domingo, 2 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima trigésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 632ª noche

Ella dijo:

‘...Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies. Tras de lo cual, les subirás en un camello sarnoso, vestidos de andrajos y con la cara vuelta hacia la cola del camello, y les pasearás por todos los barrios de la ciudad, haciendo pregonar al pregonero público: ‘¡Este es el principio del castigo impuesto a los calumniadores, a los que manchan a las mujeres, a los que turban la paz de sus vecinos y babean sobre las personas honradas!’ Efectuado esto, harás empalar por la boca al jeique-al-balad, ya que por ahí es por donde ha pecado y ya que en la actualidad no tiene ano; y arrojarás su cuerpo podrido a los perros. Cogerás luego al hombre imberbe de ojos amarillos, que es el más infame de los dos compadres que ayudan en su vil tarea al jeique-al- balad, y harás que le ahoguen en el hoyo de los excrementos de la casa de su vecino Abul- Hassán. ¡Después le tocará el turno al segundo compadre! A éste, que es un bufón y un tonto ridículo, no le harás sufrir más castigo que el siguiente: mandarás a un carpintero hábil que construya una silla hecha de manera que vuele en pedazos cada vez que vaya a sentarse en ella el hombre consabido, ¡y le condenarás a sentarse toda su vida en esa silla! ¡Ve, y ejecuta mis órdenes!’

Al oír estas palabras, el jefe de policía Ahmad-la-Tiña, que había recibido de Giafar la orden de ejecutar todos los mandatos que le formulara Abul-Hassán, se llevó la mano a la cabeza para indicar con ello que estaba dispuesto a perder su propia cabeza si no ejecutaba puntualmente las órdenes recibidas. Luego besó la tierra por segunda vez entre las manos de Abul-Hassán y salió de la sala del trono.

¡Eso fue todo! Y el califa, al ver a Abul-Hassán desempeñar con tanta gravedad prerrogativas de la realeza, experimentó un placer extremado. Y Abul-Hassán continuó juzgando, nombrando, destituyendo y ultimando los asuntos pendientes hasta que el jefe de policía estuvo de vuelta al pie del trono. Y le preguntó: ‘¿Ejecutaste mis órdenes?’ Y después de prosternarse como de ordinario, el jefe de policía sacó de su seno un papel y se lo presentó a Abul-Hassán, que lo desdobló y lo leyó por entero. Era precisamente el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres, firmado por los testigos legales y por personas muy conocidas en el barrio. Y dijo Abul-Hassán: ‘¡Está bien!

¡Quedo satisfecho! ¡Sean por siempre castigados así los calumniadores, los que manchan a las mujeres y cuantos se mezclan en asuntos ajenos!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.”

Continuará: La sexcentésima trigésima tercera noche

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Saludos
Valram

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