domingo, 14 de marzo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima octogésima tercera noche

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Y cuando llegó la 583ª noche

Ella dijo:

‘...Entonces el persa miró a Hassán de tan mala manera como en la playa, y lanzando una carcajada estridente, exclamó: ‘¡Ahora, Hassán estás definitivamente en mi poder; y ninguna criatura podría socorrerte! ¡Prepárate, pues, a satisfacer todos mis caprichos con corazón sumiso, y empieza ante todo por abjurar de tu religión y reconocer como único poder al Fuego, padre de la Luz!’

Al oír estas palabras, Hassán retrocedió, exclamando: ‘¡No hay más Dios que Alah! ¡Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡En cuanto a ti, ¡oh vil persa! sólo eres un impío y un descreído! ¡Y el Dueño de la Omnipotencia va a castigarte por mediación mía!’

Y rápido como el relámpago, Hassán se abalanzó al mago y le quitó de las manos el tambor, luego le empujó al borde de la montaña a pico, y haciendo fuerza con ambos brazos, le precipitó al abismo. Y girando sobre sí mismo, el mago perjuro e impío fue a estrellarse contra las rocas del mar, y exhaló su alma en el descreimiento. Y Eblis recogió su último aliento para atizar con él el fuego del infierno.

Tal fue la muerte de que murió Bahram el Gauro, mago engañoso y alquimista.

En cuanto a Hassán, libre así del hombre que quería hacerle cometer todas las abominaciones, comenzó primeramente por examinar en todas sus partes el tambor mágico en que estaba extendida la piel de gallo. Pero, como no sabía de qué manera servirse de él, prefirió abstenerse de manejarlo y se lo colgó del cinturón. Tras de lo cual volvió los ojos en torno suyo, y vio que, efectivamente, la cima en que se encontraba era tan alta, que dominaba las nubes acumuladas en su base. Y sobre aquel elevado monte se extendía una llanura inmensa, formando cual un mar sin agua entre el cielo y la tierra. Y muy lejos brillaba una llamarada chispeante. Y pensó Hassán: ‘¡Allá donde hay fuego hay algún ser humano!’

Y echó a andar en aquella dirección, internándose por aquella llanura donde no había más presencia que la presencia de Alah. Y cuando se acercaba ya al final, acabó por advertir que la llamarada chispeante era sólo el brillo que daba el sol a un palacio de oro con cúpula de oro soportada por cuatro altas columnas de oro.

Al ver aquello, Hassán se preguntó: ‘¿Qué rey o qué genni habitará en estos lugares?’ Y como estaba muy cansado por todas las emociones que acababa de experimentar y por la caminata que acababa de emprender, se dijo: ‘Voy a entrar, con la gracia de Alah, en este palacio, y a pedir al portero que me dé un poco de agua y algún alimento para no morirme de hambre. ¡Y si es un hombre de bien, quizá me albergue en un rincón por una noche!’ Y confiándose al Destino, llegó ante la gran puerta, que estaba tallada en un bloque en el patio de entrada.

Pero apenas había dado Hassán algunos pasos por aquel primer patio, cuando advirtió sentadas en un banco de mármol a dos jóvenes resplandecientes de belleza que jugaban al ajedrez. Y como estaban muy atentas a su juego, no notaron en el primer momento la entrada de Hassán. Pero, al oír ruido de pasos, la más joven levantó la cabeza y vio al hermoso Hassán, que también sorprendióse al divisarlas. Y se levantó ella, rápidamente, y dijo a su hermana: ‘¡Mira, hermana mía, que joven tan hermoso! ¡Debe ser sin duda el último de los infortunados a quienes el mago Bahram trae cada año a la Montaña-de-las-Nubes! ¿Pero cómo habrá podido arreglarse para escapar de entre las manos de ese demonio?’ Al oír estas palabras, Hassán, que en un principio no se atrevió a moverse de su sitio, se adelantó hacia las jóvenes, y arrojándose a los pies de la más pequeña, exclamó: ‘¡Sí, ¡oh mi señora! soy ese infortunado!’

Al ver a sus pies aquel joven tan hermoso que tenía gotas de llanto en el borde de sus ojos negros, la joven se conmovió hasta el fondo de sus entrañas; y se levantó con semblante compasivo, y dijo a su hermana, mostrándole al joven Hassán: ‘¡Sé testigo, hermana mía, de que juro ante Alah y ante ti que desde este instante adopto como hermano mío a este joven, y quiero compartir con él los placeres y alegrías de los días buenos y las penas y aflicciones de los días menos dichosos!’ Y cogió de la mano a Hassán y le ayudó a levantarse, y le besó como una hermana amante besaría a su hermano querido. Después, teniéndole cogido de la mano siempre, le condujo al interior del palacio, donde, ante todo, empezó por darle en el hammam un baño que le refrescara perfectamente; luego le vistió con trajes magníficos, tirando sus ropas viejas y sucias del viaje, y ayudada por su hermana, que fue a reunirse con ellos en el hammam, le condujo a su propio aposento, sosteniéndole por debajo de un brazo, mientras su hermana le sostenía por debajo del otro. Y ambas jóvenes invitaron a su joven huésped a sentarse entre las dos para tomar algún alimento. Tras de lo cual le dijo la más joven: ‘¡Oh hermano mío bienamado ! ¡Oh querido, cuya llegada hace bailar de alegría a las piedras de la casa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La quingentésima octogésima cuarta noche

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Valram

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