse por sí mismas a los festines y tragar comidas y bebidas sin que se les ruegue que lo hagan. Por tanto, escuchad’.

Y dijo:

El parásito

‘Cuentan que el Emir de los Creyentes El-Walid, hijo de Yezid, el Ommiada, se complacía extremadamente en la compañía de un tragón famoso, amigo de los buenos platos y de todo tufillo apetitoso, que se llamaba Tofail el de los Festines, y cuyo nombre ha servido desde entonces para caracterizar a los parásitos que se invitan por sí mismos a las bodas y a los festines. Por otra parte, aquel Tofail, gastrónomo en grande, era hombre ingenioso, ilustrado, maligno, burlón; y era vivo en la respuesta y en el chiste. Además, su madre estaba convicta de adulterio. Y él es precisamente quien ha condensado la doctrina de los parásitos en algunas reglas cortas, al mismo tiempo que prácticas, que se resumen en los datos siguientes:

‘Quien se invite a una buena comida de bodas, evite con cuidado mirar acá y allá con aire inseguro.

Entre con pie firme y escoja el mejor sitio, sin fijarse en nada, a fin de que los invitados y convidados crean que es un personaje de la mayor importancia.

Si el portero de la casa se muestra agrio y reacio, amonéstesele y humíllesele para que no pueda permitirse la menor observación.’

Una vez sentado ante el mantel, arrójese sobre la comida y la bebida, y esté más cerca del asado que el propio asador.

Trabaje en los pollos rellenos y en la carne, aunque sea seca, con dedos más cortantes que el acero.

Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad que Tofail fue el padre de los devoradores y la corona de los parásitos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima octogésima segunda noche

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lunes, 28 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima octogésima noche

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Pero cuando llegó la 980ª noche

Ella dijo:

...Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes. Y el niño creció y se desarrolló. Y cuando tuvo dos años de edad, una joven esclava se acercó un día a la nodriza, y le dijo: ‘Mi señora me envía a rogarte que me dejes llevar a su casa tu niño. Porque está encinta, y en vista de la hermosura de este niño -¡Alah te lo conserve y aleje de él el ojo malhechor!-, desea pasarse algunos instantes mirándole para que el niño que lleva ella en su seno se forme a semejanza de éste’. Y la nodriza contestó: ‘Está bien. Llévate al niño; pero he de acompañarte yo’.

Y así se hizo. Y la joven esclava entró con el niño en casa de su señora. Y en cuanto la dama vio al niño, se arrojó sobre él llorando, y le tomó en sus brazos, cubriéndole de besos y apretándole contra ella, en el límite de la emoción.

En cuanto a la nodriza, se apresuró a ir a presentarse entre las manos del califa, y le contó lo que acababa de pasar, añadiendo: ‘Y esa dama no es otra que la purísima Saleha, la hija del venerable ansariano jeique Saleh, que ha visto y seguido como discípulo abnegado a nuestro Profeta bendito (¡con Él la plegaria y la paz!).

Y Omar reflexionó. Luego se levantó, cogió su sable, se lo escondió debajo del vestido, y fue a la casa indicada. Y encontró al ansariano sentado a la puerta de su morada, y le dijo, después de las zalemas: ‘¡Oh venerable jeique! ¿Qué ha hecho tu hija Saleha?’ Y el jeique contestó: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¿Mi hija Saleha? Alah la recompense por sus buenas obras. Mi hija es de todos conocida por su piedad y su conducta ejemplar, por su conciencia en cumplir sus deberes para con Alah y para con su padre, por su celo en las plegarias y demás obligaciones impuestas por nuestra religión, por la pureza de su fe’.

Y Omar dijo: ‘Está bien. Pero yo desearía tener una entrevista con ella para aumentar su amor al bien y animarla aún más a practicar obras meritorias’. Y dijo el jeique: ‘Alah te colme con sus favores ¡oh Emir de los Creyentes! por la buena voluntad que tienes a mi hija. Espera aquí un momento a que yo vuelva, pues voy a anunciar tus propósitos a mi hija’. Y entró, y pidió a Saleha que recibiese al califa. Y se introdujo en la casa a Omar.

Y he aquí que, al llegar a presencia de la joven, Omar ordenó a las personas presentes que se retiraran. Y salieron éstas inmediatamente y dejaron al califa y a Saleha solos, absolutamente solos. ‘Quiero que me des datos precisos respecto de la muerte del joven encontrado hace tiempo en un camino. Tú tienes esos datos. Y si tratas de ocultarme la verdad, entre tú y ella se interpondrá este sable, ¡oh Saleha!’ Y contestó ella, sin turbarse: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! has encontrado lo que buscas. Y por la grandeza del nombre de Alah el Altísimo y por los méritos del Profeta bendito (¡con Él la plegaria y la paz!) juro que voy a decirte la verdad entera’. Y bajó la voz y dijo:

Sabes, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que yo tenía a mi servicio una mujer vieja que siempre estaba en casa y que me acompañaba a todas partes cuando yo salía. Y la consideraba y la quería como quiere una hija a su madre. Y por su parte, en cuanto me atañía y me interesaba, ponía ella una atención y un cuidado extremados. Y durante mucho tiempo la estimé y escuché con respeto y veneración.

‘Pero llegó un día en que me dijo ella: ‘¡Oh hija mía! necesito hacer un viaje a casa de mis allegados. Pero tengo aquí una hija. Y en el sitio en donde está tengo miedo de que se vea expuesta a cualquier desgracia irremediable. Te suplico, pues, que me permitas traértela y dejarla contigo hasta mi regreso’. Y al punto le di mi consentimiento. Y se marchó.

‘Y al día siguiente vino a mi casa su hija. Y era una joven de aspecto delicioso, de buena apariencia, alta y bien formada. Y sentí por ella un afecto grande. Y la hice acostarse en la habitación donde yo dormía.

‘Y una siesta, mientras dormía, me sentí de pronto asaltada en mi sueño y arrollada por un hombre que pesaba sobre mí a plomo y me inmovilizaba, sujetándome ambos brazos. Y deshonrada, mancillada ya, pude por fin soltarme de su abrazo. Y descubrí que él no era otro que mi joven compañera. Y me había engañado el disfraz de aquel joven imberbe a quien tan fácil había sido pasar por una muchacha.

‘Y cuando le maté, hice sacar su cadáver y mandé que le dejaran en el paraje donde se le encontró. Y permitió Alah que yo fuese madre por culpa de los manejos ilícitos de aquel hombre. Y cuando eché al mundo al niño, hice que le dejaran también en el camino donde se abandonó a su padre, sin querer encargarme ante Alah de criar a un hijo que me había nacido contra mi consentimiento.

‘Y ésta es ¡oh Emir de los Creyentes! la historia exacta de esos dos seres. Y te he dicho la verdad. ¡Y Alah responderá de mí!’.

Y Omar exclamó: ‘Cierto que me has dicho la verdad, Alah extienda sobre ti Sus gracias’. Y admiró la virtud y el valor de aquella muchacha, le recomendó perseverancia en las buenas obras, e hizo votos por ella al cielo. Luego salió. Y al partir, dijo al padre: ‘¡Alah colme de bendiciones tu casa! Virtuosa hija es tu hija.

¡Bendita sea! Ya le he hecho exhortaciones y recomendaciones’. Y el venerable jeique ansariano contestó: ‘¡Alah te conduzca a la dicha, ¡oh Emir de los Creyentes! y te dispense los favores y beneficios que desee tu alma! ‘

Luego el joven rico, tras de tomar algún reposo, continuó: ‘Ahora, para cambiar de asunto, voy a deciros la historia de La cantarina Salamah La Azul’.

La cantarina Salamah La Azul

Y dijo:

‘El hermoso poeta, músico y cantor Mohammad el Kúfico, cuenta esto:

‘Jamás tuve, entre las jóvenes y las esclavas a quienes daba lecciones de música y de canto, una discípula más bella, más viva, más seductora, más espiritual y mejor dotada que Salamah la Azul. Llamábamos la Azul a esta joven morena, porque en su labio había una encantadora sombra de bozo azulado, semejante a un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por allí graciosamente una pluma de escriba experto o la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y al mirarla arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella a una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas más que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: ‘¡Ah! Ahí está la Azul’. Y se la amó apasionadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la conocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un servidor obediente, un esclavo a sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana habría ido yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima octogésima primera noche

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domingo, 27 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima novena noche

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Pero cuando llegó la 979ª noche

Ella dijo:

...Y el jefe persa contestó: ‘Temo que se aprovechen del momento en que esté bebiendo para darme muerte’. Pero Omar le dijo: ‘¡Alah nos libre de merecer tales sospechas! Estás en seguridad hasta que esa agua haya refrescado tus labios y extinguido tu sed’. A estas palabras del califa, el listo persa tiró el vaso al suelo y lo rompió. Y Omar, ligado por su propia palabra, renunció generosamente a molestarle. Y Harmozán, conmovido ante aquella grandeza de alma, se ennobleció con el Islam. Y Omar le señaló una pensión de dos mil dracmas.

Y durante la toma de Jerusalem , que es la ciudad santa de Issa (Jesús), hijo de Mariam, el profeta más grande antes de la llegada de nuestro señor Mahomed (¡con Él la plegaria y la paz!), y en torno a cuyo templo daban vueltas al principio los creyentes para hacer oración, el patriarca Sofronios, jefe del pueblo, había consentido en capitular, pero con la condición de que fuera el califa en persona a tomar posesión de la ciudad santa. E informado del tratado y de las condiciones, Omar se puso en marcha. Y el hombre que era califa de Alah sobre la tierra, y que había hecho doblar la cabeza ante el estandarte de Islam a tantos potentados, abandonó Medina sin guardia, sin séquito, montado en un camello que llevaba dos sacos, uno de los cuales contenía cebada para el bruto y, el otro, dátiles. Y delante llevaba un plato de madera y detrás un odre lleno de agua. Y caminando día y noche, sin detenerse más que para rezar la plegaria o para hacer justicia en el seno de alguna tribu encontrada al paso, llegó así a Jerusalem. Y firmó la capitulación. Y se abrieron las puertas de la ciudad. Y llegado que fue a la iglesia de los cristianos, advirtió Omar que estaba próxima la hora de la plegaria; y preguntó al patriarca Sofronios dónde podría cumplir con aquel deber de los creyentes.

Y el cristiano le propuso la propia iglesia. Pero Omar se escandalizó diciendo:

‘No entraré a orar en vuestra iglesia, y lo hago en interés vuestro, cristianos. Porque si el califa orara en este lugar, los musulmanes se apoderarían de este sitio al punto, y os lo arrebatarían sin remedio’. Y tras de recitar la plegaria, volviéndose hacia la kaaba santa, dijo al patriarca: ‘Ahora, indícame un paraje para alzar una mezquita en que los musulmanes puedan, en lo sucesivo, reunirse para rezar la plegaria sin turbar a los vuestros en el ejercicio de su culto’. Y Sofronios le condujo al emplazamiento del templo de Soleimán ben Daúd, al mismo paraje en donde se había dormido Yacub, hijo de Ibraim. Y señalaba una piedra aquel sitio, que servía de receptáculo a las inmundicias de la ciudad. Y como la piedra de Yacub se hallaba cubierta con aquellas inmundicias, Omar, dando ejemplo a los obreros, llenó de estiércol el halda de su traje y fue a transportarlo lejos de allí. Y así hizo desescombrar el emplazamiento de la mezquita, que todavía lleva su nombre, y que es la mezquita más hermosa de la tierra.

Y Omar (¡Alah le colme con Sus dones escogidos!) tenía la costumbre de llevar un báculo en la mano, y vestido con un traje agujereado y remendado en distintos sitios, recorrer los zocos y las calles de la Meca y de Medina, amonestando con severidad y con rigor, y aun castigando a palos en el acto a los mercaderes que engañaban a los compradores o encarecían la mercancía.

Un día, pasando por el zoco de la leche fresca y cuajada, vio una mujer vieja que tenía ante sí a la venta varios cuencos de leche. Y se acercó a ella, tras de mirarla hacer durante cierto tiempo, y le dijo: ‘¡Oh mujer! guárdate de engañar en adelante a los musulmanes, como acabo de verte hacer, y ten cuidado de no echar agua a la leche’. Y la mujer contestó: ‘Escucho y obedezco, ¡oh Emir de los Creyentes!’ Y Omar pasó sin más ni más. Pero al día siguiente dio otra vuelta por el zoco de la leche, y acercándose a la vieja lechera, le dijo: ‘¡Oh mujer de mal agüero! ¿No te advertí ya que no echaras agua a la leche?’ Y la vieja contestó: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! te aseguro que no lo he vuelto a hacer’. Pero aún no había pronunciado estas palabras, cuando se hizo oír, indignada, desde dentro una voz de joven, que dijo: ‘¡Cómo madre mía! ¿Te atreves a mentir en la cara del Emir de los Creyentes, añadiendo con ello al fraude una mentira, y a la mentira la falta de veneración al califa? ¡Alah os perdone!’

Y Omar oyó estas palabras y se detuvo conmovido. Y no hizo el menor reproche a la vieja. Pero encarándose con sus dos hijos, Abdalah y Acim, que le acompañaban en su paseo, les dijo: ‘¿Cuál de vosotros dos quiere casarse con esa virtuosa joven? Todo hace esperar que Alah, con el soplo perfumado de Sus gracias, dé a esa niña una descendencia tan virtuosa como ella’.

Y contestó Acim, el hijo menor de Omar: ‘¡Oh padre mío! yo me casaré con ella’. Y se efectuó el matrimonio de la hija de la lechera con el hijo del Emir de los Creyentes. Y fue un matrimonio bendito. Porque le nació una hija, que se casó más tarde con Abd El-Aziz ben Merwán. Y de este último matrimonio nació Omar ben Abd El-Aziz, que subió al trono de los Ommiadas, siendo el octavo en el orden dinástico, y fue uno de los cinco grandes califas del Islam. Loores Al que eleva a quien Le place.

Y Omar acostumbraba a decir: ‘No dejaré nunca sin venganza la muerte de un musulmán’. Y he aquí que un día, mientras presidía la sesión de justicia en las gradas de la mezquita, llevaron a su presencia el cadáver de un adolescente imberbe todavía, con las mejillas suaves y pulidas como las de una muchacha. Y le dijeron que aquel adolescente había sido asesinado por una mano desconocida, y que habían encontrado su cuerpo tirado en un camino.

Omar pidió informes y se esforzó en recoger detalles de la muerte; pero no pudo llegar a saber nada, ni a descubrir el rastro del matador. Y se apenó su alma de justiciero al ver la esterilidad de sus pesquisas. E invocó al Altísimo, diciendo: ‘¡Oh Alah! ¡Oh Señor! permite que logre descubrir al matador’. Y a menudo se le oyó repetir este ruego. Y he aquí que, a principios del año siguiente, le llevaron un niño recién nacido, vivo todavía, que habían encontrado abandonado en el mismo paraje donde había sido tirado el cadáver del adolescente. Y Omar exclamó al punto:

‘¡Loores a Alah! ¡Ahora ya soy dueño de la sangre de la víctima! Y se descubrirá el crimen, si Alah quiere’.

Y se levantó y fue en busca de una mujer de confianza, a quien entregó el recién nacido, diciéndole: ‘Encárgate de este pobre huérfano, y no te preocupes por lo que necesite. Pero dedícate a escuchar cuanto se diga a tu alrededor con respecto a este niño, y ten cuidado de no dejar que nadie le coja ni le aleje de tus oídos. Y si encontraras una mujer que le besase y le estrechase contra su pecho, infórmate con sigilo de su morada y avísame en seguida. Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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sábado, 26 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima octava noche

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Pero cuando llegó la 978ª noche

Ella dijo:

‘¡...Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre. Pero mi boca no es lo bastante pura, ciertamente, para cantar sus alabanzas. Por eso me contentaré con repetiros sólo lo que una vez me dijo con respecto a nosotras, las mujeres, que en la gehenna somos los tizones más numerosos que el fuego devora. En efecto, un día en que yo le rogaba me diera consejos y palabras que me encaminasen al cielo, me dijo:

‘¡Oh Aischah, mi querida Aischah! Ojalá las mujeres de los musulmanes se observaran y velaran por sí mismas, tuvieran paciencia en la pena, agradecimiento en el bienestar, dieran a sus maridos numerosos hijos, los rodearan de consideraciones y cuidados, y no desdeñaran nunca los beneficios que Alah prodiga por mediación de ellos. Porque ¡oh mi bienamada Aischah! el Retribuidor niega Su misericordia a la mujer que ha desdeñado Sus bondades. Y la que, fijando miradas insolentes en su marido, diga delante o detrás de él: ‘¡Qué cara tan fea tienes! ¡qué repugnante eres, antipático ser!’, a esa mujer ¡oh Aischah! le torcerá los ojos y la dejará bizca, le alargará y deformará el cuerpo, la hará pesada o innoble, convirtiéndola en masa repelente de carne fofa, suciamente acurrucada sobre su base de carnes ajadas, flácidas y colgantes. Y la mujer que, en la cama conyugal o en otra parte, se muestra hostil a su marido, o le irrita con palabras agrias, o provoca su mal humor, ¡oh! A esa el Retribuidor, en el día del Juicio, le estirará la lengua sesenta codos, hasta dejarla convertida en una sucia correhuela carnosa, que se enrollará al cuello de la culpable, hecha carne horrible y lívida. Pero ¡oh Aischah! la mujer virtuosa que no turba jamás la tranquilidad de su marido, que nunca pasa la noche fuera de su casa sin permiso, que no se emperifolla con vestiduras rebuscadas y velos preciosos, que no se pone anillas preciosas en brazos y piernas, que jamás trata de atraer las miradas de los creyentes, que es bella con la belleza natural puesta en ella por su Creador, que es dulce en palabras, rica en buenas obras, respetuosa y diligente para su marido, tierna y amante para sus hijos, buena consejera para su vecina y benévola para toda criatura de Alah, ¡oh! ¡Oh! ¡Esa, mi querida Aischah, entrará en el paraíso con los profetas y los elegidos del Señor!’

Y exclamé, toda conmovida: ‘¡Oh Profeta de Alah! ¡Me eres más caro que la sangre de mi padre y de mi madre!’ ‘¡Y ahora que hemos llegado a los benditos tiempos del Islam -continuó el joven-, escuchad algunos rasgos de la vida del califa Omar ibn Al-Khatabb (¡Alah le colme con Sus favores!), que fue el hombre más puro y más rígido de aquellos tiempos puros y rígidos, el emir más justo entre todos los emires de los creyentes!’

Y dijo:

Omar el separador

‘Cuentan que al Emir de los Creyentes Omar ibn Al-Khattab -que fue el califa más justo y el hombre más desinteresado del Islam se le apodó El-Farrukh, o el Separador, porque tenía la costumbre de separar en dos, de un sablazo, a todo hombre que se negara a obedecer una sentencia pronunciada contra él por el Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)

Y eran tales su sencillez y su desinterés que un día, tras de adueñarse de los tesoros de los reyes del Yemen, mandó distribuir todo el botín entre los musulmanes, sin distinción. Y entre otras cosas, le tocó a cada uno una tela rayada del Yemen. Y Omar tuvo una parte exactamente igual a la del menor de sus soldados. Y mandó que le hicieran un vestido nuevo con aquella pieza de tela rayada del Yemen que le había tocado en el reparto; y así vestido, subió al púlpito de Medina y arengó a los musulmanes para emprender una nueva expedición contra los infieles. Pero he aquí que un hombre de la asamblea se levantó y le interrumpió en su arenga, diciéndole: ‘No te obedeceremos’.

Y Omar le preguntó: ‘¿Por qué?’

Y el hombre contestó: ‘Porque, cuando has hecho el reparto de las telas rayadas del Yemen, a cada musulmán le ha tocado una pieza, y a ti mismo también te ha tocado una sola pieza. Pero esa pieza no ha podido bastar para hacerte el traje completo con que te estamos viendo vestido hoy. Por tanto, de no haber tomado, a escondidas nuestras, una parte más considerable que la que nos has dado, no podrías tener el traje que llevas, sobre todo con la mucha estatura que tienes’.

Y Omar se encaró con su hijo Abdalah, y le dijo: ‘¡Oh Abdalah! contesta a ese hombre. Porque su observación es justa’. Y Abdalah, levantándose, dijo: ‘¡Oh musulmanes! sabed que, cuando el Emir de los Creyentes Omar quiso hacerse coser un traje con su pieza de tela, resultó ésta escasa. Por consiguiente, como no tenía traje a propósito para vestirse hoy, le he dado parte de mi pieza de tela para completar su traje’. Luego se sentó. Entonces, el hombre que había interpelado a Omar, dijo: ‘¡Loores a Alah! Ahora ya te obedeceremos, ¡oh Omar!’

Y otra vez, después de conquistar Omar la Siria, la Mesopotamia, el Egipto, la Persia y todos los países de los rums, y después de caer sobre Bassra y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde, vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen a la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia a todos por igual, al emir lo mismo que al camellero.

Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba a los rums de Constantinia, le envió un embajador, con encargo de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Medina, preguntó a los habitantes: ‘¿Dónde está vuestro rey?’ Y ellos contestaron: ‘¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar ibn Al-Khattab!’

El preguntó: ‘¿Dónde está? ¡Llevadme a él!’ Ellos contestaron: ‘Estará haciendo justicia, o acaso descansando’. Y le indicaron el camino de la mezquita.

Y el embajador de Kaissar llegó a la mezquita, y vio a Omar dormido al sol de la siesta en las gradas ardientes de la mezquita, descansando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor, formando un amplio charco en torno a su cabeza.

Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de exclamar: ‘¡He ahí, como un mendigo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes de la tierra, y que es dueño del más vasto Imperio de este tiempo!’

Y allí quedó en pie, presa del espanto, pues habíase dicho:

‘Cuando un pueblo está gobernado por un hombre como éste, los demás pueblos deben vestirse trajes de luto’.

Y en la conquista de Persia, entre otros objetos maravillosos cogidos en el palacio del rey Jezdejerd, en Istakhar, se apoderó de una alfombra de sesenta codos en cuadro, que representaba un parterre, del que cada flor, formada con piedras preciosas, se erguía sobre un tallo de oro. Y el jefe del ejército musulmán, Saad ben Abu-Waccas, aunque no estaba muy versado en la tasación mercantil de objetos preciosos, comprendió, sin embargo, cuánto valía una maravilla semejante, y la rescató del pillaje del palacio de los Khosroes para hacer un presente con ella a Omar. Pero el rígido califa (¡Alah le cubra con Sus gracias!), que ya, cuando la conquista del Yemen, no había querido tomar, en el despojo de los países conquistados, más tela rayada que la que necesitaba para hacerse un traje, no quiso, aceptando semejante don, dar pábulo a un lujo cuyos efectos temía por su pueblo. Y acto seguido hizo cortar la pesada alfombra en tantos pedazos como jefes musulmanes había entonces en Medina. Y no se quedó con ningún pedazo para él. Y era tanto el valor de aquella rica alfombra, aun destrozada, que Alí (¡con él las gracias más escogidas!) vendió por veinte mil dracmas, a unos mercaderes sirios, el retazo que le había tocado en el reparto.

Y también en la invasión de Persia fue cuando el sátrapa Harmozán, que había resistido con más valor que nadie a los guerreros musulmanes, consintió en rendirse, pero remitiéndose a la propia persona del califa para que decidiera en su suerte.

Como Omar se encontraba en Medina, Harmozán fue conducido a aquella ciudad bajo la custodia de una escolta comandada por dos emires de los más valerosos entre los creyentes. Y llegados que fueron a Medina, aquellos dos emires, queriendo hacer valer a los ojos del califa la importancia y el rango de su prisionero persa, le hicieron poner el manto bordado de oro y la alta tiara resplandeciente que llevaban los sátrapas en la corte de los Khosroes. Y revestido con aquellas insignias de su dignidad, el jefe persa fue llevado ante las gradas de la mezquita, donde estaba sentado el califa, sobre una estera vieja, a la sombra de un pórtico. Y advertido, por los rumores del pueblo, de la llegada de aquel personaje, Omar alzó los ojos, y vio delante de él al sátrapa vestido con toda la pompa usada en el palacio de los reyes persas. Y por su parte, Harmozán vio a Omar; pero se negó a reconocer al califa, al dueño del nuevo Imperio, en aquel árabe vestido con trajes remendados y sentado solo, sobre una estera vieja, en el patio de la mezquita. Pero Omar, reconociendo en aquel prisionero a uno de aquellos orgullosos sátrapas que durante tanto tiempo habían hecho temblar, con una mirada, a las tribus más fieras de Arabia, exclamó en seguida: ‘¡Loores a Alah, que ha traído al Islam bendito para humillaros a ti y a tus semejantes!’ Y mandó despojar de sus trajes dorados al persa, e hizo que le cubriesen con una grosera tela del desierto; luego le dijo: ‘Ahora que estás vestido con arreglo a tus méritos, ¿reconocerás la mano del Señor a quien sólo pertenecen todas las grandezas?’

Y Harmozán contestó: ‘Claro que la reconozco sin esfuerzo. Porque, mientras la divinidad ha sido neutral, os hemos vencido, como atestiguo con todos nuestros triunfos pasados y toda nuestra gloria. Preciso es, pues, que el Señor de que hablas haya combatido en favor vuestro, ya que acabáis de vencernos a vuestra vez’.

Y al oír estas palabras en que la aquiescencia se confundía con la ironía, Omar frunció las cejas de tal manera, que el persa temió que su diálogo terminase con una sentencia de muerte. Así es que, fingiendo una sed violenta, pidió agua, y cogiendo el vaso de barro que le presentaban, fijó sus miradas en el califa, y pareció vacilar en llevárselo a los labios. Y Omar preguntó: ‘¿Qué temes?’ Y el jefe persa contestó:

‘Temo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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viernes, 25 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 977ª noche

Ella dijo:

...Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie, dio la voz de marcha y de ataque inmediato al campo kodaida. Y todos los escuadrones de los Kinditas se pusieron en marcha. Y cayeron de improviso sobre el campamento de Ziad. Y se entabló una refriega furiosa. Y no tardaron los Kodaidas de Ziad en ser arrollados y puestos en fuga. Y su campamento, tomado por asalto, fue saqueado y quemado. Y se mató a los que se mató, y se esparció en el viento el furor de lo que quedaba.

En cuanto a Ziad, le advirtió Hojjr entre la muchedumbre cuando trataba de atraer de nuevo hacia la lucha a los que huían. Y chillando y aullando, Hojjr cayó sobre él como ave de rapiña, le cogió a brazo cuando pasaba en su caballo, y levantándole en el aire, le tuvo así un momento a pulso, golpeándole luego contra el suelo, y le molió los huesos. Y le cortó la cabeza y la colgó a la cola de su caballo.

Y satisfecha su venganza respecto a Ziad, se dirigió a Hind, a quien había recuperado. Y la ató a dos caballos, fustigándolos y haciéndolos galopar, despedazó a la traidora…”

………………………………
Nota del recopilador:
A pesar de mi frustración no he podido conseguir la página correspondiente a los pocos párrafos faltantes y al comienzo del cuento siguiente. Pido disculpas.
………………………………


“…se sobrepone a su hambre en una noche de festín; vigilante, no duerme nunca en noche de peligro; hospitalario, ha establecido su morada muy cerca de la plaza pública para recoger viajeros. ¡Oh! ¡Cuán grandioso y hermoso es, cuán encantador! Tiene la piel suave y blanca, como una seda de conejo que os cosquillea deliciosamente. Y el perfume de su aliento es el aroma leve del zarnab. Y no obstante su fuerza y poderío, obro a mi antojo con él’.

La sexta dama yemenita, por último, sonrió dulcemente y dijo a su vez: ‘¡Oh! mi marido es Malik Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una familia pobre que vivía con apuro y estrechez, y me condujo a su tienda de hermosos colores, y me enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los tobillos con hermosas pulseras, y los brazos con robustas redondeces. Me ha honrado como a esposa, y me ha llevado a una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las hermosas lanzas samharianas de mástiles derechos, donde sin cesar se oyen los relinchos de las yeguas, los gruñidos de las camellas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo a mi antojo, y jamás me reprende ni me censura. Si me acuesto, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha fecundado mis flancos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquirrita parece el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría a su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encantador, que cuando anda y se balancea con tanta gracia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deliciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu. Está tan regordeta, que llena por completo su vestido, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos; tiene el vientre tan formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa, rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro; las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos lindas y generosas; la alegría franca y vivaracha; la conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡Que el cielo me conserve a Abu-Zar, y al hijo de Abu-Zar, y a la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegría!’

Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias a todas por haberme proporcionado el placer de escucharlas, y a mi vez, tomé la palabra, y les dije: ‘¡Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima septuagésima octava noche

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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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jueves, 24 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima sexta noche

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Pero cuando llegó la 976ª noche

Ella dijo:

...y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado.

Y desde entonces el poeta fue despedido por la hija del rey, que nunca consintió en perdonarle su traición. Y para desahogar su dolor y sus penas, compuso él la kásidah siguiente:

¡Adiós, hermana Bekrida! ¡Y quede a tu lado la dicha, a pesar de mi marcha!

¡Ay! ¡Antes, por lo menos, desgraciado Murakisch, tu Fátimah encantaba tus noches y apuñalaba tu corazón con su talle elegante como la rama del nabk, y con su andar cadencioso como el del avestruz!

Con su talle y con su andar y con su belleza límpida cual el agua de los estanques.

Con su belleza y con sus lindos dientes límpidos, humedecidos de fresca saliva, que parecía rocío puro, y con sus mejillas bruñidas y lisas como una capa de plata; y con sus manos bonitas y sus brazaletes; ¡y con las ondas negras de sus cabellos, ella daba encanto a tus noches, haciendo palpitar tu corazón!

¡Ay! ¡Llegó el adiós! ¡Y se ha desvanecido todo!

¡Por el capricho de un amigo ¡oh generoso Murakisch! dejaste que se desvaneciera todo! ¡Muérdete las manos de desesperación, y corta con tus dientes tus diez dedos, por culpa del capricho de un dichoso amigo!

¡Ay! ¡Se ha desvanecido todo, y no es un sueño, porque estás despierto, y los sueños son hermosas ilusiones del que duerme, y te están vedados para siempre jamás!

Y el poeta Murakisch se cuenta entre los que murieron de amor’.

Luego dijo el joven a sus oyentes: ‘Antes de llegar a los tiempos islámicos, escuchad esta historia del rey de los Kinditas y su esposa Hind’.

Y dijo:

La venganza del rey Hojjr

‘Se nos ha transmitido por los relatos de nuestros antiguos padres que el rey Hojjr, jefe de las tribus kinditas, y padre de Imrú Ul-Kais, el poeta más grande de la gentilidad, era el hombre más temido entre los árabes por su ferocidad y su temeridad intrépida. Y tan severo era hasta con los individuos de su propia familia, que su hijo, el príncipe Imrú Ul-Kais, tuvo que huir de las tiendas paternas, a fin de dar libre curso a su genio poético. Porque el rey Hojjr consideraba que ostentar públicamente el título de poeta era para su hijo una derogación de la nobleza y de la alteza de su linaje.

Y he aquí que, cuando el rey Hojjr estaba un día lejos de su territorio, de expedición guerrera contra la tribu disidente de los Bani-Assad, acaeció que sus antiguos enemigos los Kodaidas, mandados por Ziad, invadieron de pronto en razzia sus tierras, se llevaron un botín considerable, enormes provisiones de dátiles secos, una porción de caballos, de camellos y de acémilas, y numerosas mujeres y muchachas kinditas. Y entre las cautivas de Ziad se encontraba la mujer más amada del rey Hojjr, la bella Hind, joya de la tribu.

Así es que, en cuanto tuvo noticia de aquel acontecimiento, Hojjr volvió sobre sus pasos a la carrera, con todos sus guerreros, y se dirigió al lugar donde pensaba encontrarse con su enemigo Ziad, el raptor de Hind. Y, en efecto, no tardó en llegar a poca distancia del campo de los Kodaidas. Y al punto envió a dos espías muy duchos, llamados Saly y Sadús, para reconocer el terreno y procurarse el mayor número posible de informes respecto a la tropa de Ziad.

Y los dos espías lograron introducirse en el campamento sin ser reconocidos. E hicieron preciosas observaciones acerca de la cuantía del enemigo y la disposición del campo. Y después de algunas horas pasadas en inspeccionarlo todo, el espía Saly dijo a su compañero Sadús: ‘Todo lo que acabamos de ver me parece suficiente como nociones e informes respecto a los proyectos de Ziad. Y voy a poner al rey Hojjr al corriente de lo que hemos presenciado’. Pero Sadús contestó: ‘Yo no me voy hasta que no tenga detalles todavía más importantes y más precisos’. Y se quedó solo en campamento de los Kodaidas. En cuanto cerró la noche, unos hombres de Ziad fueron a hacer la guardia junto a la tienda de su jefe, y se apostaron en grupos acá para allá. Y temiendo ser descubierto, Sadús, el espía de Hojjr, tuvo un golpe de audacia, y valientemente dio un manotazo en el hombro a un guardia que acababa de sentarse en tierra como los demás, y le apostrofó con acento imperativo, diciéndole: ‘¿Quién es el que se encuentra en el interior de la tienda?’ A lo que el guardia respondió: ‘Es mi señor, el gran Ziad con su bella cautiva Hind’.

Tras estas palabras, Sadús desvaneció al guardia y hallando el camino libre se acercó a la tienda Y he aquí que en seguida oyó hablar dentro de la tienda. Y era la voz del propio Ziad, que poniéndose al lado de su bella cautiva Hind, la besaba y jugueteaba con ella. Y entre otras cosas, Sadús oyó el diálogo siguiente. La voz de Ziad dijo: ‘Dime, Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si supiera que en este momento estoy a tu lado, de dulce charla?’

Y contestó Hind: ‘¡Por la muerte! correría sobre tu pista como un lobo, y no interrumpiría su carrera hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas’.

Y al oír estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada a su cautiva, le dijo: ‘¡Ah! ya te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres humillarme’. Pero Hind protestó vivamente, diciendo: ‘Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jamás he detestado a un varón como detesto a mi esposo Hojjr. Pero puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensamiento? En verdad que nunca vi hombre más vigilante y más circunspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando vela’.

Y Ziad le preguntó: ‘¿Cómo es eso? Explícate’. Entonces dijo Hind: ‘Escucha. Cuando Hojjrs está bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abierto, y la mitad de su ser está despierto. Y es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mientras dormía él a mi lado y yo velaba su sueño, he aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fue derecha a su rostro. Y Hojjr, sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se le deslizó hacia la palma abierta de la mano. Y Hojjr cerró la mano al punto. Entonces la serpiente, molesta, se encaminó a un pie que tenía estirado. Pero Hojjr siempre dormido, encogió la pierna y subió el pie. Y la serpiente, desorientada, no supo adónde ir, y se decidió a arrastrarse hasta un tazón de leche que Hojjr me recomendaba que de continuo tuviera lleno junto a su lecho. Y una vez que llegó al tazón, la serpiente se sorbió vorazmente la leche y luego la vomitó en el tazón.

Y al ver aquello, pensaba yo, recocijándome en el alma: ‘¡Qué suerte tan inesperada! Cuando Hojrr despierte, se beberá esa leche, envenenada ahora, y morirá al instante. ¡Ah! voy a verme libre de ese lobo’. Y al cabo de cierto tiempo, se despertó Hojjr, sediento y pidiendo leche. Y tomó de mis manos el tazón; pero tuvo cuidado olfatear primero el contenido. Y he aquí que le tembló la mano, y el tazón cayó y se volcó. Y se salvó él. Así lo hace todo, en cualquier circunstancia. Lo piensa todo, lo prevé todo, y jamás está desprevenido’.

Y Sadús el espía oyó estas palabras; luego ya no percibió nada de lo que se decían Ziad e Hind, a no ser el ruido de sus besos y suspiros. Entonces levantóse sigilosamente y se evadió. Y una vez fuera del campamento, caminó a buen paso, y antes del alba estuvo junto a su señor Hojjr, a quien contó cuanto había visto y oído. Y terminó su relato diciendo: ‘Cuando los dejé, Ziad tenía la cabeza apoyada en las rodillas de Hind; y jugueteaba con su cautiva, que le correspondía placentera’.

Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima septuagésima séptima noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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miércoles, 23 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima quinta noche

_______________________________

Y cuando llegó la 975ª noche

Ella dijo:

Y en aquella batalla memorable fue precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada. Porque en lo más reñido del combate, y cuando parecía incierto el éxito, las dos jóvenes saltaron de pronto al suelo desde sus caballos, se desnudaron en un abrir y cerrar de ojos, y arrojando a lo lejos trajes y cotas de malla, se precipitaron, con los brazos hacia adelante, una en medio del ala derecha del ejército bekrida, y la otra en medio del ala izquierda, estremecidas y enteramente desnudas, conservando sólo en la cabeza sus ornamentos de color verde. Y cada cual clamó con toda su voz en la refriega un canto de guerra improvisado, que desde entonces se canta con el ritmo ramel pesado y en la tónica de la cuerda media del tetracordio, faltando el segundo ritmo medido sordamente por el aff.

He aquí primero el canto de Ofairah los Soles:

¡Al enemigo! ¡Al enemigo! ¡Al enemigo!

¡Encended la batalla, hijos de Bekr y de Zimmán, azuzad la pelea!

¡Las alturas están inundadas de escuadrones salvajes!

¡Adelante, pues! ¡Al enemigo! ¡Al enemigo!

¡Honores, honores a quien esta mañana se vista con el manto rojo!

¡Vamos, guerreros nuestros!

¡Caed sobre ellos, y os abrazaremos con toda la fuerza de nuestros brazos!

¡Aseméjense las heridas, anchurosas, a la abertura del vestido de una loca furiosa!

¡Y os preparemos una cama con muelles cojines!

¡Pero, si retrocedéis, huiremos de vosotros como de hombres indignos de amor!

¡Adelante, pues! ¡Al enemigo, al enemigo!

¡Adelante, y honor a los hijos de Bekr y de Zimmán!

¡Encended la batalla, azuzad la pelea!

¡Matad y vivid, hijos de mi raza! ¡Adelante!

Y he aquí el canto de guerra clamado por la cólera de Hozeilah las Lunas para exaltar el ardor de los que rodeaban el pendón de los Bani-Zimmán, junto a su padre Find, que había cortado los jarretes de su camello para estar seguro de no retroceder un paso:

¡Valor, hijos de Zimmán; valor, nobles Bekridas; herid, herid con vuestros sables cortantes!

¡Sacudid sobre sus cabezas las mil teas de la guerra roja!

¡Degollemos, degollemos a todos!

¡Valor, defensores de vuestras mujeres!

¡Somos las hijas hermosas de la estrella de la mañana; el almizcle perfuma nuestras cabelleras, las perlas nos adornan el cuello!

¡Degollad, degollad a todos!

¡Y os estrecharemos en nuestros brazos!

¡Valor, valor, heroicos jinetes de Rabiah!

¡Al más bravo de vosotros le sacrificaré mi flor virginal!

¡Caed sobre el enemigo! ¡Para el más bravo será Hozeilah las Lunas!

¡Degollad, degollad a todos!

¡Pero a los cobardes que retrocedan les desdeñaremos!

¡Con ese desdén de los labios y del corazón que acompaña al desprecio!

¡Herid, pues, con vuestros sables cortantes!

¡Que su sangre sirva de alfombra a nuestros pies!

¡Degollad a todos, herid con vuestros sables cortantes!

¡Degollad a todos!

Y al oír aquel doble canto de muerte, nuevo entusiasmo hizo hervir el ardor de los Bekridas, redobló el encarnizamiento, y la victoria fue para ellos decisiva y definitiva.

Y así es cómo se batían nuestros padres de la gentilidad. ¡Y así es cómo se portaban sus hijas! ¡Que los fuegos de la gehenna no sean para ellos demasiado crueles!’

Luego el joven dijo a sus oyentes exaltados: ‘Escuchad ahora la Aventura amorosa de la princesa Fátimah con el poeta Murakisch, que también vivían en la época de la gentilidad’.

Y dijo:

Aventura amorosa de la princesa Fátimah con el poeta Murakisch

‘Cuentan que Nemán, rey de Hirah, en el Irak, tenía una hija llamada Fátimah, que era tan bella como ardiente. El rey Nemán, que conocía el temperamento poco tranquilizador de la joven princesa, había tenido la precaución de tenerla encerrada en un palacio retirado para prevenir un deshonor sobre su raza o una calamidad. Y también había tenido cuidado, en honor a su hija y por prudencia al mismo tiempo, de hacer vigilar día y noche alrededor del palacio a guardias armados. Y nadie más que la doncella de la princesa tenía derecho a entrar en aquel asilo conservador de la virtud de Fátimah. Y por un exceso de prudencia y desconfianza, a diario, a la caída de la noche, se arrastraban por tierra grandes mantas de lana alrededor del palacio, a fin de igualar y alisar la superficie arenosa del suelo para que desapareciese la huella de los piececitos de la joven que servía a la princesa, y también para reconocer al día siguiente si había dejado huellas algún tunante al acecho de aventuras.

Y he aquí que la bella cautiva subía varias veces al día a lo alto de su claustro forzado, y desde allí miraba de lejos a los transeúntes, y suspiraba. Y un día, por aquel procedimiento, vio a su doncellita, que se llamaba Ibnat-Ijlán, charlando con un joven de buen aspecto. Y acabó por saber de boca de la joven que aquel joven de quien la muchacha estaba enamorada era el célebre poeta Murakisch, y que ya había ella gozado de su amor muchas veces. Y la doncella, que era en verdad hermosa y vivaracha, elogió a su señora la belleza y la magnífica cabellera del poeta, y en términos tan exaltados, que la ardiente Fátimah deseó apasionadamente verle y gozarle a su vez, al igual de su doncella. Pero primero, con su delicadeza refinada de princesa, quiso asegurarse de si el hermoso poeta era de buena familia. Y con ello precisamente daba prueba de saber portarse como verdadera árabe de alto linaje que era. Y así se distinguió de su doncella, menos noble que ella, y por tanto, menos escrupulosa y menos exigente.

A tal fin, pues, la princesa recluida exigió una prueba, decisiva a su entender. Porque, cuando habló con la joven respecto a las probabilidades de que entrase el poeta en el castillo, acabó por decirle: ‘¡Escucha! Cuando mañana esté contigo el joven, preséntale un mondadientes de madera aromática y un pebetero en el que echarás un poco de perfume. Y después dile que se ponga de pie encima del pebetero para perfumarse. Si se sirve del mondadientes sin cortarlo ni deshacer un poco la punta, o si se niega a admitirlo, es un hombre vulgar, sin delicadeza. Y si se coloca encima del pebetero o si lo rechaza, también será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es digno de las princesas’.

Así es que al día siguiente, cuando fue en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y de echar en él perfume, dijo al joven: ‘¡Acércate para perfumarte!’

Pero el poeta no se molestó, y contestó: ‘Tráeme el pebetero, junto a mí’. Y la joven así lo hizo; pero el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, y se frotó con él los dientes y se perfumó las encías. Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.

Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó a su impetuosa señora el resultado de la prueba. Y Fátimah dijo al punto: ‘¡Tráeme a ese noble árabe! Y date prisa’.

Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban a aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir a su señor: ‘¡Oh rey del tiempo! esta mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán’.

Pero ¿qué hizo la maligna doncella de la princesa para introducir consigo al poeta sin traicionar su paso? Helo aquí. La noche fijada por su señora, fue en busca del joven, y sin vacilar, se le cargó a la espalda, le sujetó fuertemente pasándole por la cintura un manto que se anudó luego ella por delante, y así introdujo, sin peligro de descubrirse, al seductor en el aposento de la seducida.

Y el poeta pasó con la vehemente hija del rey una noche bendita, noche de blancura, de dulzura y de calentura. Y salió con el alba, de la misma manera que había entrado, es decir, a espaldas de la joven.

Pero ¿qué sucedió por la mañana? Pues que los adivinos del rey, como todas las mañanas, fueron a examinar los pasos señalados en la arena. Luego fueron a decir al rey, padre de la princesa: ‘iOh señor nuestro! esta mañana no hemos notado más que las huellas de los piececitos de Ignat-Ijlán. Pero esta joven ha debido engordar considerablemente en palacio, pues la impresión de sus pies en la arena es más profunda’.

Y el caso es que las cosas continuaron lo mismo durante algún tiempo, amándose con reciprocidad ambos jóvenes, transportando al amante la doncella, y hablando de gordura los adivinos. Y no habría razón para que cesase aquel estado de cosas, si el poeta no hubiese destruido con sus manos su dicha.

En efecto, el hermoso Murakisch tenía un amigo muy querido, al que nunca rehusaba nada. Y como le pusiera al corriente de su singular aventura, aquel joven deseó con insistencia ser introducido de la propia manera ante la princesa Fátimah y hacerse pasar por Murakisch en persona, merced a las tinieblas de la noche y a su semejanza de estatura y de modales con su amigo. Y Murakisch se dejó vencer por las instancias del joven, y prestó su consentimiento por juramento. Y llegada que fue la noche, el amigo se montó a espaldas de la joven, y fue introducido en el cuarto de la princesa.

Y en la oscuridad empezó lo que debía empezar. Pero al punto, a despecho de las tinieblas, la experta Fátimah advirtió la sustitución, notando blandura donde antes había dureza, y tibieza donde antes había ardor abrasador, y pobreza donde antes había abundancia. Y levantándose en aquella hora y en aquel instante, rechazó al intruso con un desdeñoso puntapié y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima septuagésima sexta noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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martes, 22 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 974ª noche

Ella dijo:

‘...no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en libertad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo; pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío’.

Y Doreid le dio las gracias por lo que se prestaba a hacer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo: ‘Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani- Jucham, hombre venerado por su gran edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión’.

Y Tumadir contestó: ‘Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda consultar conmigo misma’.

Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: ‘Mi hija Khansa desea esperar un poco antes de dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días’. Y Doreid contestó: ‘Conforme, ¡oh padre de los héroes!’ Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.

Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida mandó que le siguiera los pasos una de sus servidoras, diciéndole: ‘Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para hacer sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena. Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril’.

Y la servidora obedeció. Y fue tan diligente, que al cabo de algunos instantes estaba de vuelta junto a su ama, y le dijo estas simples palabras: ‘Hombre inservible’.

Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo: ‘Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto’. Y ella contestó: ‘He consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado’.

Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la bella Solamida, partió camino de su tribu.

Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:

¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?

¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!

¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo!

¡Porque yo soy y hago otra cosa!

¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!

¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!

¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y a mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!

¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar chisporrotea!

¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!

¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!

¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?

Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que aceptara por marido a aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.

Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:

¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡La que vierte estas lágrimas llora a un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre, la tierra reciente de la tumba!

¡Oh hermano mío! ¡Partiste para la acequia de cuya agua gustarán todos un día la amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: ‘Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de abejorros sobre la punta de una lanza!’

¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en estío! ¡Me encierro en la consternación!

¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nuestra casa; ha partido para una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valientes; quien era para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!

¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de valentía y de hermosura!

¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!

¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable!: ‘Llora, gime por las carreras vagabundas: ¡ya no te cabalgará tu dueño!’.

¡Oh hijo de Amr! ¡La gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos tu larga cota de armas!

¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios! ¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!

¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes bituminosos de la tormenta!

¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!

¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos, ¡oh hermano mío! mientras la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos campos!

¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!

¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relampagueos, cuando iban a hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!

¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!

¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia!

¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!

¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado allí!

¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!

¡Ah! ¡Muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡Él era nuestro sol y nuestra estrella!

Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al extranjero cuando del Norte lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?

¡Ay! ¡A aquél que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas, le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible, en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!

¡Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que pasan los años y los días!

¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡Qué dolor tan lancinante es para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!

¡La mehara (camella) que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa, por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no tiene más que gemidos y saltos medrosos, no da más que una débil imagen del dolor que me abruma, ¡oh hermano mío!

¡Oh! ¡Jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables!

Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El-Dhobiani y los demás poetas reunidos en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contestaron con unanimidad: ‘¡Supera en poesía a los hombres y a los genn!’

Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la hégira de Sidna-Mahomed (con Él la plegaria y la paz) fue con su hijo Abbas, que entonces era jefe supremo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con honores, y quiso oírla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su inspiración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fue como dejó ver que no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con Él la plegaria y la paz) le dijo:

‘¿Qué importa? Es lo mismo’. Y Abu-Bekr contestó: ‘En verdad ¡oh Profeta de Alah! que justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán:

‘No hemos enseñado a nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!’.

‘¡Pero Alah es más sabio!’.

Luego dijo el joven a sus oyentes: ‘He aquí otro rasgo admirable de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad’. Y dijo:

El poeta Find y sus dos hijas guerreras, Ofairah los Soles y Hozeilah las Lunas

‘Hemos llegado a saber que el poeta Find, cuando era centenario y jefe de la tribu de los Bani-Zimmán, rama de la gran tribu de los Bekridas, del tronco primero de los Rabiah, tenía dos hijas jóvenes, que se llamaban, la mayor, Ofairah los Soles, y la menor, Hozeilah las Lunas. Y en aquel tiempo, la tribu entera de los Bekridas estaba en guerra con los Thaalabidas, numerosos y poderosos. Y a pesar de su mucha edad, se consideró a Find digno, por ser el jinete más afamado de su tribu, de que sus compañeros le enviaran a la cabeza de setenta jinetes, por todo contingente, con objeto de agregarse a la expedición general de los Bekridas. Y sus hijas, las dos jóvenes, se contaban entre los setenta. Y el mensajero que fue a anunciar a la asamblea general de los Bekridas la llegada del contingente de guerra de los Bani- Zimmán, dijo a aquellos a quienes le enviaban: ‘Nuestra tribu os envía un contingente de mil guerreros, más setenta jinetes’.

Con esto quería decir que Find, por sí solo, valía tanto como un ejército de mil hombres.

Luego, cuando estuvieron reunidos todos los contingentes de las tribus bekridas, se desencadenó la guerra como un huracán. Y entonces fue cuando se libró aquella batalla, célebre en todas las memorias, que se llamó la Jornada de la tala de los tupés, a causa de la enorme humillación que hicieron sufrir los Bekridas vencedores a sus prisioneros, cortándoles el tupé antes de enviarlos, libres, a mostrar su derrota a sus hermanos de las tiendas thaalabidas. Y en aquella batalla memorable fue precisamente donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima septuagésima quinta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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