miércoles, 13 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima vigésima tercera noche

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Y cuando llegó la 523ª noche

Ella dijo:

‘...Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: ‘¡Loado sea Alah! ¡Por fin encuentro lo que buscaba!’ Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo: ‘¡Oh mi señor! ¿Quieres venderme esto?’ Contesté: ‘¡Sí que quiero!’ Preguntó:

‘¿Qué precio tiene?’ Dije: ‘¿Cuánto ofreces?’ Contestó: ‘¡Veinte dinares de oro!’ Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí el extranjero, de tan considerable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido: ‘¡Vete por tu camino!’ Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: ‘¡Te ofrezco cincuenta dinares!’ Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se fuese. Entonces me dijo: ‘¡Mil dinares!’

‘¡Eso fue todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de furor concentrado, y me decía: ‘¿Por qué no quieres contestarme?’ Y acabé por responderle otra vez: ‘¡Vete por tu camino!’ Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte mil dinares. ¡Y yo no contestaba!

‘¡Eso fue todo!

Y atraídos por tan extraño regateo, los transeúntes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desaprobación para conmigo, diciendo: ‘¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!’ Y decían otros: ‘¡Ualah! ¡Cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la ciudad!’

Y yo aún no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero:

‘¿Quieres, por fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?’ Contestó él: ‘¿Y quieres tú vender de verdad o burlarte?’ Yo dije: ‘¡Vender!’

Y dijo él: ‘¡Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y concluyamos ya la venta y la compra! Y entonces me encaré con los circunstantes, y les dije: ‘¡Os pongo por testigos de esta venta! ¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!’

Contestó él: ‘¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!’ Contesté: ‘¡Te lo vendo!’ El dijo: ‘¡Alah es testigo de lo que decimos!’ Y sacó un saco lleno de oro, me contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro, y me dijo: ‘¿Quedamos en que ya está vendido del todo?’ Contesté: ‘¡Está vendido del todo!’ Y se encaró él con los circunstantes, y les dijo: ‘¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!’

Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: ‘¡Oh pobre! ¡Por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!’

‘Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color amarillo que conservo desde entonces y que os ha llamado la atención, ¡oh huéspedes míos!

‘Me quedé alelado un momento, y luego dije al extranjero: ‘¿Puedes decirme ahora las virtudes y la utilidad de ese trozo de concha?’

Y el extranjero me contestó:

‘Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey, con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima vigésima cuarta noche

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Valram

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