miércoles, 30 de diciembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima novena noche

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Y cuando llegó la 509ª noche

Ella dijo:

‘...Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero. Y dijo a su antiguo bienhechor:

‘¡La paz sea contigo!, ¡oh padre de manos abiertas!’ El otro contestó: ‘Y contigo la paz, las gracias de Alah y sus bendiciones, ¡oh rostro de buen augurio! ¡Acabo de mandar a tu casa una bandeja con cuarenta pasteles que he cocido especialmente para ti y en cuya pasta no economicé la manteca clarificada, la canela, el cardamomo, la nuez moscada, la cúrcuma, la artemisa, el anís y el hinojo!’ Y el pescador metió la mano en el cesto, del cual salían mil resplandores fulgurantes; cogió tres grandes puñados de pedrerías y se los entregó. Prosiguió luego su camino y llegó a su casa. Y allí dejó su cesto, escogió la piedra más hermosa de cada especie y de cada color, lo puso todo en un pedazo de tela y se fue al zoco de los joyeros. Y se paró ante la tienda del jeique de los joyeros, le mostró las maravillosas pedrerías, y le dijo: ‘¿Me las quieres comprar?’ El jeique de los joyeros miró al pescador con ojos llenos de desconfianza, y le preguntó: ‘¿Tienes más?’ El pescador contestó: ‘En casa tengo un cesto lleno’. El otro preguntó: ‘¿Y dónde está tu casa?’ El pescador contestó: ‘Como casa, ¡por Alah que no la tengo! sino sencillamente una choza de tablas podridas, que está situada al extremo de cierta calle junto al zoco del pescado’. Al oír estas palabras del pescador, el joyero gritó a sus dependientes: ‘¡Detenedle! ¡Es el ladrón a quien se acusa de haber robado las alhajas de la reina, la esposa del sultán!’ Y les ordenó que le administraran una paliza. Y le rodearon todos los joyeros y mercaderes y le injuriaron. Y decían unos: ‘¡Sin duda fue él quien robó en el mes último la tienda del hadj Hassán!’ Y decían otros: ‘¡También fue este miserable quien limpió cierta tienda!’ Y cada cual contaba la historia de un robo cuyo autor no fue habido, ¡y se lo atribuía al pescador! Y durante todo aquel tiempo, el pescador guardaba silencio y no hacía ningún gesto para negar. Y después que hubo recibido la paliza preliminar dejó que le arrastrara a presencia del rey el jeique joyero, que quería obligarle a declarar sus crímenes y hacer que le colgaran a la puerta de palacio.

Llegados que fueron al diwán, el jeique de los joyeros dijo al rey: ‘¡Oh rey del tiempo! cuando desapareció el collar de la reina, mandaste que nos avisaran y nos encargaste que buscáramos al culpable. ¡Hicimos todo lo posible para lograrlo, y con la ayuda de Alah, lo hemos conseguido! ¡He aquí entre tus manos al culpable y las pedrerías que le hemos encontrado encima!’

Y dijo el rey al jefe de los eunucos: ‘Toma esas pedrerías y ve a enseñárselas a tu ama. ¡Y pregúntale si son las mismas piedras del collar que ha perdido!’ Y el jefe de los eunucos fue en busca de la reina, y poniendo ante ella las gemas espléndidas, le preguntó: ‘¿Son éstas ¡oh mi ama! las piedras del collar?’

Al ver aquellas pedrerías, la reina llegó al límite de la maravilla, y contestó al eunuco: ‘¡Ni por asomo! Mi collar lo encontré en el cofrecillo. En cuanto a esas pedrerías, ¡son mucho más hermosas que las mías y no tienen par en el mundo! Ve, pues ¡oh Massrur! a decir al rey que compre esas piedras para hacer con ellas un collar a nuestra hija Prosperidad, que ya está en edad de casarse.

Cuando se enteró el rey por el eunuco de la respuesta de la reina, se enfureció en extremo con el jeique de los joyeros que así acababa de detener y maltratar a un inocente; ¡y le maldijo con todas las maldiciones de Aad y de Thammud! Y contestó, temblando mucho, el jeique de los joyeros: ‘¡Oh rey del tiempo! sabíamos que este hombre era un pescador, un pobre; y al verle con estas pedrerías y enterarnos de que en su casa aún tenía un cesto lleno de ellas, nos pareció que era demasiada fortuna para que la hubiese podido adquirir por medios lícitos un pobre.’

Al oír estas palabras, aumentó más todavía la cólera del rey, que gritó al jeique de los joyeros y a sus compañeros: ‘¡Oh plebeyos impuros! ¡Oh herejes de mala fe, almas vulgares! ¿Es que no sabéis que para el destino del verdadero creyente no hay fortuna imposible, por inesperada y maravillosa que sea? ¡Ah malvados! ¡Y os apresuráis así a condenar a este pobre, sin oírle ni examinar sus circunstancias con el falso pretexto de que esa fortuna es demasiado cuantiosa para él! ¡Y le motejáis de ladrón, y le deshonráis entre sus semejantes!

¡Y ni por un instante se os ocurre pensar que nunca obra con parsimonia Alah el Exaltado cuando distribuye sus favores! ¿Acaso conocéis la capacidad de abundancia de los manantiales infinitos de que extrae sus beneficios el Altísimo, ¡oh estúpidos ignorantes! para juzgar así, con arreglo a vuestros cálculos mezquinos de criaturas de barro, el total de pesas puestas en la balanza de un destino dichoso? ¡Idos, miserables! ¡Alejaos de mi presencia! ¡Y pluguiera a Alah privaros de sus bendiciones para siempre!’

Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima décima noche

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Valram

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