domingo, 18 de abril de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima decimoctava noche

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Pero cuando llegó la 618ª noche

Ella dijo:

‘...Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías?’

El otro contestó: ‘¡Lo más indicado sería pasar por detrás de ellas con una escoba de esparto, y como por inadvertencia, haciendo que barría, pincharlas en el trasero con las espinas de la escoba!’ El hombre de El Cairo dijo: ‘Ese procedimiento, compañero, sería algo torpe y grosero. ¡Y verdaderamente resultan soeces semejantes bromas! ¡He aquí lo que haría yo!’ Y después de hablar así, se acercó con aire amable y simpático a las personas puestas en cuclillas, diciendo: ‘Con tu permiso, ¡oh mi señor!’ Y cada cual hubo de contestarle, en el límite de la confusión y del furor: ‘¡Alah arruine tu casa!, ¡oh hijo de alcahuete! ¿Acaso celebramos un festín aquí?’ Y al ver la cara indignada de las personas aludidas, reían en extremo todos los circunstantes reunidos en el patio de la mezquita.

De modo que, cuando el hombre de Damasco hubo visto aquello con sus propios ojos, encaróse con el hombre de El Cairo, y le dijo: ‘¡Por Alah, que me venciste! ¡Oh jeique de los bromistas! Y razón tiene el proverbio que dice: ‘¡Sutil como el egipcio, que pasa por el ojo de una aguja!’

Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:

Ardid de mujer

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, en una ciudad entre las ciudades, una joven de alto rango, cuyo esposo se ausentaba a menudo para hacer viajes próximos y lejanos, acabó por no resistir ya a la incitaciones de su tormento y escogió para sí, a manera de bálsamo calmante, un muchacho, que no tenía par entre los jóvenes de aquel tiempo. Y se amaron ambos con un amor extraordinario; y se satisficieron mutuamente con toda alegría y toda tranquilidad, levantándose para comer, comiendo para acostarse y acostándose para copular. Y de aquella manera vivieron durante un largo transcurso de tiempo.

Y he aquí que un día solicitó con malas intenciones al muchacho un jeique de barba blanca, un pérfido redomado, semejante al cuchillo del vendedor de colocasias. Pero el joven no quiso prestarse a lo que le pedía el jeique, y enfadándose con él, le pegó mucho en la cara y le arrancó su barba de confusión. Y el jeique fue al walí de la ciudad para quejarse del mal trato que acababa de sufrir; y el walí mandó detener y encarcelar al muchacho.

Entretanto, se enteró la joven de lo que acababa de sucederle a su enamorado, y al saber que estaba preso, tuvo una pena muy violenta. Así es que no tardó en combinar un plan para libertar a su amigo, y adornándose con sus atavíos más hermosos, fue al palacio del walí, solicitó audiencia y la introdujeron en la sala de las peticiones. Y en verdad ¡por Alah! que, nada más que con mostrarse de aquel modo en su esbeltez, habría podido obtener de antemano la concesión de todas las peticiones de la tierra a lo ancho y a lo largo. De manera que, después de las zalemas, dijo al walí: ‘¡Oh nuestro señor walí! el desgraciado joven, a quien hiciste encarcelar, es mi propio hermano y el único sostén de mi casa. Y ha sido calumniado por los testigos del jeique y por el mismo jeique, que es un pérfido, un disoluto. ¡Vengo, pues, a solicitar de tu justicia la libertad de mi hermano, sin lo cual va a arruinarse mi casa, y yo moriré de hambre!’

Pero no bien el walí hubo visto a la joven, se le afectó mucho el corazón por causa suya; y se enamoró de ella; y le dijo: ‘¡Claro que estoy dispuesto a libertar a tu hermano! ¡Pero conviene que antes entres en el harén de mi casa, que yo iré a buscarte allí después de las audiencias, para hablar acerca del asunto contigo!’ Mas comprendiendo ella lo que pretendía él, se dijo: ‘¡Por Alah ¡oh barba de pez! que no me tocarás hasta que las ranas críen pelo!’

Y contestó: ‘¡Oh nuestro señor el walí! ¡Es preferible que vayas tú a mi casa, donde tendremos tiempo sobrado para hablar acerca del asunto con más tranquilidad que aquí, en donde al fin y al cabo soy una extraña!’ Y le preguntó el walí en el límite de la alegría: ‘¿Y dónde está tu casa?’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima decimonona noche

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Valram

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