jueves, 4 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima septuagésima tercera noche

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Y cuando llegó la 573ª noche

Ella dijo:

‘¡...Y entonces, cuando pases por tu piel el cepillo de la galantería, ¡oh Califa! te convertirás en un ciudadano de alto rango y en un personaje dotado de distinción y de delicadeza!’

Cuando Califa hubo oído estas palabras de Fuerza-de-los-Corazones, sintió que dentro de él se operaba una súbita transformación, y se le abrían los ojos del espíritu, y se le ensanchaba la comprensión de las cosas, y se afinaba su inteligencia. ¡Y fue para bien suyo todo aquello! ¡Qué verdad es que las almas finas ejercen una influencia grande sobre las almas groseras! Así, pues, en las palabras dulces de Fuerza-de-los-Corazones, el pescador Califa, insensato y brutal hasta entonces, se convertía por momentos en un elegante ciudadano, dotado de modales excelentes y de elocuente lengua.

En efecto, cuando Fuerza-de-los-Corazones hubo de indicarle de aquel modo la conducta que tenía que seguir, sobre todo en el caso de que le llamaran otra vez a presencia del Emir de los Creyentes, el pescador Califa contestó: ‘¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Tus advertencias ¡oh señora mía! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me complazco! ¡Escucho y obedezco! ¡Alah te colme con sus bendiciones y satisfaga tus menores deseos! ¡He aquí entre tus manos al más abnegado de tus esclavos, a Califa el pescador, obediente y lleno de cortesía para con tus méritos!’

Luego añadió: ‘¡Habla, oh mi señora! ¿Qué puedo hacer para servirte?’ Ella contestó: ‘¡Oh Califa! solamente necesito un cálamo, un tintero y una hoja de papel’. Y Califa apresuróse a correr a casa de un vecino, que le procuró aquellos diversos objetos; y se los llevó a Fuerza-de-los- Corazones, que en seguida escribió una larga misiva al hombre de negocios del califa, al mismo joyero Ibn Al-Kirnas, que en otro tiempo la había comprado y ofrecido como regalo al califa. Y en aquella carta le ponía al corriente de cuanto hubo de acaecerle, y le explicaba que se encontraba en la vivienda del pescador Califa, a quien pertenecía en virtud de la venta y la compra. Y dobló la misiva y se la entregó a Califa, diciéndole: ‘¡Toma esta misiva y ve a entregársela en el zoco de los joyeros a lbn Al-Kirnas, el hombre de negocios del califa, cuya tienda conoce todo el mundo! ¡Y no olvides mis recomendaciones con respecto a los buenos modales y al lenguaje!’ Y Califa contestó con el oído y la obediencia, cogió la misiva, llevándosela a los labios y a la frente luego, y se apresuró a correr al zoco de los joyeros, en donde preguntó por la tienda de Ibn Al-Kirnas, la cual le indicaron. Y se acercó a la tienda, y con muy escogidas maneras se inclinó ante el joyero y le deseó la paz.

Y el joyero correspondió a su deseo, pero a todo esto, sin mirarle apenas, y le preguntó: ‘¿Qué quieres?’ Y por toda respuesta, Califa le entregó la misiva. Y el joyero la cogió con la punta de los dedos y la dejó a su lado en la alfombra, sin leerla ni siquiera abrirla, pues creía que se trataba de una instancia en demanda de limosna, y que Califa era un mendigo. Y dijo a uno de sus servidores:

‘¡Dale medio dracma!’

Pero Califa rechazó dignamente aquella limosna, y dijo al joyero: ‘¡No pido limosna! ¡Sólo te ruego que leas la esquela!’ Y el joyero recogió la misiva, la desdobló y la leyó; y de improviso la besó y se la llevó a la cabeza respetuosamente, e invitó a sentarse a Califa, y le preguntó: ‘¡Oh hermano mío! ¿Dónde está tu casa?’

El pescador contestó: ‘En tal barrio y tal calle y tal khan’. El joyero dijo: ‘¡Perfectamente!’ Y llamó a sus dos empleados principales y les dijo: ‘Conducid a este honorable a la tienda de mi cambista Mohsén, a fin de que le dé mil dinares de oro. ¡Después traedle aquí lo más pronto posible!’ Y los dos empleados condujeron a Califa a casa del cambista, al cual dijeron: ‘¡Oh Mohsén, da a este honorable mil dinares de oro!’ Y el cambista pesó los mil dinares de oro y se los entregó a Califa, que volvió con ambos empleados a la tienda de Ibn Al-Kirnas; y le halló montado en una mula magníficamente enjaezada, rodeado de cien esclavos vestidos con ricos trajes. Y el joyero le indicó otra mula no menos hermosa, y le dijo que se montara en ella y le siguiera. Pero dijo Califa: ‘¡Por Alah, ¡oh mi señor! que en mi vida monté en una mula, y no sé ir a caballo ni en asno!’ Y el joyero le dijo: ‘¡No importa! ¡Pues aprenderás hoy!’

Y dijo Califa: ‘¡Tengo miedo de que me tire al suelo y me rompa las costillas!’ El joyero contestó: ‘¡No tengas miedo y monta!’ Y dijo Califa: ‘¡En el nombre de Alah!’ Y de un salto se montó en la mula, pero colocándose al revés, y le cogió la cola en vez de la brida. Y la mula, que era en exceso cosquillosa, se estremeció y empezó a revolcarse, dando con él en tierra sin tardanza. Y Califa se levantó dolorido, y dijo: ‘¡Bien sabía yo que nunca podré ir de otro modo que sobre mis pies!’

¡Pero ésta fue la última de las tribulaciones de Califa! ¡Y en lo sucesivo su destino había de conducirlo resueltamente por el camino de las prosperidades...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima septuagésima cuarta noche

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Valram

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