lunes, 28 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima quincuagésima segunda noche

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Y cuando llegó la 952ª noche

Ella dijo:

...Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre.

Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: ‘¿Cuál de estos dos pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?’. Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo, señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: ‘¡Este es obra tuya y el otro es también obra tuya!’ Pero el tejedor exclamó: ‘Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pañuelo más hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía’.

Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: ‘Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a enseñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: ‘Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda’.

Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fue a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo:

‘Ahora me casaré con tu hijo’.

Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos llevaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos contentos y prosperando.

¡Pero Alah es más sabio!’

Luego dijo el sultán Baibars: ‘Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?’ Entonces avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: ‘¡He aquí mi historia!’

Historia contada por el undécimo capitán de policía

‘Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: ‘El potro que ha salido está escrito en la suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad’.

Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del potro.

Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio. Y llevaron al muchacho a la escuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado tenía un amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos, precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se preguntaron: ‘¿Qué hacer?’ Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.

Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fue a ver a su caballo, como de ordinario. Y le encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: ‘¿Por qué lloras, caballo mío?’. Y el caballo le contestó: ‘Lloro porque vas a perder la vida’. El príncipe preguntó: ‘¿Y quién quiere que pierda yo la vida?’. El caballo contestó: ‘La mujer de tu padre y ese maldito médico judío’ El príncipe preguntó: ‘¿Cómo es eso?’ El caballo dijo: ‘Te han preparado un veneno que han extraído de la piel de un negro. Y te lo echarán en la comida. Ten cuidado de no probarla’

Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.

Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: ‘¿Quién se lo ha podido decir?’ Y se contestaron; ‘nadie, excepto su caballo’. Entonces dijo la mujer: ‘Está bien’. Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: ‘Su remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color’. Y dijo el rey: ‘No hay en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre’. Y cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre.

‘Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza’. El muchacho contestó: ‘No hay inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón’. Y dijo el rey: ‘Está bien’. Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.

Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dio un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: ‘Si me necesitas, quema una de esas crines, y al punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino’. Y se besaron y se separaron.

Y el joven príncipe fue en busca del jardinero mayor, y le dijo: ‘Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a tu servicio?’ El jardinero le contestó: ‘Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas a la noria de regar’. Y el joven príncipe fue a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.

Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vio al muchacho que guiaba al buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus hermanas: ‘Hermanas mías, ¿hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar? Se nos va a revolver la sangre’. Y sus hermanas le dijeron: ‘¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se nos va a revolver la sangre’. Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: ‘¿Nos va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin maridos que impidan cosa tan terrible?’.

Entonces la madre fue en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio, porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.

Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: ‘¿No queda nadie más en la ciudad?’. Le contestaron: ‘No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a la noria del jardín’. Y dijo el rey: ‘A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a escogerlo mi hija’. Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo de pena.

Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y remedio, que bebiera leche de osa contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: ‘Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que me traigan esa leche!’.

Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos caballos y salieron en busca de la consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también mientras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.

Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas, diciéndole: ‘¡Lleva esto a nuestro tío el rey!’. Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y les dijo: ‘Dad esta leche a los médicos para que la examinen’. Y los médicos examinaron la leche, y dijeron: ‘Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la salud del rey’.

Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre, diciendo: ‘¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más hermoso que el ángel Harut!‘. Y la reina les dijo: ‘Llévaselo a los médicos para que lo examinen’. Y los médicos examinaron continente y contenido, y dijeron: ‘He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa joven en una piel de osa virgen’. Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en aquel instante, y dijo: ‘¿Quién ha traído este remedio?’. Le contestaron: ‘Un adolescente que venía a caballo, y es más hermoso que el ángel Harut’. El rey dijo:

‘Que vayan a entregarle de mi parte el anillo del reino y que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la noria.

Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte’. Y se ejecutaron sus órdenes.

Luego se levantó el rey y se vistió y fue a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente sentado en el trono, y se los besó. Y vio junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: ‘¡Bien, hija mía! ¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut!’. Y ella le dijo: ‘Padre mío, el mozo de la noria, el adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son más que una sola y misma persona’.

Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó: ‘¿Es verdad lo que dice?’. El interpelado contestó: ‘¡Sí, es verdad!

¡Y si no me quieres por yerno, fácil es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!’. Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón. Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien, que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la sangre revuelta.

Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos de reino, de acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!

¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!’.

Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: ‘¡Qué lástima que no quede ya nadie que me cuente historias parecidas a ésta!’. Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía, llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: ‘Yo no he dicho nada todavía, ¡oh rey del tiempo!

¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que decir ya!’. Y Baibars se puso contento, y dijo: ‘¡Da lo que tienes!’. Entonces dijo el capitán:

Historia contada por el duodécimo capitán de policía

‘Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba casado con una reina estéril. Un día fue a ver al rey un maghrebín, y le dijo: ‘Si te doy un remedio para que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?’ Y el rey contestó: ‘Está bien, te le daré’. Entonces el maghrebín dio al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: ‘Tú te comerás el verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás’. Luego se marchó.

Y el rey se comió el confite verde, y dio el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y parió un hijo, al que llamaron Mahomed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de hermosa voz.

Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.

Al cabo de diez años, el maghrebín fue a ver al rey y le dijo: ‘Dame a mi hijo’. Y dijo el rey: ‘Está bien’. Y fue al aposento de su esposa, y le dijo: ‘Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor’. Y ella contestó: ‘¡Jamás! Démosle a Alí el torpe’. Y dijo el rey: ‘Está bien’. Y llamó a Alí el torpe, le cogió de la mano, y se lo dio al maghrebín, que se lo llevó y se fue.

Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta mediodía. Luego le preguntó: ‘¿No tienes hambre ni sed?’. Y el muchacho contestó: ‘¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?’. Entonces el maghrebín hizo: ‘¡Hum!’. Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: ‘Este no es mi hijo’. Y el rey le preguntó ‘¿Y cuál es tu hijo?’. El otro contestó: ‘Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo’. Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor, que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.

Y caminó con él media jornada, y le dijo: ‘¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?’. Y el Avispado contestó: ‘Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed’. Y el maghrebín le besó, y le dijo: ‘Muy bien dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo’.

Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dio de comer y de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo:

‘Lee en este libro’. Y el muchacho cogió el libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo: ‘¿Cómo? ¿Eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré el brazo derecho’ Luego le dejó y salió del jardín.

Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: ‘Ya que no me queda más que un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre este libro mágico’.

Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vio delante de él a una joven colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: ‘Soy una princesa caída en poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he aprendido de memoria el libro mágico’. Entonces dijo él: ‘También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana’. Y dijo la joven: ‘Voy a enseñarte el libro mágico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido’.

‘Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima quincuagésima tercera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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domingo, 27 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima quincuagésima primera noche

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Y cuando llegó la 951ª noche

Ella dijo:

...Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le dijo: ‘¿Dónde estoy?’ Y él la estrechó contra sí, y contestó:

‘¡Conmigo!’ Y la besó, y se acostó con ella. Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.

Luego se despidió él de ella, diciéndole: ‘Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la puerta. Le llevaré al palacio y volveré’. Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: ‘¡Mira! ¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡Espera tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!’

Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida. Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo al visir:

‘¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡Espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de Sittukhán!’

Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos algarrobas en la rama.

Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: ‘¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡Espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!’

Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.

Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida. Pero he aquí que, cuando la joven vio a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo ‘Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida’. Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vio asomar la cabeza por la puerta.

Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: ‘¡Sittukhán, Sittukhán! ¡Ya no te veré más! ¡Oh! ¡Nunca más!’ Y se marchó y salió con el visir para no volver más.

Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vio que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vio que era una sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: ‘Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?’ La joven contestó: ‘¡Oh sortija de Soleimán! deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza’. Y la sortija le dijo: ‘¡Cierra los ojos y ábrelos!’ Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.

Y fue a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vio sin reconocerla, y se fue enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: ‘¡Madre mía! ¿Tienes alguna cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no podrías decirle al mismo tiempo: ‘Cásate con mi hijo’? Y su madre la reina le dijo: ‘Tengo dos piezas de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición’. El príncipe le dijo: ‘Está bien. Llévaselas’.

Y la madre del príncipe fue a la joven, y le dijo: ‘Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea casarse contigo’. Y la joven llamó a su negra, y le dijo: ‘Toma estas dos piezas de brocado y haz con ellas rodillas para fregar las baldosas’. Y la reina, enfadada, se fue en busca de su hijo, que le preguntó: ‘¿Qué te ha dicho, madre mía?’ Ella contestó: ‘¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!’ El joven le dijo: ‘Te lo suplico, madre mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos’. La madre le dijo: ‘Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula’. El príncipe le dijo: ‘Está bien. Pues llévaselo’.

Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: ‘Acepta de nosotros este regalo, hija mía, que mi hijo desea casarse contigo’. Y la joven contestó: ‘Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!’ Y llamó a la esclava y le dijo: ‘¿Han comido los pichones o todavía no?’ La esclava contestó: ‘Todavía no, ‘¡ya setti!’ La joven le dijo:

‘¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que coman y se refresquen con ellos!’

Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: ‘¡No nos humilles, hija mía! Te ruego solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no’. Ella contestó: ‘Si quieres que me case con tu hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete sudarios, condúcele por la ciudad, y di a las gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio’.

Y la madre del príncipe dijo: ‘Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo’.

Y fue a decir a su hijo: ‘¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella, te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo’. Y él contestó: ‘¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: ‘¡Ha muerto mi hijo!’

Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: ‘¡Qué calamidad la mía! ¡Ha muerto mi hijo!’

Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se marcharon por su camino.

Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: ‘¿Cómo? ¿Eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!’

Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: ‘Pase por esta vez’. ‘Y vivieron juntos, amándose y deleitándose’

Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: ‘¡Ualahi, ua telahi, me parece que esto es lo más admirable que he oído!’.

Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: ‘¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!’

Y dijo:

Historia contada por el decimo capitán de policía

‘Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre: ‘Quiero casarme’. Y su padre le contestó: ‘Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre’. Pero el hijo del rey dijo: ‘No, padre mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven’. Y el rey contestó: ‘Está bien’.

Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.

Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar puerros, mientras su hija, una jovenzuela, los ataba. Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a ellos, y dijo a la joven: ‘¿Tienes un poco de agua?’ Ella contestó: ‘La tengo’. El dijo: ‘Dámela a beber’. Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.

Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: ‘¡Oh jeique! ¿me darás en matrimonio a esta hija tuya?’ El jeique contestó: ‘Somos tus servidores’. Y el príncipe le dijo: ‘Está bien, ¡oh jeique! Quédate aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo’.

Y el príncipe Mohammad fue a ver a su padre, y le dijo: ‘¡Me he hecho novio de la hija del sultán de los puerros!’ Y su padre le dijo: ‘¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?’

El joven contestó:

‘¡Sí, y quiero casarme con su hija!’ Y el rey exclamó: ‘¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un sultán a los puerros!’ Y añadió: ‘Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, Y a la puerra hija’.

Y dijo el príncipe Mohammad: ‘Está bien’.

Y su madre fue, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha verdaderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en extremo; y la besó, y le dijo: ‘¡Querida, soy la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!’ Y la joven dijo: ‘¿Cómo? ¿Tu hijo es hijo del rey?’ La reina contestó: ‘¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!’ Y la joven dijo: ‘Entonces no me casaré con él’. La reina preguntó ‘¿Y por qué?’ La joven le dijo: ‘¡Porque no me casaré más que con un hombre de oficio!’

Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: ‘¡La joven del país de los puerros no quiere casarse con nuestro hijo!’ El rey preguntó: ‘¿Por qué?’. La reina dijo: ‘Porque no quiere casarse más que con un hombre que tenga en la mano un oficio''. El rey dijo: ‘Tiene razón’. Pero el príncipe cayó enfermo al saberlo.

Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: ‘¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?’. El otro contestó: ‘Nada más que en dos años, pero no en menos’. El rey dijo: ‘Está bien.

¡Échate a un lado!’. Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los herreros, y le dijo: ‘¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?’. El otro contestó:

‘Necesito un año, día tras día’. El rey le dijo: ‘Está bien. ¡Échate a un lado!’ Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el rey por cuál decidirse, cuando vio que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: ‘¿Por qué te estiras y te agachas?’ El aludido contestó: ‘Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corporaciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una hora de tiempo’.

Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda de diferentes colores y un telar, y le dijo: ‘Enseña tu arte a mi hijo’. Y el tejedor se encaró con el príncipe, que se había levantado, y le dijo: ‘¡Mira! yo no voy a decirte: ‘¡Hazlo de este modo, y hazlo de este otro!’, no; yo te digo:

‘¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos’. Y en nada de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el príncipe le miraba atentamente. Luego dijo a su aprendiz. ‘Acércate ahora y haz un pañuelo como éste’. Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima quincuagésima segunda noche

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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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sábado, 26 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima quincuagésima noche

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Y cuando llegó la 950ª noche

Ella dijo:

‘...¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?’ Ella contestó: ‘¡Bajo tu protección! ¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: ‘¡Me ha vencido!’ Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina’. El dijo: ‘Está bien. Pero dice el proverbio: ‘¡Hay que amasar el barro cuando está blando!’ Y antes de transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes’.

Ella dijo: ‘Está bien’. Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se dispuso a amasarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.

Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: ‘¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi padre!’

Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio. Y el hijo del tañedor de clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de, sed, sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.

Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno a la palmera. Entonces se dijo: ‘¡Muerte por muerte!, ¡prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!’ Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fue como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.

Entonces se dijo el muchacho: ‘Está bien’. Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.

Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pregonar: ‘¡Dátiles tempranos y maduros, dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!’

Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempranos, y dijo a sus doncellas: ‘Bajad pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!’ Y bajaron ellas a comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.

Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: ‘¡Oh corazón mío, cuán deliciosos son!’ Pero apenas había pronunciado estas palabras, sintió una fuerte desazón, picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.

Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el padre, jadeando, y preguntó: ‘¿Qué ocurre?’ Y las doncellas le contestaron: ‘¡Oh amo nuestro! Alzamos los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo’.

Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del mozuelo la curcusilla de gallina. Y llevaron sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y emplearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: ‘¡Quien dé a la hija del sultán un remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al trono!’

¿Y qué sucedió?

Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió al aposento de la princesa, diciendo: ‘Yo haré que le desaparezcan los cuernos’. Y en cuanto estuvo en su presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fue encogiendo y acabó por desaparecer enteramente de la cabeza de la joven.

Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y exclamaron: ‘¡Oh, qué gran médico!’. Y dijo él: ‘¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!’ Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.

Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.

Luego llegó la noche de la penetración.

Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: ‘Y ahora, ¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de tiempo?’.

Y ella le dijo: ‘¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!

Él le contestó: ‘¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!’ Ella le dijo: ‘¡Por Alah! ¡Me has vencido!’.

Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.

‘¡Y ésta es mi historia!’

Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó ‘Ualahí, ¡no sé si decir que ésta es la historia más hermosa que oí!’ Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: ‘Inschalah, ¡oh rey del tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente’. Y dijo:

Historia contada por el noveno capitán de policía

‘Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó e hizo su plegaria al Retribuidor, diciendo: ‘¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!’

Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.

Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan hermosa como la luna al salir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la llamaron Sittukhán.

Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vio asomada a la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fue malo a casa.

Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: ‘¡Oh! ¡Estás enamorado o tienes un amigo a quien amas!’ El contestó: ‘Estoy enamorado’. Ella le dijo: ‘Dime de quién, y seré un lazo entre tú y ella’. El dijo: ‘De la bella Sittukhán’. Ella contestó: ‘Refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón, que yo te la traeré’.

Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: ‘¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso que un huso en dedos fusiformes’. Y se marchó.

Y la joven fue a casa de su madre, y le dijo: ‘Llévame, madre mía, a casa de la maestra’. La madre le preguntó: ‘¿Qué maestra?’ La joven contestó: ‘La maestra del lino’. Y su madre contestó: ‘¡Cállate! El lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás’. Ella dijo: ‘No, no moriré’. E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.

Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.

Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: ‘¡Venid a llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!’

Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les dijo: ‘Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo’. Ellos preguntaron: ‘¿Y qué vamos a hacer?’ Ella dijo: ‘Construidle un pabellón en medio del río. Y la acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis’.

Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se marcharon llorando.

¿Y qué aconteció?

Pues que la vieja fue al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: ‘Ven a ver a la joven. Te espera, acostada en un pabellón, en medio del río’.

Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: ‘Ven conmigo a dar un paseo’. Y salieron ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabellón de mármol, y el príncipe dijo al visir:

‘Espérame a la puerta. No tardaré’.

Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vio aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de lino, y la arrancó delicadamente.

Y al punto la joven salió de su desmayo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima quincuagésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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viernes, 25 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima novena noche

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Y cuando llegó la 949ª noche

Ella dijo:

‘...Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los compra a ese precio es el mercader judío!’ Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el huevo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.

Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había nacido el día de la llegada de la gallina, el antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando por la última palabra y terminando con la primera.

Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: ‘¡Ten cuidado de que el judío no se burle de ti y no te coja la gallina!’

Luego partió con la caravana de la Meca.

Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clarinete, el judío dijo un día a la mujer: ‘Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?’ Ella contestó: ‘¿Cómo voy a hacerlo, ¡oh hombre! si me esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?’ El dijo: ‘Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que estoy en una tienda en medio del zoco’.

Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto seguido, y dijo a la mujer: ‘Límpiala y guísala que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para sacárselo’.

Y se marchó.

Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de clarinete volvió de la escuela. Y vio que su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: ‘Dame un poquito, madre mía’. Ella le dijo: ‘¡Cállate! ¿Acaso nos pertenece?’

Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una necesidad, el muchacho levantó la servilleta de muselina, y de un solo mordisco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque estaba muy caliente. Y le vio una de las esclavas, y le dijo: ‘¡Oh amor mío! ¡Qué desgracia y qué calamidad irremediable!

¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre para sacarte la curcusilla que te has tragado!’

Y dijo el muchacho: ‘¡Es verdad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!’ Y montó en su mula y partió.

No tardó en ir por la gallina el judío, Y vio que faltaba la curcusilla. Y dijo a la madre. ‘Dónde está la curcusilla’.

Ella contestó: ‘Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus dientes la curcusilla y se la ha comido’. Y el judío exclamó:

‘¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?’ Ella contestó: ‘¡Ha huido de terror!’

Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobresaltado. Y el judío le gritó: ‘Ven aquí, ¡oh hijo de la clarinetera!

¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu muerte!’ Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, ‘Vete, ¡oh judío! ¿No te da vergüenza hacer todo este viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa de esa curcusilla?’ Pero el judío contestó: ‘Yo sé lo que tengo que hacer’. Y sacó del cinto su cuchillo para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!) murió al instante.

Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aquella curcusilla de gallina en su persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el camino y llegó a una ciudad en donde vio un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta cabezas menos una. Y preguntó a la gente: ‘¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?’ Le contestaron: ‘El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a quien no la venza, se le cortará la cabeza’.

Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: ‘Quiero luchar con tu hija para medir mis fuerzas con las suyas’. Y el rey le contestó: ‘¡Oh hijo mío! ¡Si quieres hacerme caso, vete! ¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte’.

A lo cual contestó el muchacho: ‘Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la puerta’. Y dijo el rey: ‘Está bien, escríbelo así y estampa tu sello en el papel’. Y el muchacho lo escribió y lo selló.

Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo. Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: ‘Basta por hoy. Pero mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno’.

Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo: ‘Esta noche, mientras duerme, haréis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esforzados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo, pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra ciencia y no tendré fe en vuestra asistencia, y os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!’

Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang narcótico, y le amodorraron profundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la curcusilla de la gallina. Y buscaron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.

Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en general no gozaba ya de la misma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer invencible al que la comiera. Y viéndose en estado de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por miedo a la que la joven luchadora le venciese y le matasen.

Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: ‘¿Por qué disputáis?’ Le contestaron: ‘¡Por una cosa!’ El les dijo: ‘¿Una cosa? ¿Cuál?’ Le contestaron: ‘Tenemos esta alfombra que ves. A quien se ponga encima y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a matarnos en este momento!’

El chico les dijo: ‘En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros’. Y contestaron ellos: ‘Sé nuestro árbitro en este caso’.

El muchacho les dijo: ‘Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura’. Y se puso en medio de la alfombra, y les dijo: ‘Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante’. Ellos le dijeron: ‘Está bien’. Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: ‘¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del palacio real!’ Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas con la princesa.

Y el mozuelo exclamó: ‘¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!’ Y en presencia de todos, bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la alfombra con su varita, diciendo: ‘Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf’. Y la alfombra se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.

Entonces el mozuelo dijo a la joven: ‘¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio...?

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima quincuagésima noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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jueves, 24 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima octava noche

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Pero cuando llegó la 948ª noche

Ella dijo:

...Y he aquí que, no bien el joven príncipe vio a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón. Y por su parte, el alma de Dalal se conmovió a la vista del joven príncipe. Y a su vez, la dama esposa del rey, cuando vio a Dalal, dijo para sí: ‘Eran exactas las palabras de la esclava. Es más hermosa que yo, en efecto’.

Así es que, después de las zalemas y cumplimientos, el hijo del rey dijo a su madre: ‘Quisiera casarme con ella, porque es evidente que se trata de una princesa con sangre de reyes’. Y la madre le dijo: ‘Eso es cosa tuya, hijo mío. Tú debes saber lo que haces’.

Y el joven príncipe llamó al kadí, y en aquella hora y en aquel instante hizo extender el contrato de matrimonio y celebrar sus nupcias con Dalal. Y entró en la cámara nupcial.

Pero ¿qué fue del ghul mientras tanto? Helo aquí.

El mismo día en que se celebraron las bodas, un hombre que conducía un carnero blanco muy grande, fue a decir al rey, padre del príncipe: ‘¡Oh mi señor! soy un feudatario, y te traigo de regalo, con motivo de las bodas, este gordo carnero blanco que hemos cebado. Pero hay que tener atado este carnero a la puerta del harén, porque ha nacido y se ha criado entre mujeres, y si le deja abajo, balará toda la noche y no dejará dormir a nadie’.

Y el rey dijo: ‘Está bien, lo acepto’. Y dio un ropón de honor al feudatario, que se marchó por su camino. Y entregó el carnero blanco al agha del harén, diciéndole:

‘¡Sube a atar este carnero a la puerta del harén, porque no le gusta estar más que entre mujeres!’

Y he aquí que, cuando llegó la noche de la penetración, y el hijo del rey entró en la cámara nupcial y se durmió al lado de Dalal, después de haber hecho lo que tenía que hacer, el carnero blanco rompió su cuerda y entró en la habitación. Y se llevó a Dalal, y salió con ella al patio. Y le dijo, sin enfadarse: ‘Dime, Dalal, ¿me has dejado aún algo de honor?’

Ella le dijo: ‘¡Bajo tu protección! ¡No me comas! Él le dijo: ‘¡De esta vez no pasa!’ Entonces le dijo ella: ‘Antes de comerme, espera a que entre en el retrete del patio para hacer una necesidad’. Y el ghul dijo: ‘Está bien’. Y la condujo al retrete y se quedó guardando la, puerta en espera de que acabase.

No bien Dalal estuvo dentro del retrete, elevó ambas manos, y dijo: ‘¡Oh Nuestra Señora Zeinab, hija de nuestro Profeta bendito! ¡Oh tú, que salvas de la desdicha, ven en mi socorro!’ Y al punto le envió la santa una de sus secuaces entre las hijas de los genn, que hendió el muro, y dijo a Dalal: ‘¿Qué deseas, Dalal?’ Y Dalal contestó: ‘Ahí fuera está el ghul, que va a comerme en cuanto salga’.

La aparecida dijo: ‘Si te libro de él, ¿me dejarás besarte una vez?’

Dalal dijo: ‘Sí’. Entonces la gennia de Sett Zeinab hendió el tabique del patio, y cayó bruscamente sobre el ghul, y le aplicó un puntapié en los testículos. Y cayó él, muerto de repente.

Entonces la gennia volvió al retrete y cogió a Dalal de la mano y le mostró al carnero blanco, tendido en tierra sin vida. Luego le sacaron del patio y le echaron al foso. ¡Y esto es, en definitiva, lo referente a él!

Y la gennia besó a Dalal una vez en la mejilla, y le dijo: ‘Ahora, Dalal, voy a pedirte un servicio’. Dalal contestó: ‘A tus órdenes, querida’.

La gennia dijo: ‘¡Deseo que vengas conmigo, solamente por una hora, al mar de Esmeralda!’ Dalal contestó: ‘Está bien. Pero ¿para qué?’ La gennia contestó: ‘Está enfermo mi hijo, y ha dicho nuestro médico que no se curará más que bebiendo una escudilla en el mar de Esmeralda. Pero nadie puede llenar de agua una escudilla en el mar de Esmeralda, a no ser una hija de los hombres. Y aprovecho el haber venido a verte para pedirte ese servicio’.

Y Dalal contestó: ‘Por encima de mi cabeza y de mis ojos, con tal de estar aquí de regreso antes que se levante mi esposo’. La gennia dijo: ‘Desde luego’. Y la hizo montarse en sus hombros y la llevó a orillas del mar de Esmeralda. Y le dio una escudilla de oro. Y Dalal llenó la escudilla con aquella agua maravillosa. Pero, al retirarla, una ola le mojó la mano, que inmediatamente se le puso verde como el trébol. Tras de lo cual la gennia hizo subir de nuevo a Dalal en sus hombros, y la dejó en la cámara nupcial junto al joven. Y esto es lo referente a la secuaz de Sett Zeinab (¡con ella la plegaria y la paz!)

Pero el mar de Esmeralda tiene un pesador que lo pesa cada mañana para ver si ha ido o no alguien a robar. Y ése es responsable de ello. Y aquella mañana lo pesó y lo midió, y lo encontró menguado en una escudilla exactamente. Y se preguntó:

‘¿Quién es el autor de este robo? Voy a correr en busca suya hasta que le descubra. Porque, si tiene en la mano la señal del mar de Esmeralda, le conducirá a presencia de nuestro sultán, que sabrá lo que tiene que hacer con él’.

A continuación, cogió brazaletes de vidrio y sortijas, y los colocó en una bandeja que se puso en la cabeza. Y se dedicó a viajar por toda la tierra, gritando bajo las ventanas de los palacios de los reyes: ‘Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!’

Y así recorrió países y países, sin encontrar a la propietaria de la mano verde, hasta que llegó al pie de las ventanas del palacio en que se hallaba Dalal. Y volvió a gritar: ‘Brazaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!’ Y Dalal, que estaba a la ventana, vio los brazaletes y sortijas de la bandeja, que le gustaron. Y dijo al vendedor: ‘¡Oh vendedor! espera que baje a probármelos en la mano’. Y bajó a donde estaba el mercader, que era el pesador del mar de Esmeralda, y le tendió su mano izquierda, diciendo: ‘Pruébame las sortijas y brazaletes más hermosos que tengas’. Pero el vendedor prorrumpió en exclamaciones, diciendo:

‘¿No te da vergüenza, ¡oh señora! tenderme la mano izquierda? Yo no pruebo en las manos izquierdas’. Y Dalal, muy azorada por tener que mostrarle su mano derecha, que era verde como el trébol, le dijo: ‘Es que me duele la mano derecha’.

Él le dijo:

‘¿Qué tiene que ver? No quiero más que verla con mis ojos, y sabré la medida’. Y Dalal le enseñó la mano.

Y he aquí que cuando el pesador del mar de Esmeralda vio la mano de Dalal, que tenía la señal verde, comprendió que era ella quien había cogido la escudilla de agua. Y de improviso la tomó en brazos, y la transportó a presencia del sultán del mar de Esmeralda. Y le hizo entrega de ella, diciendo: ‘Ha robado una escudilla de tu agua, ¡oh rey del mar! Y tú sabrás lo que tienes que hacer con ella’.

Y el sultán del mar de Esmeralda miró a Dalal con ira. Pero en cuanto sus ojos se posaron en ella, quedó conmovido por su belleza, y le dijo: ‘¡Oh joven! voy a hacer mi contrato de matrimonio contigo’. Ella le dijo: ‘¡Qué lástima! Pero estoy casada, por contrato lícito con un joven semejante en hermosura a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar’.

Entonces le dijo él: ‘¿Y no tienes una hermana que se te parezca, o una hija, o incluso un hijo?’ Ella dijo: ‘Tengo una hija de diez años, que hoy es núbil y que se parece a su padre en hermosura’. El dijo: ‘Está bien’. Y llamó al pesador del mar de Esmeralda y le dijo: ‘Lleva a tu señora al sitio de donde la sacaste’. Y el pescador la cogió a hombros. Y el sultán del mar de Esmeralda partió con ellos, llevando a Dalal de la mano.

Y entraron en el palacio del rey, y el sultán siguió a Dalal al aposento de su esposo, y le dijo, después de la presentación: ‘Quiero alianza contigo por medio de tu hija’. El rey le dijo: ‘Está bien, precisa la dote que me darás por ella’. Y el sultán del mar de Esmeralda dijo: ‘La dote que te daré por ella la constituirán cuarenta camellos cargados de esmeraldas y de jacintos’.

Y quedaron de acuerdo. Y celebráronse las bodas del sultán del mar de Esmeralda con la hija de Dalal y del príncipe canopeano. Y vivieron todos juntos en completa armonía. ¡Y loor a Alah en toda circunstancia!’

Cuando el capitán de policía Gamal Al-Din hubo contado esta historia, el sultán Baibars, sin darle tiempo a volver a su sitio, le dijo: ‘¡Por Alah, ya Gamal Al-Din, que ésa es la historia más hermosa que oí jamás!’

Y el capitán contestó: ‘¡Se tornó así para agradar a nuestro amo!’ Y volvió a la fila. Entonces avanzó el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: ‘¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más mérito que el de ser corta! Hela aquí:

Historia contada por el séptimo capitán de policía

‘Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me llamaron a grandes gritos, diciendo: ‘¡Al ladrón!’ Pero nuestro hombre consiguió esconderse tan bien, que, a pesar de todas nuestras pesquisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco metros de altura. Entonces, no obstante mi asombro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.

Y me contestó: ‘Lo he hecho adrede, ¡oh mi señor!’ Y le contesté: ‘¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?’

Y me contestó: ‘Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo hice en interés tuyo’.

Y le pregunté: ‘¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad, ha sido en interés de alguien en la tierra?’ Y contestó: ‘No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de bien!’

Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.

¡Y ésta es mi historia!’

Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: ‘¡Ualah! ¡Tu indulgencia estaba justificada!’ Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam Al-Din. Y dijo: ‘Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas e oír, ¡oh nuestro amo el sultán!’

Y Baibars le preguntó: ‘¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?’ El otro dijo: ‘No, ¡por Alah, ¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído! ¡Hela aquí!’

Y dijo:

Historia contada por el octavo capitán de policía

‘Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba casado con una mujer. Y la dejó encinta, y parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y hallándose en una situación embarazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: ‘Voy a ir al camino de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas piadosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de parto’.

Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: ‘La bendición ha llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona’.

Y fue al zoco de los huevos, abrigando esta intención.

Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: ‘¿Qué llevas ahí?’ El hombre contestó: ‘¡Una gallina con su huevo!’

El judío le dijo: ‘¡Enséñamelo!’ Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo.

Y el judío le preguntó: ‘¿Quieres vender este huevo?’ El hombre contestó: ‘¡Sí!’ El judío le dijo: ‘¿En cuánto?’

El tañedor de clarinete contestó: ‘¡Habla tú el primero!’ El judío dijo: ‘¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!’

Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: ‘Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ése su precio’. Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: ‘¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!’ El otro contestó:

‘¡Abra Alah!’ Entonces el judío dijo: ‘Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas’.

Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le preguntó: ‘¿Tienes muchos huevos así en tu casa?’

El pobre hombre contestó: ‘Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!’

Y el judío le dijo: ‘Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te daré los veinte dinares’. Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmente su trabajo a la comadrona.

Y al día siguiente dijo a su esposa: ‘¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima novena noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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miércoles, 23 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima séptima noche

_______________________________

Pero cuando llegó la 947ª noche

Ella dijo:

‘...Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar’. Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: ‘Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara’. El dijo: ‘¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?’

Ella dijo: ‘¡Oh! ¡Sí! El dijo: ‘Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!’ Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó, y dijo: ‘¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con Él la plegaria y la paz!)’

Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando: ‘¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!’

En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: ‘¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?’

Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: ‘¡Me pongo bajo tu protección! ¡Perdóname por esta vez!’

Él le dijo: ‘¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor?

¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?’

Ella le contestó: ‘Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras’. Y el ghul contestó: ‘¡Es verdad, oh Dalal!’

Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fue a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.

Y al llegar al hammam dijo a la celadora: ‘Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.

Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a su tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: ‘¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras’.

Pero ella les contestó, después de darles gracias: ‘¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?’ Y añadió: ‘Siempre es tiempo de bajar al baño’.

Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: ‘Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces’. Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole: ‘Tía mía, toma esto para tus hijos’. Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: ‘¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?’ Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: ‘¿Por qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?’ Y Dalal le dijo: ‘¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!’ Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dio. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: ‘¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten!’, como hacen las vendedoras de profesión.

Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: ‘¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!’ Y gritó:

‘¡Eh, vendedora de altramuces! ¡Eh, la de los alfónsigos!’ Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: ‘¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!’ Y fue a preguntar a la celadora: ‘¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?’ La celadora contestó: ‘En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos’.

Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fue a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: ‘¡Eh! ¿Qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?’

La mujer dijo: ‘Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija’. Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: ‘¡Oh alcahueta! ¡Tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!’ Ella contestó: ‘Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres’.

Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar: ‘¡Oh musulmanes, socorredme!’ Y el ogro empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: ‘Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, instrumento de zorras viejas!’ ¡Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.

Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la vio y subió a decir a su señora: ‘¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú’. La señora contestó: ‘Está bien. ¡Ve a decirle que suba!’ Y la negra bajó y dijo a la joven: ‘Ven a hablar con mi señora, que te llama’.

Pero Dalal contestó: ‘¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi padre un negro, para que suba yo con las esclavas?’ Y la negra fue a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora envió a una esclava blanca, diciendo: ‘Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo’.

Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: ‘Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama’. Pero Dalal le contestó: ‘No soy una esclava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blanca’. Y la esclava se fue a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo: ‘Baja entonces tú y tráete a la dama que está abajo’.

Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: ‘¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina’. Y aquella vez contestó Dalal:

‘Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán’. Y subió las escaleras delante de él.

Y he aquí que, no bien el joven príncipe vio a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón...

En este momento de su narración Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima octava noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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martes, 22 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima sexta noche

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Pero cuando llegó la 946ª noche

Ella dijo:

...Y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.

Entonces pasó un joven que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y preguntó a la gente: ‘¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?’

Y le contestaron: ‘¡El que sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!’ Y el joven se acercó al visir, al portaalfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo: ‘¡Yo os diré qué piel es ésa!’ Y le contestaron: ‘Está bien’. El les dijo: ‘Es la piel de un piojo crecido en aceite’.

Y ellos le dijeron: ‘¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el contrato de matrimonio en el aposento del rey’. Y entró él a presencia del rey, y le dijo: ‘Es la piel de un piojo crecido en aceite’. Y el rey dijo: ‘¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!

Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas. Y el joven canopeano penetró en la cámara nupcial, y gozó a la virgen Dalal. Y Dalal quedó muy contenta en los brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.

Y estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del rey y le dijo: ‘Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi padre, y quedarme en nuestro palacio’. Y tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, el rey acabó por decirle: ‘Está bien’. Y añadió: ‘Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos’. Y el joven contestó: ‘¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal’.

Y el rey le dijo: ‘Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves con ella a su madre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando’. El joven contestó: ‘¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos’. Y el rey dijo: ‘Taieb’. Y el joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.

Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más peligrosa. Y llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña. Luego fue a batir el campo, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres encinta, a producir miedo a las viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades. Tras de lo cual volvió a tomar su apariencia de joven, y puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole: ‘Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos’. Y ella le contestó: ‘¡Pero si es la cabeza de un hombre! Yo no las como más que de carnero’.

El dijo: ‘Está bien’. Y fue a buscar para ella un carnero. Y ella lo mandó guisar y se lo comió.

Y continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel ogro joven, y el ogro entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de violación, de carnicería y de asesinato.

Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió y se transformó, tomando la apariencia y la cara de la madre de su esposa; y se puso vestidos de mujer; y fue a llamar a la puerta. Y Dalal miró por la ventana y preguntó: ‘¿Quién llama a la puerta?’ Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo: ‘¡Soy yo! abre, hija mía’. Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Y en ocho días se había puesto delgada, pálida y desmejorada. Y el ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos: ‘¡Oh hija mía querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!’ Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido, contestó: ‘Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado’.

Entonces la dejó el joven ghul con el corazón regocijado porque no había descubierto ella su secreto. Y recuperó su hermosa forma primitiva, y fue a llevarle un cordero, y a decirle: ‘¡Toma, manda guisarlo, Dalal! Ella le dijo: ‘Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su nombre’. El contestó: ‘¡Verdaderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la abnegada esposa de mi tío!’ Luego le dijo: ‘¿Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?’ Ella contestó: ‘¡Oh! ¡Sí! Él le dijo: ‘Está bien. Mañana te la mandaré’.

Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el día, salió el ghul, se transformó en tía de Dalal, y fue a llamar a la puerta. Y Dalal preguntó desde la ventana: ‘¿Quién es?’ Él le dijo: ‘¡Abre, que soy yo, tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte’.

Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró largas y repetidas lágrimas, y dijo: ‘¡Ah! ¡Oh hija de mi hermana! ¡Ah! ¡Qué dolores y calamidades!’ Y Dalal preguntó: ‘¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo?’ La tía dijo: ‘¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! La joven preguntó: ‘¿Dónde te duele, tía mía?’

La tía dijo: ‘En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul!’ Pero Dalal contestó: ‘¡Calla, no digas esas cosas, tía! Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los tesoros de mi padre. Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima séptima noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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lunes, 21 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima quinta noche

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Y cuando llegó la 945ª noche

Ella dijo:

...Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los árabes: ‘¿Puedes decirme ¡oh hermano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?’ Ella contestó: ‘No lo he comprado por dinero’. El preguntó: ‘Entonces, ¿por qué lo has comprado?’ Ella dijo: ‘Vi este frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: ‘¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!’ Y me contestó: ‘Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco’. Y yo hice lo que quería de mí. Y me dio el frasco’.

Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.

Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: ‘Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!’ Y la dama de los árabes dijo: ‘¡No, dos veces no es bastante!

¡Abra Alah la puerta de la ganancia!’

El rey dijo: ‘¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!’

Ella le dijo: ‘Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo’. Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

Luego le dijo: ‘Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán!, y quieres dejarte perforar a cambio de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: ‘Dame un beso y toma el frasco’?

Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los árabes, y se echó a reír, y le dijo: ‘¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?’

Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores a Alah! Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha’.

Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contra así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: ‘¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!’

Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: ‘¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!’ Y Baibars le dijo: ‘Desde luego, tienes permiso’. Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo:

Historia contada por el sexto capitán de policía

‘Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa era hermosa, muy hermosa, y estaba muy solicitada y muy cuidada y muy mimada. Y además era muy revoltosa. Por eso se llamaba Dalal.

Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Y se encontró en le cabeza un piojo pequeño. Y le miró un rato. Luego se levantó, y le cogió en sus dedos y fue a la despensa, en donde había hileras de tinajones de aceite, de manteca y de miel. Y destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.

Y transcurrieron los días y los años. Y la princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.

Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa, huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Y acosaron al piojo, le cogieron por los cuernos y le condujeron ante el rey.

Y el rey preguntó: ‘¿Qué es esto?’ Y la princesa Dalal, que estaba allí de pie, exclamó: ‘¡Ay! ¡Si es mi piojo!’ Y el rey, estupefacto, le preguntó: ‘¿Qué dices, hija mía?’ Ella contestó: ‘Cuando era pequeña, me rasqué un día la cabeza, y me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la tinaja de aceite. Y ahora se ha puesto gordo y grande; y ha roto la tinaja’.

Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija: ‘Hija mía, al presente tienes necesidad de casarte. Porque, lo mismo que el piojo ha roto la tinaja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!’

Luego se encaró con su visir y le dijo: ‘Degüella al piojo, y desuéllale y cuelga su piel a la puerta del palacio. Y llevarás contigo a mi portaalfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo. Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del piojo’.

Y el visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego despachó un pregonero, que gritó por la ciudad: ‘El que conozca qué piel es la que hay colgada a la puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la cabeza’.

Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos: ‘Es la piel de un búfalo’. Y se les cortó la cabeza. Y dijeron otros: ‘Es la piel de un revezo’. Y se les cortó la cabeza. Y de tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima sexta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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domingo, 20 de febrero de 2011

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La noningentésima cuadragésima cuarta noche

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Y cuando llegó la 944ª noche

Ella dijo:

...a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.

Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fue a echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vio dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: ‘¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo’. Y el pescador contestó: ‘Está bien, ¡oh señora!’ Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta sí, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: ‘Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco’. Pero el pescador contestó: ‘No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla’.

Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: ‘Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!’

Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo ‘¡Oh señora! desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?’ Ella contestó: ‘Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos días’. Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: ‘Coge a esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber’. Y el negro la cogió y la condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: ‘Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien a esta dama’. Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vio, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: ‘Está bien. Haz subir a esta dama al desván que hay encima de la terraza’. Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que había encima de la terraza.

Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: ‘¡Vamos a ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua para beber!’ Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vio salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.

Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.

Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vio a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: ‘¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?’

Y el esclavo contestó: ‘¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo día’. Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo:

‘¡Ya sidi! la pobre dama a quien enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada’. Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fue a decir a su mujer: ‘¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿Conque no das nada de comer a esa pobre señora?’ Y la cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y subió a la terraza, y dijo a Yasmina: ‘¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!’ Ella contestó: ‘¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar tus beneficios, voy a pedirte una cosa!’ El dijo: ‘Habla, ¡oh señora!’ Ella dijo: ‘Quisiera que en las afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey’. El contestó: ‘No hay inconveniente. ¡Desde luego!’ Ella dijo: ‘Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción’. Y el mercader dijo: ‘Está bien’. Y cogió el dinero, y fue en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: ‘¡Ya setti! el palacio está concluido’. Ella le dijo: ‘Aquí hay dinero. Tómalo y ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros y no sepan árabe!’

Y el mercader fue a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que no supieran ni pudieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes: ‘¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio’. Y Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: ‘El desván donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que has tenido para conmigo’. Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!

En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo ‘¡Visir!’ Y el visir contestó: ‘¡Presente!’ El rey dijo: ‘Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi esposa Yasmina, la dama de los árabes’ y el visir dijo: ‘Escucho y obedezco’. Y salieron del palacio con un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la dama de los árabes, interrogando e informándose. Y así llegaron a la ciudad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al visir: ‘Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anteriores. ¿A quién pertenecerá?’ Y el visir contestó: ‘No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que lo sepamos’. Y el rey dijo: ‘¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes conquistadores’.

Y el pregonero fue por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras. Entonces el visir dijo al rey: ‘Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y que este palacio estaba habitado por reyes invasores!’ Y el rey contestó: ‘¿Quién sabe? Ven, vamos a informarnos por el portero del palacio’. Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel portero era un barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: ‘¡Chanú!’ Lo que en lengua barbarina significa: ‘¡No sé!

Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.

Y por la mañana, el rey dijo al visir: ‘Di al pregonero que pregone por la ciudad, una vez más, que nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza’. Y pregonó el pregonero; y llegó la noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas, excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba iluminado. Y el visir dijo al rey: ‘Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por reyes extranjeros’. Y dijo el rey: ‘¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?’ El visir dijo: ‘¡Vamos a dormir y ya veremos mañana!’

Y al día siguiente, el visir dijo al rey: ‘Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis oídos de qué país es el rey’.

Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigilancia de los guardias y consiguió subir a la sala del trono. Y cuando vio a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que saludaba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: ‘Siéntate’. Y cuando estuvo él sentado, Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su esposo el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dio todas al visir, diciéndole: ‘Tómalas de regalo, pues veo que eres pobre’. Y el visir le besó la mano, y le dijo: ‘¡Alah te otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!’ Luego se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sentado con el portero.

Y el rey le dijo: ‘¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?’ El visir contestó: ‘¡Ualah! ¡Por algo hube de decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y me ha dicho: ‘¡Tómalas para ti, porque eres pobre!’ Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?’ Y el rey dijo: ‘¿Verdaderamente, lo crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a subir arriba para ver a ese rey!’

Y lo hizo como lo dijo.

Cuando le vio Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su trono en honor suyo, y le dijo: ‘¡Ten la bondad de sentarte!’ Y cuando el rey vio que se levantaba en honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo. ‘¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no conoce!’ Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes:

‘¿De qué calidad sois?’ Y ella sonrió, y contestó: ‘Somos gente rica’. Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.

Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La noningentésima cuadragésima quinta noche

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Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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