jueves, 19 de noviembre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima sexagésima octava noche

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Pero cuando llegó la 468ª noche

Ella dijo:

‘¡...Pero has de guardar el secreto de todo esto!’ Entonces contestó Juder: '¡Escucho y obedezco!’ Y ató los brazos al moghrabín, que le decía: ‘¡Más fuerte todavía!’ Y cuando acabó la cosa, lo levantó y lo tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.

Pero al cabo de cierto tiempo vio de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.

Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin inquietarse más por él cogió la mula y fue al zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su tienda, al consabido judío, que exclamó al ver la mula: ‘¡No hay duda! ha perecido el hombre!’ Luego prosiguió: ‘¡Ha sido víctima de la codicia!’ Y sin añadir una palabra, tomó de manos de Juder la mula, y le contó cien dinares de oro, recomendándole que guardara el secreto. Juder cogió, pues, el dinero del judío, y se apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de costumbre, y dándole un dinar, le dijo: ‘¡Esto es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!’ Y el panadero echó la cuenta, y le dijo: ‘¡Todavía con lo que sobra, tienes pagado en mi casa el pan de dos días!’

Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les dijo: ‘¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más adelante!’ Y compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos con mucha hambre y a su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano. Entonces dejó ante ellos las provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron por devorar todo el pan mientras se hacía la comida.

Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía, diciéndole: ‘¡Guárdalo para ti y para mis hermanos, a fin de que nunca carezcan de nada!’

Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio avanzar hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza y montado en una mula: ‘¡La zalema contigo, oh Juder, hijo de Omar!’

El pescador contestó: ‘¡Y contigo la zalema, oh mi señor peregrino!’

El otro dijo: ‘¿Viste ayer a un moghrabín montado en una mula como ésta?’ Pero Juder, que tenía miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar absolutamente, y contestó: ‘¡No, no vi a nadie!’

El segundo moghrabín sonrió y dijo: ‘¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada de lo que ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa por cien dinares es mi hermano! ¿Por qué intentas negar?’

El pescador contestó: ‘Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?’

El otro dijo: ‘Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano’. Y sacó de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que entregó a Juder, diciéndole:

‘¡Átame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que nada, es que habré muerto! ¡Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!’ Juder contestó: ‘¡Acércate, entonces!’

Y se acercó el moghrabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del lago.

Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que había muerto el moghrabín; y se dijo:

‘¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí cada día un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?

Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: ‘¡Ha muerto el segundo!’

Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!’ Y añadió el judío: ‘¡Esa es la recompensa de los ambiciosos!’ Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Juder, que volvió con su madre y se los entregó. Y le preguntó su madre: ‘¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?’ Entonces le contó él lo que le había pasado; y su madre le dijo muy asustada: ‘¡No debes volver al lago Karún! ¡Tengo miedo que los moghrabines te acarreen alguna desgracia!’

El contestó: ‘¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡Oh madre! Además, ¿por qué no hacerlo, si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡Que ahora quiero ir todos los días al lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los moghrabines y no quede la menor señal de moghrabines!’

Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer moghrabín, que se parecía asombrosamente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la riqueza de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que montaba; y detrás de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se acercó aquel hombre a Juder, y le dijo: ‘¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!’

El pescador le devolvió la zalema, pensando: ‘¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre todos?’

El moghrabín le preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima sexagésima novena noche

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Valram

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