sábado, 19 de marzo de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima septuagésima primera noche

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Pero cuando llegó la 971ª noche

Ella dijo:

‘... Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado’.

Y al punto fue cogido el visir como se coge un trapo, y arrojado al calabozo del palacio. Y al cabo de un corto transcurso de tiempo, el rey y Maruf estaban en la habitación de la princesa, el rey muy asustado y Maruf repuesto apenas de su borrachera. Y los recibió ella con un júbilo indecible, y empezó por darles de comer y de beber, ya que la rápida carrera les había dado hambre y sed. Y mientras comían, les contó lo que acababa de pasar y cómo había encerrado al traidor. Y el rey exclamó: ‘¡Vamos a empalarle sin tardanza y a quemarle!’ Y dijo Maruf: ‘No hay inconveniente’. Luego se encaró con su esposa y le dijo: ‘Pero ¡oh querida mía! devuélveme mi anillo antes’. Y la princesa contestó: ‘¡Ah eso sí que no! Ya que no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo’.

Y dijo él: ‘¡Está bien! Es justo’.

Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente a la puerta de palacio, y ante la multitud congregada se instaló allí al visir. Y mientras funcionaba el instrumento, se encendió una gran hoguera al pie del poste. Y de aquella manera, murió el traidor ensartado y asado.

Y esto es lo referente a él.

Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo sucesivo continuó el anillo en el dedo de la princesa, quien, más prudente y más avisada que su esposo, tenía con él muchísimo cuidado. Y en su compañía, Maruf llegó al límite de la dilatación y del desahogo.

Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver a su aposento para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó a él, con la mano alzada y amenazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra reconoció a su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había acabado de hacer tan espantosa observación, cuando recibió, una tras otra, dos bofetadas resonantes que le rompieron otros dos dientes. Y le gritó: ‘¿Dónde estabas, ¡oh maldito!? ¿Y cómo te has atrevido a abandonar nuestra casa de El Cairo sin avisarme y sin despedirte de mí? ¡Ah! ¡Ya te tengo, hijo de perro!’ Y Maruf, en el límite del espanto, echó a correr de pronto en dirección al aposento de la princesa, con la corona en la cabeza y arrastrando las vestiduras reales, en tanto que gritaba: ‘¡Socorro! ¡A mí, efrit de la cornalina!’ Y penetró como un loco en el cuarto de la princesa, y cayó a sus pies, desmayado de emoción.

Y en seguida hizo irrupción, en la estancia donde la princesa prodigaba sus cuidados a Maruf rociándole con agua de rosas, la espantosa diablesa, llevando en la mano una maza que había traído consigo al país de Egipto. Y gritaba: ‘¿Dónde está ese granuja, ese hijo adulterino?’ Y al ver aquel rostro de brea, la princesa aprovechó el tiempo para frotar su cornalina y dar una orden rápida al efrit Padre de la Dicha. Y al instante, como si la hubieran sujetado cuarenta brazos, la terrible Fattumah quedó fija en su sitio con la actitud de amenaza que tenía al entrar.

Y cuando recobró el sentido, Maruf vio a su antigua esposa inmóvil en aquella actitud. Y lanzando un grito de horror, volvió a caer desmayado. Y la princesa, a quien Alah había dotado de sagacidad, comprendió entonces que la que estaba ante ella en aquella actitud de amenaza imponente, no era otra que la espantosa diablesa Fattumah, de El Cairo primera esposa de Maruf en la época en que él era zapatero. Y sin querer exponer a Maruf a las probables fechorías de aquella calamitosa, frotó el anillo y dio una nueva orden al efrit de la cornalina. Y al punto fue arrastrada y conducida al jardín la diablesa. Y quedó sujeta, con una enorme cadena de hierro, a un algarrobo enorme, como se sujeta a los osos sin domesticar. Y allí se la dejó para que cambiase de carácter o muriese. Y esto es lo referente a ella.

En cuanto a Maruf y a su esposa la princesa, desde entonces vivieron entre delicias perfectas, durante años y años, hasta la llegada de la Separadora de enemigos, la Destructora de la dicha, la Constructora de tumbas, la Muerte inevitable. Gloria al Único viviente, cuya existencia está más allá de la vida y de la muerte, en el dominio de la eternidad.

Luego Schehrazada, sin sentir invadirla aquella noche la fatiga, y al ver que el rey Schahriar estaba dispuesto a escucharla, comenzó la historia siguiente, que es la del joven rico que miró por Los tragaluces del saber y de la historia.

Los tragaluces del saber y de la historia

Ella dijo:

Cuentan que en la ciudad de El-Iskandaria había un joven que, a la muerte de su padre, entró en posesión de riquezas inmensas y de grandes bienes, tanto en tierras de regadío como en inmuebles sólidamente construidos. Y aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la vía de la rectitud. Y como no ignoraba los preceptos del Libro Santo, que prescriben la limosna y recomienda la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Y en su perplejidad, se decidió a ir a consultar sobre el particular a un venerable jeique, amigo de su difunto padre. Y le puso al corriente de sus escrúpulos y vacilaciones, y le pidió consejo. Y el jeique reflexionó durante una hora de tiempo. Luego, alzando la cabeza, le dijo: ‘¡Oh hijo de Abderrahmán! (¡Alah colme al difunto con Sus gracias!) Sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción ¡oh hijo mío! está al alcance de cualquier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee. Pero hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es ¡oh hijo mío! la generosidad del espíritu. Porque el que puede sembrar los beneficios del espíritu en los seres desprovistos de saber, es el más benemérito. Y para sembrar beneficios de este género, hay que tener un espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, sólo un medio está en nuestras manos: la lectura de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi amigo Abderrahmán! cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu respecta. Y éste es mi consejo, ¡uassalam!’

Y el joven rico había querido pedir al jeique explicaciones complementarias. Pero el jeique ya no tenía nada que decir. Así es que el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en práctica, y dejándose llevar de su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros. Y congregó a todos los mercaderes de libros, algunos de los cuales tenían libros procedentes del palacio de los libros que los rums cristianos habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El-Iskandaria. Y les mandó que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más esplendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó a estas compras. Envió emisarios a El Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Maghreb, a la India, e incluso a los países de los rums, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiempo, volvieron unos tras de otros los emisarios, con fardos cargados de manuscritos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada principal, tenía escritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras:

‘Cúpula del Libro’.

Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima septuagésima segunda noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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