martes, 28 de diciembre de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La octingentésima nonagésima noche

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Y cuando llegó la 890ª noche

Ella dijo:

‘¡...seco y duro mucho tiempo!’ Y el joven contestó: ‘No hay inconveniente’.

Y acto seguido se pusieron de acuerdo respecto a todo, y se convino en que las bodas se celebrarían en el más breve plazo, sin ceremonias ni invitaciones, sin músicos ni danzarinas ni cantarinas, y sin paseos ni cortejos.

Y en el día fijado se hizo ir al kadí y a los testigos. Y se redactó con arreglo a las prescripciones de la Ley. Y la madre, en presencia del kadí y de los testigos, introdujo al joven en la cámara nupcial, y le dejó solo con su esposa, diciéndoles:

‘Gozad de vuestro destino, ¡oh hijos míos!’

Y aquella noche no hubo en toda la ciudad de Damasco, ni en el país de Scham, un grupo más hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno a otro como las dos mitades de la misma almendra.

Y al día siguiente, después de una noche pasada entre delicias; el joven se levantó y fue a hacer sus abluciones en el hammam. Tras de lo cual se marchó a su tienda como de ordinario, y allí permaneció hasta que se cerró el zoco. Y entonces se levantó y volvió a su nueva casa para encontrarse de nuevo con su esposa, entró en el harén, y fue derecho a la cámara nupcial, donde la víspera había probado tantas cosas excelentes. Y he aquí que, bajo el mosquitero, dormía su esposa, con los cabellos en desorden, al lado de un mozalbete con mejillas vírgenes de pelo, que la estrechaba con amor contra sí.

Al ver aquello, el mundo se ennegreció ante el rostro del joven, que se precipitó fuera de la cámara para ir en busca de la madre y hacerle ver lo que había que ver. Y encontró a la madre, que estaba sentada precisamente en el umbral de la habitación y que, al verle con el color tan amarillo y muy emocionado, le dijo: ‘¿Qué te pasa, ¡oh hijo mío!? ¡Ruega al Profeta!’ Y contestó el joven: ‘¡Con El la plegaria y la paz! ¿Qué es eso, ¡oh tía!? ¿Qué es eso que he visto en el lecho? ¡Me refugio en Alah contra las asechanzas del Lapidario!’ Y escupió con violencia en tierra, como si lo hiciese sobre alguien que estuviese a sus pies. Y dijo la madre: ‘¿Y a qué viene ¡oh hijo mío! toda esa cólera y toda esa emoción? ¿Es porque tu esposa está con otra persona? Pero, ¡por los méritos del Profeta! ¿Crees que puede una alimentarse del aire? ¿Y crees que te he dado por esposa a mi hija, sin exigir de ti nada en calidad de dote ni de viudedad, para que vengas ahora reprobando su conducta y contrariando sus caprichos? ¡Es esa mucha pretensión de parte tuya, hijo mío! ¡Porque bien debiste figurarte que dos mujeres como nosotras no podrían mantenerte si no estuvieran en libertad de acción! ¿Comprendes ya?’

Y el joven, estupefacto por todo lo que oía, no supo otra cosa que murmurar:

‘¡Me refugio en Alah! ¡Él es el Misericordioso!’ Y la madre añadió: ‘¡Vaya, no te quejes más! ¡Pero si nuestra manera de vivir no te conviene, hijo mío, no tienes más que hacernos ver la anchura de tus hombros!’

Al oír estas palabras, el joven, en el límite de la cólera, exclamó, de manera que fuese oído tanto por la madre como por la hija: ‘¡Me divorcio! ¡Por Alah y por el Profeta, que me divorcio!’

Y al propio tiempo salió de debajo del mosquitero la joven desperezándose, y al oír la fórmula del divorcio, se apresuró a bajarse el velo del rostro para no estar descubierta ante el que en adelante sería para ella un extraño. Y al mismo tiempo que ella salió de debajo del mosquitero la persona con quien ella estaba enlazada tan amorosamente. Y he aquí que aquella persona, que de lejos parecía un mozalbete imberbe, era una joven, como podía observarse sólo al ver la ola de sus cabellos, desatados de pronto, que le acariciaban los tobillos.

Y mientras el desgraciado joven permanecía inmóvil de asombro, hicieron su aparición dos testigos que había ocultado la madre detrás de una cortina, y le dijeron: ‘¡Hemos oído la fórmula del divorcio, y damos fe de que te has divorciado de tu esposa!’ Y la madre le dijo, riendo: ‘Pues bien, hijo mío, ¡ya no te queda más remedio que irte!

Y para que no te marches mal impresionado, has de saber que la joven que ves aquí, y que estaba acostada con tu esposa, es mi hija menor. ¡Y lo que has pensado es un pecado que tienes sobre la conciencia! Pero sabe también que tu esposa estaba casada primero con un joven a quien amaba y que la amaba. Pero un día disputaron, y en el calor de la disputa, mi yerno dijo a mi hija: ‘¡Quedas divorciada tres veces!’ Ya sabes que ésa es la fórmula más grave del divorcio y la más solemne. Y el que la pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no consume un nuevo matrimonio con un segundo marido que, a su vez, la repudie.

Necesitábamos, pues, un desligador, hijo mío. Y he buscado mucho tiempo a ese desligador, sin encontrarle. Y acabé por encontrarte. Y al verte, comprendí que serías un desligador perfecto. Y te escogí. Y ha sucedido lo que ha sucedido. ¡Uassalam!’

Y a continuación le echó de la casa a empujones, y cerró la puerta, mientras el primer esposo, ante el mismo kadí y los mismos testigos, suscribía un segundo contrato de matrimonio con su primera esposa.

‘Y tal es ¡oh rey afortunado! la historia del Desligador. Pero se halla lejos de ser tan deliciosa como la Historia del capitán de policía’.

El capitán de policía

En otro tiempo había en El Cairo un kurdo, que llegó a Egipto bajo el reinado del victorioso rey Saladino (¡Alah le tenga en Su gracia!). Y aquel kurdo era un hombre de una corpulencia terrible, con bigotes enormes y una barba que le subía hasta los ojos, y cejas que le tapaban los ojos, y con mechones de pelo que le salían de la nariz y de las orejas. Y tenía un aspecto tan terrible, que no tardó en llegar a ser capitán de policía. Y los pilluelos del barrio, sólo con verle lejos, se daban a la fuga, echando a correr más de prisa que si hubiesen visto aparecer una ghula. Y las madres amenazaban a sus hijos con llamar al capitán kurdo cuando no los podían soportar.

En una palabra, era el terror del barrio y de la ciudad.

Un día entre los días, sintió él que le pesaba la soledad, y pensó en lo bueno que sería encontrar en su casa carne fresca para meterle el diente cuando volviera por la noche. En vista de lo cual, fue en busca de una casamentera, y le dijo: ‘Deseo mujer. Pero tengo mucha experiencia, y sé cuántas tribulaciones traen de ordinario consigo las mujeres. Por eso, como quiero tener las menos complicaciones posibles, deseo que me busques una joven virgen que no se haya separado nunca de la ropa de su madre, y que esté dispuesta a vivir conmigo en una casa que se compone de una sola habitación. Y pongo por condición la de que jamás ha de salir de esa habitación ni de esa casa. ¡Y ahora dime si puedes o no puedes encontrarme esa joven!’ Y la casamentera contestó: ‘¡Puedo! ¡Dame algo de señal!’

Y el capitán de policía le entregó un dinar en señal, y se fue por su camino. Y la casamentera se irguió sobre ambos pies, y se dedicó a la busca de la joven consabida. Y tras de varios días de pesquisas y negociaciones, de preguntas y respuestas, acabó por encontrar una joven que consintiera en vivir con el kurdo sin salir nunca de la casa, compuesta de una sola habitación. Y la casamentera fue a participar al capitán de policía el éxito de sus buenos oficios, y le dijo: ‘He encontrado para ti una joven virgen que jamás se ha separado de su madre, y que me ha dicho cuando le he impuesto la condición: ‘¡Vivir con el valiente capitán o permanecer aquí encerrada con mi madre da lo mismo!’. Y el kurdo quedó muy satisfecho de esta respuesta, y preguntó a la casamentera: ‘¿Y cómo es?’ Ella contestó: ‘¡Es gorda y rolliza y blanca!’ El dijo: ‘¡Eso es lo que me gusta!’

Así, pues, como el padre de la joven estaba conforme, y como la madre estaba conforme, y como la hija estaba conforme, y como el kurdo estaba conforme, se celebró la boda sin tardanza. Y el kurdo, padre de bigotes grandes, se llevó a la joven gorda y rolliza y blanca a su casa, compuesta de una sola habitación, y se encerró con ella y con su destino.

Y sólo Alah sabe lo que pasó aquella noche.

Y al día siguiente el kurdo fue a evacuar los asuntos propios de la policía, diciéndose al salir de su casa. ‘He hecho mi suerte con esta joven’. Y por la noche, al volver a su casa, le bastó una mirada para asegurarse de que todo estaba en orden en su casa. Y se decía a diario: ‘Todavía no ha nacido quien meta la nariz en mi cena’. Y su tranquilidad era perfecta y su seguridad absoluta. Y a pesar de toda su experiencia, no sabía que la mujer es sagaz de nacimiento, y que cuando desea algo nada puede detenerla. Y pronto iba a tener prueba de ello.

En efecto, había en la misma calle, frente a la ventana de la casa, un carnicero que vendía carne de carnero. Y el tal carnicero tenía un hijo de lo más truhán, que por naturaleza estaba lleno de atractivo y de alegría, y que, desde por la mañana hasta por la noche, cantaba sin parar con una voz hermosa. Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos y la voz del hijo del carnicero, y sucedió entre ellos lo que sucedió.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La octingentésima nonagésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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