viernes, 9 de julio de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La septingentésima vigésima noche

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Pero cuando llegó la 720ª noche

Ella dijo:

‘¡...Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!’

Entonces el califa Abd Al-Malek ben-Merwán, que había oído hablar de la incomparable belleza y del ingenio de Hind, la deseó, y envió a pedirla en matrimonio. Pero ella le contestó con una carta en que, después de las alabanzas a Alah y de las fórmulas de respeto, le decía: ‘¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el perro ha manchado el vaso al tocarlo con el hocico para olerlo!’

Y cuando recibió esta carta, el califa se echó a reír a carcajadas, y al punto escribió esta respuesta: ‘¡Oh Hind! ¡Si el perro manchó el vaso al tocarlo con el hocico, lo lavaremos siete veces, y con el uso que hagamos de él, lo purificaremos! ‘

Y al ver que el califa, a pesar de los obstáculos que ella le oponía, continuaba deseándola ardientemente, Hind no pudo por menos de inclinarse. Aceptó, pues, pero poniendo una condición, como se lo escribió en otra carta en que, después de las alabanzas y las fórmulas, decía: ‘¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que no partiré más que con una condición: que Al- Hajage, con los pies descalzos, conduzca de la brida, durante todo este viaje, mi camello hasta tu palacio!’

Esta carta hizo reír al califa aún más que la primera. Y transmitió a Al-Hajage la orden de conducir de la brida el camello de Hind. Y no obstante todo su despecho, como Al-Hajage sabía bien que no podía hacer más que obedecer las órdenes del califa, fue con los pies descalzos hasta la morada de Hind, y cogió al camello por la brida. Y montó Hind en su litera, y durante todo el camino no dejó de divertirse con toda el alma a costa de su conductor. Y llamó a su nodriza, y le dijo: ‘¡Oh nodriza mía! ¡Descorre un poco las cortinas del palanquín!’ Y la nodriza separó las cortinas, y sacó Hind la cabeza por la portezuela, y tiró a tierra un dinar de oro que fue a caer en medio del barro. Y se encaró con su antiguo esposo, y le dijo: ‘¡Oh canciller, devuélveme esa moneda de plata!’ Y Al-Hajage recogió la moneda y se la entregó a Hind, diciéndole: ‘¡Es un dinar de oro y no una moneda de plata!’ Y echándose a reír, exclamó Hind: ‘¡Loores a Alah, que hace convertirse la plata en oro, a pesar de la suciedad del barro!’ Y Al-Hajage, al oír estas palabras, comprendió que aquello era una nueva burla de Hind para humillarle. Y se puso muy colorado de vergüenza y de cólera. ¡Pero bajó la cabeza y se vio obligado a ocultar su rencor contra Hind, convertida en esposa del califa!

Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y le dijo el rey Schahriar: ‘Me gustan esas anécdotas, Schehrazada. Pero querría oír ahora una historia maravillosa. ¡Y si es que no sabes más, dímelo para que me entere!’

Y Schehrazada exclamó: ‘¿Y dónde hay una historia más maravillosa que la que precisamente voy a contar en seguida al rey, siempre que me lo permita?’

Y dijo Schahriar: ‘¡Te lo permito!’

Historia maravillosa del espejo de las vírgenes

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! ¡Oh dotado de ideas excelentes! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, había en la ciudad de Bassra un sultán que era un joven admirable y delicioso, lleno de generosidad y de valentía, de nobleza y de poderío, y se llamaba el sultán Zein. Pero, a pesar de las grandes cualidades y de los dones de todas clases, que hacían que no tuviese par a lo largo ni a lo ancho del mundo, el tal joven y encantador sultán Zein era un extraordinario disipador de riquezas, un pródigo que no tenía freno ni orden, y que, con las liberalidades de su mano abierta a jóvenes favoritos glotones en extremo, y con lo que gastaba en las mujeres innumerables de todos colores y de todas estaturas que mantenía en palacios suntuosos, y con la compra no interrumpida de nuevas jóvenes que a diario le procuraban, en estado de virginidad, por precios exorbitantes, para que las metiese el diente, había acabado por agotar completamente los inmensos tesoros acumulados desde hacía siglos por sus abuelos los sultanes y los conquistadores. Y un día su visir fue a anunciarle, después de besar la tierra entre sus manos, que las arcas del oro estaban vacías y que no había con qué pagar al día siguiente a los proveedores del palacio; y no bien le hubo anunciado aquella mala noticia, por miedo al palo se apresuró a marcharse como había venido.

Cuando el joven sultán Zein se enteró así de que habíanse consumido todas sus riquezas, se arrepintió de no haber pensado en reservarse una parte para los días negros del destino; y se entristeció en el alma hasta el límite de la tristeza. Y se dijo: ‘Ya no te queda, sultán Zeid, más que huir de aquí y dejar el trono decadente del reino de tus padres, a quien quiera apoderarse de él, abandonando a su suerte a tus favoritos tan queridos, a tus concubinas jóvenes, a tus mujeres y tus asuntos de gobierno. Porque es preferible ser un mendigo en el camino de Alah, a ser un rey sin riquezas y sin prestigio, y ya conoces el proverbio que dice: ‘¡Más vale estar en la tumba que en la pobreza!’

Y así pensando, esperó que llegara la noche para disfrazarse y salir por la puerta secreta de su palacio sin ser visto por nadie. Y se disponía a coger un báculo y a ponerse en camino cuando Alah el Omnividente, el Omnioyente, le trajo a la memoria las últimas palabras y recomendaciones de su padre. Porque, antes de morir, su padre le había llamado, y entre otras cosas le había dicho:

‘¡Y sobre todo iOh hijo mío! ¡No olvides que, si el destino se vuelve un día contra ti, encontrarás en el armario del archivo un tesoro que te permitirá hacer frente a todos los embates de la suerte!’

Cuando Zein recordó estas palabras, que habíanse borrado completamente de su memoria, corrió sin tardanza al armario del archivo y lo abrió, temblando de alegría. Pero por más que miró, hojeó y examinó, revolviendo papeles y registros y desordenando los anales del reino, no encontró en aquel armario ni oro, ni olor de oro, ni plata, ni olor de plata, ni joyas, ni pedrerías, ni nada que de cerca o de lejos se pareciese a aquellas cosas. Y desesperado hasta no poder contener más desesperación su pecho, y muy furioso por haber visto defraudada su esperanza, empezó a sacarlo todo y a tirar los papeles del reino en todas direcciones, y a pisotearlos con rabia, cuando de pronto sintió que resistía a su mano devastadora un objeto duro como de metal. Y lo cogió, y cuando lo hubo mirado, vio que era un pesado cofrecillo de cobre rojo. Y se apresuró a abrirlo; y no encontró dentro más que un billete doblado y sellado con el sello de su padre. Entonces, aunque estaba muy descorazonado, rompió el precinto y leyó en el papel estas palabras trazadas de puño y letra de su padre: ‘¡Ve, hijo mío, a tal sitio del palacio, llévate un azadón y cava por ti mismo la tierra con tus manos, invocando a Alah!’

Cuando hubo leído este billete, Zein se dijo: ‘¡He aquí que tengo que hacer ahora el trabajo penoso de los labradores! ¡Pero ya que tal es la voluntad de mi padre, no quiero desobedecerlo!’ Y bajó al jardín, cogió el azadón que estaba apoyado contra el muro de la casa del jardinero y fue al sitio designado, que era un subterráneo situado debajo del palacio...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La septingentésima vigésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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