miércoles, 30 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimoctava noche

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Pero cuando llegó la 418ª noche

Ella dijo:

...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.

Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: ‘¡Es necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!’ Y empezó a dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos. Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de su carrera; y pensó el príncipe: ‘¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana, emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!’ Y echó en torno suyo una mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así es que se dijo el joven: ‘¡He ahí un lugar excelente!’ Y apretando el tornillo que servía para bajar, guió hacia aquel lado a su caballo, que fue a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: ‘¡Loor a Alah!’ Y se apeó de su caballo. Púsose luego a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: ‘¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!’

Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: ‘¡En verdad que no debe carecer de víveres un palacio como éste!’ Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vio alma viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. ‘¡Por el momento no puedo hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me marcharé!’ Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vio que aquella luz era la de una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje, mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.

Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: ‘¡Me refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera en este palacio!’ Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fue a la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le deparaba su destino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima decimonona noche

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martes, 29 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimoséptima noche

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Pero cuando llegó la 417ª noche

Ella dijo:

... el rey contestó: ‘¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡No estarías tan turbado y tan estupefacto si vieras el caballo que me ha dado el sabio!’ Y salió en seguida con su hijo al patio principal del palacio, y dio orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron la orden.

Cuando el joven príncipe vio el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey dijo al sabio: ‘¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará de ayudarte para que realices tus anhelos!’

De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: ‘Esta clavija de oro que hay a la derecha del arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!’

Entonces el príncipe dio la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.

Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: ‘¡Oh sabio! ¿Qué vamos a hacer ahora para que vuelva?’ El sabio contestó: ‘¡Oh mi amo! ¡Nada puedo hacer ya, y no verás de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha el caballo antes de lo debido!’

Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.

¡Y esto en cuanto a ellos atañe!

Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: ‘¡Sin duda, la intención del sabio fue perderme en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Omnipotente! ¡Heme aquí perdido sin remisión!’ Luego se dijo: ‘Pero ¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para subir?’ Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: ‘¡No veo más que esto!’ Entonces apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se tranquilizaba por su vida.

Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz saltarinas gacelas.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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lunes, 28 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimosexta noche

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Pero cuando llegó la 416ª noche

Ella dijo:

... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio círculo, en el mismo sitio de donde partió.

Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: ‘¡Oh sabios ilustres! ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!’

Entonces contestaron los tres sabios: ‘¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca!’ El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!’ Y al punto dio orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios.

¡Eso fue todo!

Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.

¡Eso fue todo!

Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en dulzura.

Y así era ella, en verdad.

De modo que cuando vio al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose.

Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: ‘¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!’

Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: ‘¡Oh único hermano mío! ¡Oh querido nada te ocultaré! ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!’

Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:

‘¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores!’ La joven princesa contestó: ‘¡Oh único hermano mío! ¡Oh querido! has de saber que mi padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso!’

Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y luego se fue en busca de su padre el rey, y le dijo: ‘¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!’

Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y muy mortificado.

Pero el rey contestó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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domingo, 27 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimoquinta noche

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Pero cuando llegó la 415ª noche

Y dijo Schehrazada:

…recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!’

Historia mágica del caballo de ébano

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él.

El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se llamaba Kamaralakmar. (Luna de las Lunas)

Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.

Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la astronomía, cuando vio que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.

Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.

Y le dijo el rey Sabur: '«¡Oh, sabio! ¿Para qué sirve esta figura?»’ El sabio contestó: ‘¡Oh mi señor! ¡Este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror!’ Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: ‘¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos!’

Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: ‘¡Oh sabio! ¿Para qué sirven este pavo y estas pavas?’

El sabio contestó: ‘¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva’.

Y exclamó el rey maravillado: ‘¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones!’

El tercero que avanzó fue el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: ‘¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?’

El persa contestó: ‘¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar’. Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo: ‘¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos!’

Tras de lo cual el rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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sábado, 26 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimocuarta noche

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Pero cuando llegó la 414ª noche

Ella dijo:

... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.

Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:

¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!

¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!

¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente! ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!

¡Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!

¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!

¡Ah! ¡Cuán dulce es la vida! ¡Cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!

Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el-Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:

¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!

¡Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!

¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?

¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido! ¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?

¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: ‘¡Alah eternice tu unión con tu amigo!’

Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:

¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!

¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Qué encanto tiene su lenguaje espiritual!

¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!

¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!

¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!

¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!

¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!

Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: ‘¡Oh frescura de mis ojos! ¡Ahora quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!’ Y llegando en aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:

¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! –no quiero hablar de cosas pretéritas–!

¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya, sustituir en mi intimidad, ven al hammam!, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!

¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!

¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!

Y al mirarte en el baño, cantaré: ‘¡Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!’

Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fue a visitarle la Destructora de placeres y la Separadora de amigos!

¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!

‘¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia puede asemejarse a la Historia mágica del caballo de ébano!’

Y dijo el rey Schahriar: ‘¡Entusiasmado estoy ¡oh Schehrazada! con los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima decimoquinta noche

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viernes, 25 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima decimotercera noche

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Y cuando llegó la 413ª noche

Ella dijo:

...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos:

¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!

¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese manantial, mitiga mis angustias!

¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! ¡Ah! ¿Habrá algo más prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?

¡Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa transcurre en el infierno y el paraíso!

¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!

¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la pasión!

¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡He perdido el corazón! ¡Ah! ¡Las penas siguen a las penas!

¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!

¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es volver a verme y poseerme!

¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y permitirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!

¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!

Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: ‘¡Por Alah! ahora veo bien claro que ambos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad. ¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y sorprendentes vuestras aventuras!’

Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del- Mundo le preguntó: ‘¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?’

El rey contestó: ‘¡Está en mi palacio!’ Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.

Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: ‘¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!’ Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.

Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas considerables, les dio un séquito magnífico y se despidió de ellos.

Y partieron.

Y he aquí que fue un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de instrumentos armónicos y dio grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.

¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluido el festín de la primera noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:

¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran confusión de los que nos envidian!

¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las entrañas y el cuerpo!

¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!

¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace llorar es la dicha!

¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufrido! ¡Con qué resignación hemos soportado dolores angustiosos!

¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi cabeza!

Terminada que fue esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima decimocuarta noche

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jueves, 24 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima duodécima noche

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Y cuando llegó la 412ª noche

Ella dijo:

‘Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dio orden a los esclavos para que fueran por la montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!

¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!

Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!

En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vio que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza de encontrar a su hija y a Delicia-del-Mundo y que tenía afectado muy penosamente con todo aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo, mostrándole al pobre joven: ‘Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país’. El visir Ibrahim le contestó: ‘¡Haz lo que quieras!’

Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.

Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: ‘¿Dónde estoy?’ Le contestaron: ‘¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!’ Luego fueron a prevenir al visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.

El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: ‘¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate bien de ponerte en mi presencia!’ Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del- Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.

De modo que cuando el visir vio que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le dijo: ‘¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: ‘¡Si no cumpliste tu misión, no debes entrar en mi ciudad!’

El joven le preguntó: ‘¿Y qué misión era esa?’ Entonces le contó el visir toda la historia, y Delicia-del-Mundo dijo: ‘¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!’ Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo: ‘¿Hablas de verdad?’ El joven contestó: ‘¡Sí, por cierto!’ Montó a caballo entonces el visir, y llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.

Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: ‘¿Dónde está Delicia-del-Mundo?’ Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: ‘¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Delicia- del-Mundo!’ Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó: ‘¿En qué sitio se encuentra?’ El joven contestó: ‘¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos’. Dijo el rey: ‘¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!’ Y al punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia desde el principio hasta el fin.

Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: ‘Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!’ Hizo el rey que le llevaran enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: ‘¡Yo soy Delicia-del-Mundo, la desolación de los envidiosos!’ Y tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima decimotercera noche

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima undécima noche

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Y cuando llegó la 411ª noche

Ella dijo:

... Y la gente contestaba: ‘¡No le conocemos!’ Y continuaron informándose de esta manera por ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.

El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: ‘¿Por qué motivo dieron ese nombre a esta montaña?’ El otro contestó: ‘¡Voy a decírtelo enseguida!

‘Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.

Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos!» Y ése es el motivo de tal nombre’.

Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.

Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su compañero y su séquito.

Llegado que fue al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que preguntó a su gente:

‘¿De dónde viene este individuo?’ Le contestaron: ‘Es un pobre mercader que naufragó, perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!’ El visir no insistió más y penetró en el interior del palacio.

Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: ‘¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque desapareció!’

A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:

¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!

¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿Quién me dirá ya la suerte que corrieron los dueños que la habitaron?

Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a lamentarse, y dijo: ‘¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de antemano!’ Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros. Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo el uno y un búho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y recitó estos versos:

¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de que al verle se extinguiera la llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición siniestra de un cuervo y de un búho!

Y me decía este espectáculo: ‘¡Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura, separándoles con violencia!’ ‘ ¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!’

Tras de lo cual bajó de la terraza...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima duodécima noche

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martes, 22 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima décima noche

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Pero cuando llegó la 410ª noche

Ella dijo:

... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más después quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:

¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor! ¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes sagrado de Bagdad!

¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!

¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie de mis mejillas se coloreó de rojo!

¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!

Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: ‘¡No temas ni te aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!’

Y al punto el rey recitó estos versos:

¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!

¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas por jinetes y guerreros!

¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata virgen!

¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su pariente!

¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al que amas!

¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!

Cuando acabó de recitar estos versos, fue el rey en busca de sus soldados, y después de llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y le dijo: ‘¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: ‘Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su presencia se extienda el contrato de matrimonio!’

Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir, reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: ‘¡Has de saber que como no me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!’ El visir contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Y al punto se puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.

Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y le entregó la carta y los presentes que había traído para él.

Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: ‘¡Ay! ¿Dónde estará ahora Delicia-delMundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes traérmelo!, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!’ Y al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose y estallando en sollozos.

Luego recitó estos versos:

¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!

¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto, por sus modales exquisitos y encantadores!

¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que serían frutos sus maneras deliciosas!

¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana como él!

¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!

Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: ‘Regresa a tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey ignora lo que de él ha sido!»‘ El visir contestó: ‘¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad!» ¿Cómo voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?’

Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo: ‘¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a Delicia-del-Mundo!’ El visir contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’

Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió en busca de Delicia-del-Mundo.

De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduinos o caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: ‘¿Habéis visto pasar a un individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?’ Y la gente contestaba...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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lunes, 21 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima novena noche

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Cuando cuando llegó la 409ª noche

Ella dijo:

... Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.

Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto antes.

Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos versos:

¡Oh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!

¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!

¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado, Alah te preservará de los ardores que me abrasan!

¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol y de la luna, cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: ‘¡Soy tu esclava!’

¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: ‘¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una falta grave y una impiedad!’

¡Oh pescador! ¡Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces! ¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!

¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi corazón y se desmenuza!

Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:

¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!

¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras engañosas!

¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!

¡No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!

Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y dijo a la joven: ‘¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!’ Entonces se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.

Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.

Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.

En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.

Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y el rey le preguntó: ‘¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta comarca?’

Ella contestó: ‘Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo extraordinario y a una aventura muy extraña!’ Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos versos:

¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!

¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de mis deseos!

¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de turcos y árabes!

¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y rivalizaron en galanterías para con él!

¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su tirante arco dispuesto a lanzar flechas!

¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor! ¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo ya esperanza!

¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza, por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector sobre la tribu de los enamorados, y haz ¡oh mi señor! que se reúnan!

Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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domingo, 20 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima octava noche

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Y cuando llegó la 408ª noche

Ella dijo:

... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador, empezó a sollozar, y recitó estos versos:

¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las almas sensibles, yo te saludo!

¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!

¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con enfermedades!

¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!

¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella para siempre!

¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente? ¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?

Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que en su lenguaje recitaba estos versos:

¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el pasado, cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era maravillosamente hermoso!

¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis entusiasmado con los caros acordes de la flauta!

¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: ‘¡Oh mi libertad en el espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!’

¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera a mi amigo; pero fue cruel!

¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura ausencia!

¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantes enloquecidos y torturados por angustias como las mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y me devuelva a mi amigo!

Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: ‘¿Qué palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?’ El eunuco contestó: ‘¡Es el visir de tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!’

Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: ‘¡Por fin consigo mi propósito! Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!’

Y he aquí lo que a él atañe.

¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!

Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin resultado. Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:

¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir toda clase de tormentos!

¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolo del amigo de mis ojos!

¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos marinos!

¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi amor!

¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirigí al rostro del amado?

¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes pensamientos!

¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme en la soledad!

¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el bienamado!

Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima novena noche

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Valram

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sábado, 19 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima séptima noche

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Y cuando llegó la 407ª noche

Ella dijo:

...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:

¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: ‘¡Oh generoso!’

¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!

¿Gimes a causa de la partida de tú amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!

¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta cuando mis huesos sean ya polvo!

Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: ‘¡Oh Eterno, yo te glorifico!’ Entonces Delicia-del- Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:

¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis calamidades!

¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este destierro!

¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más abrasado que nunca!

Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre, que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: ‘¡La criatura no se fortalece más que con sinsabores!’

¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!

¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!

¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!

Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vio que contenía un ruiseñor, que, tan pronto como se dio cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle, recitó estos versos Delicia-del-Mundo:

¡Oh! ¡Cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una enamorada voz desfalleciente de amor!

¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los deseos y la inquietud! ¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron ellos más que noches sin sueño y sin mañana!

¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: ‘¡He aquí las cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!’ ¡Y en esta forma se desborda mi ardor!

¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!

¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!

¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud y el abandono!

Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vio en ella un bulbul que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:

¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido melodioso de las cuerdas de su voz!

¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu ser! ¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro y de la piedra!

¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de las praderas y las flores exquisitas!

¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!

¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial, mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!

¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta? ¡Digo esto porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!

Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima octava noche

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viernes, 18 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexta noche

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Y cuando llegó la 406ª noche

Ella dijo:

...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo abrasador de sus desventuras. Entonces recitó es tos versos:

¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis deseos avivan en mí dolores abrasadores!

¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un querido secreto!

¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi dolor!

¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me devora el hígado!

¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado! ¡Qué pena! ¡Que dolor!

¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!

¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! ¡Porque en el código del amor es lícito el juramento!

¡Oh noche! ¡Ve a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis insomnios!

Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.

¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: ‘Baja al valle y tráeme una cantidad grande de fibras de palmera’. Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: ‘Has de saber que en el fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar. No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!’ El joven contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.

Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso, y de este modo fue juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura. Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fue aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de los cuales vio abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: ‘¿De dónde vienes?’ ¿Y cómo te arreglaste para llegar hasta aquí? El joven contestó: ‘¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!’ Al oír tales palabras, el esclavo se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: ‘¡Consérvele con vida Alah!, ¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del palacio.

Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: ‘¡Oh generoso!’ Y al oír aquel grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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jueves, 17 de septiembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 405ª noche

Ella dijo:

... y oyó que alguien gritaba: ‘¡La misericordia sobre tí!’ Entonces franqueó la puerta y deseó la paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’ El joven dijo: ‘¡Me llamo Delicia-del-Mundo!’ El ermitaño le preguntó: ‘¿A qué obedece tu llegada?’ El joven le contó entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el ermitaño se echó a llorar, y le dijo: ‘¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después, aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente los que tú buscas!, ¡oh Delicia-del-Mundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te compadezco! ¡Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de amor!’ Y el ermitaño recitó estos versos:

¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,

¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!

¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!

¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!

¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!

¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!

¡Lleno de fuerza estuve antaño!; ahora ha desaparecido mi vigor. ¡Y el ejército de mi paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!

¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los extremos se tocan!

¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la impiedad!

Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.

Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían como hermanos en Alah (¡exaltado sea!); y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: ‘Esta noche voy a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer’. Delicia-del-Mundo contestó: ‘¡Escucho y obedezco!’ ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!

Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:

Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-que- perdió-su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanle preparado, lo examinó con atención y miró todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: ‘¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero falta entre tus muros la presencia del amigo!’ Después, al notar que la isla estaba habitada por pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que recitó:

¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi guardián!

¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!

¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que me ha reducido su recuerdo?

¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi bienamado!

¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a la de la rama tierna!

Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: ‘¡No conseguiréis pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!’

¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!

¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi bienamado?

Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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