domingo, 21 de febrero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima sexagésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 562ª noche

Ella dijo:

‘¡Oh clarinete! eres muy feo, y tu cara se parece exactamente a mi trasero; pero ¡por Alah! ¡Que si te fijas bien en tu nuevo oficio, llegará día en que seas un pescador extraordinario! Por ahora, lo mejor que puedes hacer es montar otra vez en tu mula e ir al zoco a comprarme dos cestos grandes para que ponga yo en ellos lo que no cabe aquí de esta pesca prodigiosa; y me quedaré guardando el pescado hasta que regreses. Y no te preocupes por más, pues aquí tengo el peso de la pesca, las pesas y todo lo necesario para la venta al por menor. Y cuando lleguemos al zoco del pescado, toda tu obligación se reducirá a sostenerme el peso y a cobrar el dinero a los parroquianos. Pero date prisa a comprarme corriendo los dos cestos. ¡Y cuidado con holgazanear, si no quieres que el garrote te mida las costillas!’

Y el califa contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Luego se apresuró a desatar su mula y a montar en ella para ponerla a galope tendido; y muriéndose de risa, fue al encuentro de Giafar, quien al verle ataviado de tan extraña manera, alzó los brazos al cielo, y exclamó: ‘¡Oh Comendador de los Creyentes! ¡Sin duda encontraste en tu camino algún jardín ameno en donde te acostaste y te revolcaste por la hierba!’

Y el califa se echó a reír al oír estas palabras de Giafar.

Luego los demás Barmecidas de la escolta, que eran parientes de Giafar; besaron la tierra entre las manos del califa, y dijeron: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Ojalá Alah prolongue sobre ti las alegrías y aleje de ti las preocupaciones! ¿Pero cuál es la causa que te retuvo alejado tanto tiempo de nosotros, si sólo nos dejaste para beber un sorbo de agua?’

Y el califa les contestó: ‘¡Acaba de ocurrirme una aventura prodigiosa, de las más dilatadoras y de las más extraordinarias!’ Y les contó lo que le había ocurrido con Califa el pescador, y cómo para reemplazar los vestidos de cuyo robo se le acusaba, le había dado en cambio su traje de raso labrado. Entonces exclamó Giafar: ‘¡Por Alah! ¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Que cuando te vi alejarte completamente solo tuve como un presentimiento de lo que iba a ocurrirte! ¡Pero no es grande el daño, pues ahora mismo voy a rescatar del pescador ese traje que le diste!’

El califa se echó a reír más fuerte todavía, y dijo: ‘¡Debiste pensarlo antes, ¡oh Giafar! porque el bueno del hombre ha cortado ya un tercio del vestido para ajustárselo a la cintura, y se ha hecho un turbante con el retazo! Pero ¡oh Giafar! bastante ha sido ya esta pesca, y no tengo gana de emprender otra vez semejante tarea. ¡Y por cierto que he pescado de una vez tanto, que me dispensa de tener mejor éxito en lo futuro, pues la pesca que salió de mi red es de una abundancia milagrosa, y allá en la orilla queda guardada por mi amo Califa, que no espera más que mi regreso con los cestos para ir al zoco a vender el producto de mi redada!’

Y dijo Giafar: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Voy, entonces, a hacer que fluyan a vosotros dos los compradores!’ Harún exclamó: ‘¡Oh Giafar! ¡Por los méritos de mis antepasados los Puros, prometo un dinar por cada vez a los que compren de mi pesca a mi amo Califa!’

A la sazón Giafar llamó a los guardias de la escolta: ‘¡Eh! ¡Guardias e individuos de la escolta, corred a la ribera y procurad traer pescado al Emir de los Creyentes!’ Y al punto todos los de la escolta echaron a correr hacia el paraje indicado, y se encontraron con Califa guardando su pesca; y le rodearon cual gavilanes que cercaran una presa, y arrebataron los peces amontonados delante de él, disputándoselos, aunque el garrote de Califa se agitaba amenazador. Y a pesar de todo, quedó Califa vencido por la mayoría, y exclamó: ‘¡Sin duda no es del Paraíso este pescado!’ Y a fuerza de garrotazos consiguió salvar del saqueo los dos peces más hermosos de la pesca; y los cogió, cada uno con una mano, y se refugió en el agua para escapar de los que creía bandoleros salteadores de caminos. Y ya en el agua, alzó sus manos con un pez en cada una y exclamó: ‘¡Oh Alah! ¡Por los méritos de estos peces de tu Paraíso, haz que no tarde en llegar mi socio el tañedor de clarinete!’

Y he aquí que, pronunciada esta invocación, un negro de la escolta, que se había retrasado a los demás porque su caballo se paró en el camino para orinar, llegó a la ribera el último, y no viendo ya huella de pescado, miró a derecha y a izquierda y divisó en el agua a Califa con un pez en cada mano. Y le gritó: ‘¡Oh pescador, ven aquí!’

Pero Califa contestó: ‘Vuelve la espalda, ¡oh tragador de zib!’

Al oír estas palabras, el negro levantó su lanza en el límite del furor, y apuntando con ella a Califa, le gritó ‘¿Quieres venir aquí y venderme esos dos peces al precio que te parezca, o prefieres recibir esta lanza en el costado?’ Y Califa le contestó: ‘No tires, ¡oh bribón! ¡Mejor será darte el pescado que perder la vida!’

Y salió del agua y arrojó con desdén los dos peces al negro, que los recogió y los puso en su pañuelo de seda ricamente bordado; luego se llevó la mano al bolsillo para sacar dinero, pero lo encontró vacío; y dijo al pescador: ‘¡Por Alah, que no tienes suerte!, ¡oh pescador! pues al presente no llevo en el bolsillo ni un solo dracma. Pero ve mañana al palacio y pregunta por el negro eunuco Sándalo. Y los servidores te llevarán a mi presencia, y en mí hallarás una acogida generosa y lo que la suerte te haya deparado, ¡y luego te irás por tu camino!’

Sin atreverse a protestar, Califa lanzó al eunuco una mirada que decía más que mil insultos o mil amenazas de horadación o de fornicación con la madre o la hermana del interesado, y se alejó en dirección a Bagdad, golpeándose una contra otra las manos, y diciendo, con un tono de amargura y de ironía: ‘¡He aquí, en verdad, un día que desde sus albores está siendo bendito entre todos los días benditos de mi vida! ¡No cabe duda!’ Y de tal modo franqueó los muros de la ciudad, y llegó a la entrada de los zocos.

Y cuando los transeúntes y los tenderos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima sexagésima tercera noche

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Valram

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