jueves, 30 de diciembre de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La octingentésima nonagésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 892ª noche

Ella dijo

‘... Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta. Pero apenas había dado veinte pasos por la calle, por donde no pasaba ni un alma a aquella hora de la noche, surgió desde la sombra, de improviso, una forma negra y se lanzó a ella. Era un ladrón que estaba al acecho de cualquier caza nocturna, y al ver brillar sus pedrerías, se había dicho: ‘¡Ahora puedo enriquecerme para toda la vida!’ Y la paró brutalmente y se apresuró a despojarla, diciéndole, con voz sofocada y amedrentadora: ‘¡Si abres la boca para gritar, te dejaré más ancha que larga!’ Y ya había echado mano a los collares, cuando su mirada se encontró con la belleza de aquel rostro; y pensó, muy conmovido: ‘¡Por Alah, que me la voy a llevar toda entera, porque es más preciosa que todos los tesoros!’ Y le dijo: ‘¡Oh señora mía; no te haré daño ninguno! Pero no te me resistas, y ven conmigo de buen grado. ¡Y nuestra noche será una noche bendita!’ Porque pensaba: ‘¡Es una almea! Pues sólo las almeas salen por la noche vestidas con tanto esplendor. ¡Y debe volver de la boda de algún gran señor!’

Y la joven se echó a llorar por toda respuesta. Y el ladrón le dijo: ‘¡Por Alah! ¿Por qué lloras? ¡Hago juramento de no maltratarte ni despojarte si te entregas a mí libremente!’ Y al propio tiempo la cogió de la mano y quiso llevársela. Entonces le dijo ella a través de sus lágrimas quién era; y le contó la generosidad de su esposo el jeique. Y no le ocultó nada de su historia. Y añadió: ‘Y ahora estoy en tus manos.

¡Haz de mí lo que quieras!’

Cuando el ladrón, que era el más hábil desvalijador de toda la corporación de ladrones de Bagdad, hubo oído la historia singular de la joven y comprendido todo el alcance del proceder generoso de su esposo el jeique, bajó un instante la cabeza y reflexionó profundamente. Luego levantó la cabeza y dijo a la joven: ‘¿Y dónde vive el hijo de tu tío a quien amas?’ Ella dijo: ‘¡En tal barrio y tal calle, donde ocupa la habitación que da al jardín de la casa!’ Y dijo el ladrón: ‘¡Oh señora mía! ¡No se dirá que dos amantes han sido molestados en su amor por un ladrón! ¡Plegue a Alah concederte sus gracias más escogidas en esta noche que vas a pasar con tu primo!

¡Por lo que a mí respecta, voy a conducirte y a darte escolta para evitarte malos encuentros con otros ladrones!’

Y añadió: ‘¡Oh mi señora! ¡Si el viento es de todos, la flauta no es mía!’

Y tras de hablar así, el ladrón cogió de la mano a la joven y le dio escolta, con todos los miramientos de que se hace alarde con una reina, hasta la casa de su amante. Y se despidió de ella después de besarle la orla del traje, y se fue por su camino.

Y la joven empujó la puerta del jardín, atravesó el jardín, y fue derecha al cuarto de su primo. Y le oyó sollozar completamente solo, pensando en ella. Y llamó a la puerta; y preguntó la voz de su primo, entrecortada por las lágrimas: ‘¿Quién hay en la puerta?’ Ella dijo: ‘¡Habiba!’ Y exclamó él desde dentro: ‘¡Oh voz de Habiba!’ Y dijo aún: ‘¡Habiba ha muerto! ¿Quién eres tú, que me hablas con su voz?’ Ella dijo:

‘¡Soy Habiba, la hija de tu tío!’

Y la puerta se abrió, y Habib cayó desmayado en brazos de su prima. Y cuando, gracias a los cuidados de Habiba, volvió de su desmayo, Habiba le hizo descansar junto a ella, puso la cabeza de él sobre sus rodillas y le hizo el relato de lo que le había ocurrido con su esposo el jeique y con el ladrón generoso. Y al oír aquello, Habib se conmovió tanto, que no pudo articular palabra. Luego se levantó de repente, y dijo a su prima: ‘Ven, ¡oh bienamada prima mía!’ Y la cogió de la mano, sin querer conocerla, y salió con ella a la calle, y la condujo sin pronunciar palabra, a la morada de su esposo el jeique.

Cuando el jeique vio volver a su esposa con su primo el joven Habib, y comprendió la razón que así le llevaba a ambos a su morada, los introdujo en su propia habitación, y les besó como un padre besaría a sus hijos, y les dijo con voz llena de gravedad: ‘¡Cuando el creyente ha dicho a su esposa: ‘¡Eres hija de mi carne y de mi sangre!’, ningún poder logrará hacerle desdecirse de sus palabras! Así, pues, nada me debéis, ¡oh hijos míos! ¡Porque estoy ligado por mis propias palabras!’

Y tras de hablar así, inscribió a nombre de ellos su casa y sus bienes, y se marchó a habitar en otra ciudad.

Y Schehrazada dejó al rey Schahriar el cuidado de concluir, sin preguntarle nada a este respecto. Y aquella noche todavía dijo:

El barbero emasculado

Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y tenía por amiga, a quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de policía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen podido aplastar al joven sólo con un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.

Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: ‘¡Oh hija del tío! estoy invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme’. Y su esposa le dijo: ‘¡Nadie deseará de ti otra cosa que saber que disfrutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!’ Y el yuzbaschi se fue por su camino, felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.

Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: ‘¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!’ Y llamó al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: ‘¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile:

‘¡Mi señora te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!’ Y el eunuco salió de casa de su señora, y como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: ‘¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!’ Y aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: ‘¡Mi señora te envía sus zalemas más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza’. Y al oír aquello, el mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: ‘¡Sécame pronto la cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y diciendo estas palabras, puso en su mano un dracma de plata, como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo: ‘¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado de dracmas!’

Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el umbral de la tienda, diciéndole: ‘¡Alah contigo, ¡oh mi señor!

Espero que, cuando hayas ventilado los asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al entrar. ¡Alah contigo!’ Y el joven contestó: ‘¡Taieb! Está bien; ya volveré’. Y se marchó a escape y desapareció por un recodo de la calle.

Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con extremada sorpresa por parte suya, vio surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a llamar. Y el barbero le dijo:

‘¡Oh mi señor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: ‘¡Cuando te endulces en un paraje, no busques otro!’ Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha dicho: ‘¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la cabeza que la mano de un barbero hábil!’ Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco’. Y dijo el joven: ‘¡Ualah! ciertamente que la reconoceré, ¡oh barbero!’ Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.

En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta, diciéndose: ‘¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!’ Y sin quitar los ojos de la puerta un instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo que le había invitado le dijo: ‘¡Ya sidi! perdóname la descortesía sin par de que soy culpable para contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve volveremos aquí juntos’. Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fue por su camino. Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: ‘¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!’ Y así diciendo, escupió al aire con furor...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La octingentésima nonagésima tercera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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