martes, 5 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima decimoquinta noche

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Y cuando llegó la 515ª noche

Ella dijo:

‘¡...Loores a Alah, que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio!’ Y muy molesto por haber servido para satisfacer la curiosidad de los habitantes del mar, no sabía ya qué hacer de su persona, de su trasero y de lo demás; y pensaba para su ánima: ‘¡Por Alah, que quisiera estar lejos de aquí o tener algo con qué cubrir mi desnudez!’

Pero el rey acabó por decirle: ‘¡Oh individuo sin cola! me has regocijado de tal manera con tu trasero, que quiero concederte la satisfacción de todos tus deseos. ¡Pídeme, pues, cuanto quieras!’ Abdalah contestó: ‘Quisiera dos cosas, ¡oh rey! ¡Volver a la tierra y llevarme conmigo muchas joyas del mar!’ Y dijo Abdalah el Marítimo: ‘¡Además, ¡oh rey! mi amigo no ha comido nada desde que está aquí, y no le gusta la carne de pescado cruda!’ Entonces dijo el rey: ‘¡Que le den cuantas joyas desee, y que se le transporte al lugar de donde vino!’

Al punto todos los marítimos se apresuraron a llevar conchas grandes vacías, y llenándolas de pedrerías de todos colores, preguntaron a Abdalah el Terrestre: ‘¿Dónde hay que llevarlas?’ El aludido contestó: ‘¡No tenéis más que seguirme y seguir a mi amigo Abdalah, vuestro hermano, que va a llevarme el cesto lleno con esas pedrerías, como acostumbra hacerlo!’ Luego se despidió del rey, y acompañado de su amigo, y seguido por todos los marítimos portadores de conchas llenas de pedrerías, salió del imperio marino y se remontó a la vista del cielo.

Ya fuera del agua, se sentó un buen rato para descansar y respirar el aire natal. Tras de lo cual desenterró sus ropas y se vistió; y se despidió de su amigo Abdalah el Marítimo, y le dijo:

‘¡Déjame en la playa todas esas conchas y ese cesto, que yo iré en busca de cargadores que los transporten!’ Y fue a buscar a los cargadores, que transportaron al palacio todos aquellos tesoros; luego entró a ver al rey.

Cuando el rey vio a su yerno, le recibió con grandes muestras de alegría, y le dijo: ‘¡Hemos estado muy inquietos todos por tu ausencia!’ Y Abdalah le contó su aventura marítima desde el principio hasta el fin; pero no hay utilidad en comenzarla otra vez. Y le puso entre las manos el cesto y las conchas llenas de pedrerías.

Aunque se maravilló del relato de su yerno y de las riquezas que traía del mar, le enfadó y le molestó mucho al rey el comportamiento poco cortés de los marítimos con respecto al trasero de su yerno y a todos los traseros en general, y le dijo: ‘¡Oh Abdalah! no quiero que en adelante vayas a la playa en busca de ese Abdalah del Mar, pues por más que esta vez no tuviste que sentir por haberle seguido, no sabes lo que puede sucederte en el porvenir, ¡que no siempre que le tiran queda intacto el jarro! Y además, eres mi visir y no me parece bien que vayas al mar todas las mañanas con un cesto de pesca a la cabeza, porque serías objeto de burla a los ojos de todas las personas con más o menos cola y más o menos inconvenientes. ¡Permanece, pues, en el palacio, y de ese modo vivirás en paz, y estaremos tranquilos por ti!’

Entonces Abdalah de la Tierra, como no quería contrariar a su suegro el rey Abdalah, permaneció en adelante en el palacio con su amigo Abdalah el Panadero, y ya no fue a la playa en busca de Abdalah del Mar, del que no se volvió a hablar por no enfadarle.

Y así vivieron todos en la situación más dichosa, practicando virtudes en medio de delicias, hasta que fue a visitarles la Destructora de alegrías y la Separadora de los amigos. ¡Y murieron todos! ¡Gloria, empero, al único Viviente que no muere, que gobierna el imperio de lo Visible y de lo Invisible, que es Omnipotente sobre todas las cosas y que es benévolo con sus servidores, conociendo sus intenciones y necesidades!

Y tras de pronunciar estas palabras, se calló Schehrazada. Entonces exclamó el rey Schahriar:

‘¡Oh, Schehrazada! ¡Es verdaderamente extraordinaria esa historia!’ Y Schehrazada dijo: ‘Sí, ¡oh rey!, pero aunque haya tenido la suerte de gustarte, sin duda alguna no es más admirable que la que quiero contarte todavía, y que es la Historia del joven amarillo. Y el rey Schahriar dijo: ‘¡Puedes hablar ya!’

Entonces dijo Schehrazada:

Historia del joven amarillo

Entre diversos cuentos, se cuenta ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid salió de su palacio una noche con su visir Giafar, su visir Al-Fazl, su favorito Abu-lshak, el poeta Abu- Nowas, el portaalfanje Massrur y el capitán de Policía Ahmad-la-Tiña. Y disfrazados de mercaderes, se dirigieron todos al Tigris y se metieron en una barca, dejándose llevar por la corriente a la ventura. Porque, al ver al califa poseído de insomnio y con el espíritu preocupado, Giafar le había dicho que para disipar el fastidio nada era más eficaz que ver lo no visto todavía, oír lo no oído todavía y visitar un país que todavía no se ha recorrido.

Y he aquí que, al cabo de cierto tiempo, hallándose la barca bajo las ventanas de una casa desde la cual se dominaba el río, oyeron que en el interior de la casa una voz hermosa y triste cantaba estos versos, acompañándose con el laúd:

Ante la copa de vino, y mientras en la espesura cantaba el pájaro hazar, dije a mi corazón:

¿Hasta cuándo rechazarás la dicha? ¡Despiértate que la vida es un préstamo a corto plazo!

¡He aquí la copa y el copero! ¡Tu amigo es un copero hermoso y joven! ¡Mírale y toma de sus manos la copa que te brinda!

¡Languidecen sus párpados y te invita su mirada! ¡No desprecies esas cosas!

¡En sus mejillas he plantado rosas tiernas, y cuando quise cogerlas encontré granadas!

¡Oh corazón mío, no desprecies esas cosas! ¡Ha llegado el momento de que asome el bozo a sus mejillas!

Al oír estas coplas, dijo el califa: ‘¡Oh Giafar, que hermosa es esa voz!’ Y contestó Giafar: ‘¡Oh señor nuestro, en verdad que jamás hirió mi oído una voz más hermosa ni más deliciosa! ¡Pero, ¡oh mi señor! oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina...?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima decimosexta noche

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Valram

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