jueves, 22 de octubre de 2009

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La cuadringentésima cuadragésima noche

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Pero cuando llegó la 440ª noche

Ella dijo:

…Ella contestó: ‘¿Eres maese Izra el judío?’

El contestó: ‘¡Naam!’ Ella le dijo: ‘La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade incrustado de rubíes y una sortija de sello!’ Enseguida se apresuró el judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: ‘¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, ¡quédate con el niño hasta que yo vuelva!’ El judío contestó: ‘¡Como gustes!’ Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.

Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: ‘¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?’ La vieja contestó: ‘Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!’

Entonces exclamó su hija: ‘¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!’ La vieja contestó: ‘¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!’

Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: ‘¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!’

Su ama le preguntó: ‘¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?’ La esclava contestó: ‘¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡Y aquí tienes una moneda de oro que me dio tu nodriza para las cantarinas!’ Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: ‘¡He aquí el aguinaldo!’ Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: ‘¡Ah, perra! ¡Vete ya a buscar a tu amo pequeño!’ Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: ‘¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?’

Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: ‘¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!’

El síndico exclamó, cada vez más indignado: ‘¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: ‘¡Socorro, oh musulmanes!’ Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: ‘¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!’

Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó, conformándose: ‘¡Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!’ Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.

En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: ‘¿Qué pensáis hacer ahora?’ Le contestaron: ‘¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!’ El les dijo: ‘¡Llevadme con vosotros!’ Luego preguntó: ‘¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?’

El arriero contestó: ‘¡Yo!’

El judío dijo: ‘¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!’ Entonces contestó el arriero: ‘¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!’ Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.

Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La cuadringentésima cuadragésima primera noche

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Valram

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