lunes, 31 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima sexagésima primera noche

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Pero cuando llegó la 661ª noche

Ella dijo:

…y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.

Pero cuando se terminó la comida y se marchó el joven Anís, el judío se dijo: ‘¡Por los cuernos de nuestro señor Muza, que he de abrasarles el corazón al separarlos!’ Y sacó del seno una carta que abrió y leyó; luego exclamó: ‘He aquí que voy a verme obligado a partir de nuevo para un viaje largo. ¡Porque me llega esta carta de mis corresponsales del extranjero, y es preciso que vaya a verles para arreglar con ellos un importante asunto comercial!’ Y Zein Al-Mawassif supo disimular perfectamente la alegría que le causaba esta noticia, y dijo: ‘¡Oh esposo mío bienamado! ¡Vas a dejarme morir durante tu ausencia! ¡Dime, por lo menos, cuánto tiempo vas a estar lejos de mí!’ Dijo él: ‘¡Tres años, o acaso cuatro años, ni más ni menos!’ Ella exclamó: ‘¡Oh, pobre Zein Al- Mawassif! ¡Tu mala suerte no te deja nunca disfrutar de la presencia de tu esposo! ¡Oh desesperación de mi alma!’

Pero le dijo él: ‘¡No te desesperes más por eso! ¡Porque para no dejarte sola esta vez y exponerte a la tristeza, quiero que vengas conmigo! ¡Levántate, pues, y ordena que tus doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub te ayuden a hacer tu equipaje para la marcha!’

Al oír estas palabras, a la quebrantada Zein Al-Mawassif se le puso el color muy amarillo, y sus ojos humedeciéronse con lágrimas, y no pudo pronunciar ni una sola palabra. Y su marido, que interiormente se dilataba de contento, le preguntó con acento muy afectuoso: ‘¿Qué te pasa, Zein?’ Ella contestó: ‘¡Nada, por Alah! ¡Solamente estoy un poco emocionada con esta agradable noticia de saber que ya no voy a separarme de ti!’

Luego se levantó y se puso a hacer los preparativos de la marcha, ayudada por sus doncellas, a la vista de su esposo el judío. Y no sabía cómo enterar de la triste nueva a Anís. Por fin pudo disponer de un momento para trazar sobre la puerta de entrada estos versos de adiós a su amigo:

¡A ti mis penas, Anís! ¡Hete aquí solo, con el corazón sangrando por vivas heridas!

¡Los celos más que la necesidad ocasionan nuestra separación! ¡Y la alegría hubo de entrar en el alma del envidioso a la vista de mi dolor y de mi desesperación!

¡Pero por Alah juro que no me poseerá otro que no seas tú, Anís, aunque venga acompañado de mil intercesores!

Tras de lo cual montó en el camello preparado para ella, y segura de no volver a ver ya a Anís, se metió en su litera, dedicando versos de adiós a la casa y al jardín. Y se puso en marcha toda la caravana, con el judío a la cabeza, Zein Al-Mawassif en medio y las doncellas a la cola. Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima sexagésima segunda noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

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domingo, 30 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima sexagésima noche

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Y cuando llegó la 660ª noche

Ella dijo:

‘...Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado, a quien amaestró el judío, y que reconocía y quería mucho a su amo. Pero, mientras duró la ausencia del judío, aquel pájaro hubo de cifrar su afecto en Anís y tomó la costumbre de posársele en la cabeza y en los hombros y hacerle mil caricias, de modo que, cuando su amo el judío regresó de viaje, no quiso el pájaro reconocerle ya, considerándole como un extraño. Y ya no había píos de alegría, aleteos y caricias más que para el joven Anís, socio de su amo. Y el judío pensó para sí: ‘¡Por Muza y Aarún! ¡Pues no me ha olvidado este pájaro! ¡Y su conducta para conmigo da más valor todavía a los sentimientos de mi esposa, que ha caído enferma de dolor por mi ausencia!’ ¡Así pensaba! Pero no tardó en chocarle y en hacer que le asaltasen mil ideas torturadoras otra cosa extraña.

Porque notó que su esposa, tan reservada y tan modesta en presencia de Anís, tenía sueños extraordinarios en cuanto se dormía. Tendía los brazos, jadeaba, suspiraba y hacía mil contorsiones pronunciando el nombre de Anís y hablándole como hablan las enamoradas más apasionadas. Y el judío se quedó extremadamente asombrado al comprobar aquello varias noches sucesivas, y pensó: ‘¡Por el Pentateuco, que esto viene a demostrarme que todas las mujeres son iguales y que, cuando una de ellas es virtuosa y casta y continente como mi esposa, tiene que satisfacer de una manera o de otra sus malos deseos, aunque sea en sueños! ¡Alejado sea de nosotros el Maligno! ¡Qué calamidad son estas criaturas formadas con la llama del infierno!’ Luego se dijo: ‘¡He de poner a prueba a mi esposa! ¡Si resiste a la tentación y permanece casta y reservada, lo del pájaro y lo de los sueños no será más que una coincidencia entre las coincidencias sin resultados!’

Y he aquí que, cuando llegó la hora de la comida acostumbrada, el judío anunció a su esposa y a su socio que estaba invitado a casa del walí con motivo de un gran pedido de mercaderías; y les rogó que esperasen su regreso para empezar a comer. Luego les dejó y salió al jardín. Pero, en vez de ir a casa del walí, se apresuró a volver sobre sus pasos y a subir al piso superior de la casa; allí, desde una habitación cuya ventana daba a la sala de reunión, podría vigilar lo que iba a ocurrir.

No se hizo esperar mucho el resultado, que por parte de los amantes se manifestó con besos y caricias de una intensidad y una pasión increíbles. Y como no quería el judío descubrir su presencia ni dejarles adivinar que no había ido a casa del walí, se vio obligado durante una hora de tiempo a asistir a las manifestaciones desenfrenadas de ambos amantes. Pero, tras de esta espera dolorosa, bajó a reunirse con ellos y entró en la sala con rostro sonriente, como si nada supiera. Y mientras duró la comida, se guardó bien de dejarles adivinar sus sentimientos, y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima sexagésima primera noche

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sábado, 29 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima novena noche

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Y cuando llegó la 659ª noche

Ella dijo:

‘Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión. Y dijo a Anís, besándole: ‘¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por Alah, ya no quiero vivir más que contigo!’ Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos diversos, caricias, copulaciones y otras cosas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día, uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y divirtiéndose hasta la noche. Y continuaron viviendo de tal suerte durante un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.

Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: ‘¡Ojalá se le rompan las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la llegada de ese rostro de mal agüero!’ Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: ‘¿Qué partido vamos a tomar, ¡oh Anís!?’ El contestó: ‘Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!’ Ella dijo: ‘¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no despertar sus sospechas!’ Y reflexionó una hora de tiempo, y dijo:

‘¡Para introducirte en casa después de su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias! ¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada durante los tratos!’ Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los medios de que se valdrían para engañar al marido.

Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sorpresa al ver a su mujer toda amarilla de pies a cabeza. La astuta se había puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: ‘Si tan amarilla me ves, ¡ay! ¡No es a causa de una enfermedad, sino a causa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré más tranquila por ti!’ Él contestó: ‘¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color brillante de otras veces!’ Luego la besó y se fue a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asimismo, judía como él!

Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes referentes al nuevo oficio que tenía que ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma endurecida de los judíos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif, y contestó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de dos testigos entre los notables del zoco.

Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fue a prevenirle de la llegada de su asociado Anís, y le dijo: ‘Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!’ Y aunque transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus sentimientos, y fingiendo hallarse extremadamente indignada, exclamó:

‘¡Por Alah! ¿Cómo te atreves, ¡oh padre de la barba! a introducir a extraños en la intimidad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes imponerme la dura necesidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la modestia que conviene a las jóvenes? ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!’

Pero contestó él: ‘¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuándo hemos resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley esconder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese respecto resultan excesivos en una moisita!’ Y le habló así. Pero pensaba para su ánima: ‘¡Qué bendición sobre mi casa es el tener una esposa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!’ Luego se puso a hablar con tanta elocuencia, que acabó por convencerla para que fuera a cumplir por sí misma los deberes de hospitalidad para con el recién venido.

Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían. Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: ‘¡Qué joven tan excelente!’ Así es que, cuando se hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un tacto y una discreción admirables.

Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima sexagésima noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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viernes, 28 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima octava noche

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Pero cuando llegó la 658ª noche

Ella dijo:

‘...no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez!’ Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: ‘¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!’ Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida décimoquinta, haciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos, hubo de darse por vencida, y exclamó:

‘Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!’ Luego añadió: ‘¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!’ Y se levantó riendo y puso fin por aquella noche a las partidas de ajedrez.

Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: ‘Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los diversos episodios de nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien en la memoria?’ Y contestó Anís: ‘La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!’ Y se sentó en la cama perfumada, y mientras Zein Al-Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda sublime:

¡Levantáos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!

¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexibles de los árboles se inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije! ‘¡La zalema contigo, ¡oh sedosa de mejillas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas me vuelven loco!’

¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: ‘¿No darás con mi nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu vista?!

¡Contesté: ‘¡No, por cierto! ¡No, por cierto! ¿Sin duda te llamas Ornamento de las Cualidades? ¡Dame una limosna, ¡oh Ornamento de las Cualidades! (Traducción de Zein Al- Mawassif)

¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!’

¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su sonrisa!, y me dijo: ‘¡Heme aquí, pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!’

¡Éxtasis de mi alma! ¡Oh su cintura desceñida! ¡Oh su camisa descubierta! ¡Oh su carne al desnudo! ¡Oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!

¡Si la hubiéseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi embriaguez, y quizás comprendáis!

¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus mejillas incendiarias alumbrarían el infierno!

¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, cargados de flechas; y es un alfanje cada una de sus miradas!

¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar de perlas acabadas de coger del mar!

¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho es una losa de mármol sobre la que descansan dos copas invertidas!

¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria, está aquel que es la locura de los más cuerdos!

¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en cuanto se le toca!

¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!

¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!

¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif! ¡Completa de encantos y de cortesía! ¡Y por eso no olvidaré las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!

Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima novena noche

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jueves, 27 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 657ª noche

Ella dijo:

…Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.

Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo deslumbrado, y se preguntó: ‘¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?’ Y Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fue a él sonriendo, le cogió de la mano y le condujo hasta el diván amplio y bajo que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual había grabados estos versos gastronómicos:

¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con todas estas especies admirables y variadas!

¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire libre o al horno!

¡Oh codornices! ¡Oh pollos! ¡Oh capones! ¡Oh enternecedores! ¡Os adoro!

¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de uvas en esta bandeja! ¡Oh excelencias!

¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!

¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! ¡Que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color dorado decirle que no!

¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te pertenece mi espíritu! ¡Oh amiga mía!

¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te estremeces de placer en mi pecho! ¡Oh corazón mío!

¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas delicias de las que por siempre hablarán los anales!

Entonces las doncellas les sirvieron los manjares perfumados. Y ambos comieron juntos hasta la saciedad y se endulzaron. Y les llevaron los frascos de vino, y bebieron ambos en la misma copa. Y Zein Al-Mawassif se inclinó hacia Anís, y le dijo: ‘¡He aquí que hemos comido juntos el pan y la sal, y ya eres mi huésped! No creas, pues, que voy a quedarme ahora con la menor cosa de lo que te ha pertenecido. ¡Así es que, quieras o no, te devuelvo cuanto te he ganado!’ Y Anís no tuvo más remedio que aceptar como regalo los bienes que le habían pertenecido. Y se arrojó a los pies de la joven, y le expresó su gratitud. Pero ella le levantó, y le dijo: ‘Si verdaderamente, Anís, quieres agradecerme este don, no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

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miércoles, 26 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima sexta noche

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Y cuando llegó la 656ª noche

Ella dijo:

‘...Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.

Luego se marchó.

Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: ‘Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya no nos conocemos!’ Dijo él: ‘¡Oh soberana mía! ¿Vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?’ Ella dijo: ‘¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo! ¡Aún tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!’ Dijo él:

‘Por encima de mi cabeza, ¡oh mi señora!’

Ella preguntó: ‘¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?’ Dijo él:

‘¡Alah proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el dinero que me haga falta’. Ella dijo:

‘Entonces date prisa a traerme lo que te he pedido’. Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a buscarlos.

Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: ‘Sal detrás de él, ¡oh Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le rechazan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: ‘¡Oh amo mío, Anís! ¡Mi ama Zein Al-Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!’ Y le traerás contigo, y le introducirás en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!’

Y Hubub contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus pasos.

En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le caían por los hombros deslumbradores cual la plata virgen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastraban hasta los pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó semejante a una recién casada, se echaron a sus plantas, y le dijeron con voz temblorosa de admiración: ‘¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!’ Y mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil cumplimientos desde el fondo de su alma.

Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima séptima noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
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martes, 25 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 655ª noche

Ella dijo:

‘...Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:

¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nunca pese el tiempo sobre la cabeza de tus habitantes!

¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos!

Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:

¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de regocijarse tus boscajes con la armonía de tus pájaros!

¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus flores por saberse tan bellas! ¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estrellas en la bóveda de los cielos!

Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres azules:

¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!

Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la avenida; y ante él, al pie de los peldaños de mármol lavado que conducían a la morada, vio a una joven que debía tener más de catorce años de edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle precioso, con ojos grandes y negros cargados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: ‘¡Heme aquí!’ Y sin disputa habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.

Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: ‘La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!’ Pero ella le contestó: ‘¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te pertenece?’ El contestó: ‘¡Oh mi señora! ¡La culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sentaba aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse y rendir homenaje con las flores y los pájaros!’

La joven se echó a reír, y le dijo: ‘¿Cómo te llamas?’ Dijo él: ‘Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!’ Dijo ella: ‘¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!’

Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: ‘¡Ya Anís! ¡Tengo ganas de distraerme un poco!

¡Sabes jugar al ajedrez?’ Dijo él: ‘¡Sí, por cierto!’ Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella: ‘¿Quieres los rojos o los blancos?’ El contestó: ‘¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!’ Ella dijo: ‘¡Puede ser!’ Y se puso a arreglar los peones.

Y empezó el juego.

Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrincante que a los peones del ajedrez, se sentía arrebatado hasta el éxtasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, comparables al alcanfor blanco. Y acabó por exclamar: ‘¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?’ Pero le contestó ella embebida en su juego: ‘¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!’

Luego, como viera que Anís no prestaba atención al juego, le dijo: ‘¡Para que estés más atento al juego, Anís, vamos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!’

El contestó: ‘¡Bueno!’ Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de seda que le cubría los cabellos y apareció cual una resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante, continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos, como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le dijo Zein Al-Mawassif: ‘Ya veo que no estás más atento que antes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A mil dinares la partida!’ Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y perdió la partida.

Entonces le dijo ella: ‘¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!’ Aceptó él, y perdió. Entonces se jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó nada entre las manos.

Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: ‘Eres un insensato, Anís. Y no quiero que tengas que arrepentirte de haber entrado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo.

¡Te devuelvo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!’ Pero Anís contestó: ‘¡No, por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te perteneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!’

Ella dijo: ‘¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!’ Y fue Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.

Luego se marchó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y calló discreta.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima sexta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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lunes, 24 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima cuarta noche

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Pero cuando llegó la 654ª noche

Ella dijo:

…les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.

Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocuparse de los gastos y necesidades de Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dio orden a su tesorero para que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes, quiso también que Abul-Hassán siguiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron todos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!

Y cuando aquella noche Schehrazada acabó de contar esta historia, dijo al rey Schahriar:

‘¡Esto es cuanto sé ¡oh rey! acerca del Dormido Despierto. ¡Pero, si me lo permites, voy a contarte otra historia que supera con mucho y en todos sentidos a la que acabas de oír!’

Y dijo el rey Schahriar: ‘¡Antes de permitírtelo, quiero que me digas el título de esa historia, Schehrazada’. Ella dijo: ‘¡Es la historia de los Amores de Zein al-Mawassif!’ Dijo él: ‘¿Y qué historia es esa que no conozco?’

Schehrazada sonrió, y dijo:

Los amores de Zein al-Mawassif

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los jardines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida dichosa.

Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vio jugando y entreteniéndose con cuatro hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos, alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan hermosos. Y Anís se despertó muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:

¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi corazón cautivo el libre corazón de los enamorados?

¡Oh frescura de las mañanas! ¿Calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?

Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aquella voz; y acuciado por el deseo de conocer a la que la poseía, se aproximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y vio un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres armoniosos; calles floridas y boscajes de rosas, jazmines, violetas, narcisos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo de Alah.

Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no vaciló en franquear la puerta y adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima quinta noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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domingo, 23 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima tercera noche

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Y cuando llegó la 653ª noche

Ella dijo:

‘…el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: ‘¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!’ Y añadió: ‘¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!’ Y contestó Sett Zobeida: ‘¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!’ Y añadió: ‘¡Bueno! ¿Pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos murió primero, y cuál murió de pena!’ Y dijo el califa: ‘Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez mil dinares de oro a quien me dé la noticia!’

Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de debajo del sudario de la derecha, y decía: ‘¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!’

Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espanto, lanzaron un gran grito y se precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: ‘¡Por Alah, ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!’

Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió Abul-Hassán: ‘¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! desprecié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar, que debo a tu generosidad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el tesorero!’ Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima cuarta noche

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sábado, 22 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima segunda noche

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Pero cuando llegó la 652ª noche

Ella dijo:

‘¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡Ya estoy muerto!’. Y como no tenía tiempo que perder, se amortajó por sí mismo con el sudario y se echó en tierra con los pies en dirección a la Meca. Y Caña-de-Azúcar le puso el turbante encima de la cara; y con la cabellera despeinada, empezó a golpearse las mejillas y el pecho, lanzando gritos de duelo. Y en aquel momento entró la anciana nodriza. ¡Y vio lo que vio! Y se acercó muy triste a la desolada Caña-de-Azúcar, y le dijo: ‘¡Que Alah otorgue sobre tu cabeza los años que se perdieron para el difunto! ¡Ay hija mía Caña-de-Azúcar! ¡Hete aquí sola en la viudez en medio de tu juventud! ¿Qué va a ser de ti sin Abul-Hassán, ¡oh Caña-de- Azúcar!?’ Y estuvo llorando con ella algún tiempo. Luego le dijo: ‘Hija mía, tengo que dejarte, bien a pesar mío. ¡Pero he de volver a toda prisa junto a mi señora Sett Zobeida para librarla de la aflictiva inquietud en que la ha sumido ese embustero descarado, el eunuco Massrur, que le afirmó que eras tú la muerta en vez de Abul-Hassán!’ Y Caña-de-Azúcar, gimiendo, dijo: ‘¡Pluguiera a Alah, ¡oh madre mía! que hubiese dicho la verdad ese eunuco! ¡No estaría aquí llorando como lo hago! ¡Pero no va a tardar mucho en llegarme mi hora! ¡Mañana, lo más tarde, me enterrarán, muerta de dolor!’ Y diciendo estas palabras, redobló en sus llantos, suspiros y lamentos. Y más enternecida que nunca, la nodriza la besó otra vez y salió lentamente para no importunarla, y cerró la puerta tras de sí. Y fue a dar cuenta a su señora de lo que había visto y oído. Y cuando acabó de hablar, hubo de sentarse, falta de aliento por lo mucho que había trabajado para su avanzada edad.

Cuando Sett Zobeida oyó la relación de su nodriza, encaróse, altanera, con el califa, y le dijo:

‘¡Ante todo, hay que ahorcar a tu esclavo Massrur, ese eunuco impertinente!’ Y en el límite de la perplejidad, el califa hizo ir a su presencia a Massrur, y le miró con cólera y quiso reprocharle su mentira. Pero no le dejó tiempo Sett Zobeida. Excitada por la presencia de Massrur, se encaró con su nodriza, y le dijo: ‘¡Repite ante ese hijo de perro, ¡oh nodriza! lo que acabas de decirnos!’ Y la nodriza, que aún no había recobrado el aliento, se vio obligada a repetir su relación ante Massrur, quien irritado por sus palabras, no pudo por menos de gritarle, a pesar de la presencia del califa y de Sett Zobeida: ‘¡Ah vieja desdentada! ¿Cómo te atreves a mentir tan impúdicamente y a envilecer tus cabellos blancos? ¿Es que vas a hacerme creer que no he visto con mis propios ojos a Caña- de-Azúcar muerta y amortajada?’ Y la nodriza, sofocada, adelantó la cabeza con furia, y le gritó:

‘Tú solo eres el embustero, ¡oh negro de betún! ¡No deberían condenarte a muerte en la horca, sino cortándote en pedazos y haciéndote comer tu propia carne!’

Y replicó Massrur: ‘¡Cállate, vieja chocha! ¡Ve a contar tus historias a las muchachas del harem!’ Pero Sett Zobeida, furiosa ante la insolencia de Massrur, prorrumpió en sollozos, tirándole a la cabeza los cojines, los vasos, los jarros y los taburetes, y le escupió en el rostro, y acabó por dejarse caer en su lecho, llorando.

Cuando el califa hubo visto y oído todo aquello, llegó al límite de la perplejidad, y dio una palmada, y dijo: ‘¡Por Alah, que no sólo es Massrur el embustero! Yo también soy un embustero, y la nodriza también es una embustera, y tú también eres una embustera, ¡oh hija del tío!’ Luego bajó la cabeza y no dijo nada más. Pero, al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, y dijo:

‘¡Por Alah, que nos hace falta saber la verdad ahora! ¡Lo único que nos queda que hacer es ir a casa de Abul-Hassán, para ver con nuestros ojos cuál de todos nosotros es el embustero y cuál es el veraz!’ Y se levantó y rogó a Sett Zobeida que le acompañara; y seguido de Massrur, de la nodriza y de la muchedumbre de mujeres, se encaminó al aposento de Abul-Hassán.

Y he aquí que, al ver acercarse aquel cortejo, Caña-de-Azúcar no pudo por menos de inquietarse y conmoverse mucho, aunque AbulHassán la había prevenido de antemano que la cosa tendría buen fin, y exclamó: ‘¡Por Alah! ¡No siempre que se cae queda entero el jarro!’ Pero Abul-Hassán se echó a reír, y dijo: ‘Murámonos ambos; ¡oh Caña-de-Azúcar!’ Y tendió en tierra a su mujer, la amortajó con el sudario, se metió por sí mismo en una pieza de seda que sacó de un cofre, y se tendió junto a ella, sin olvidarse de ponerse el turbante encima de la cara con arreglo al rito. Y apenas había terminado sus preparativos, la comitiva entró en la sala.

Cuando el califa y Sett Zobeida vieron el espectáculo fúnebre que se presentaba a sus ojos, se quedaron inmóviles y mudos. Y Sett Zobeida, a quien tantas emociones en tan poco tiempo habían trastornado completamente, se puso de pronto muy pálida, dio un grito y cayó desmayada en brazos de sus mujeres. Y cuando volvió de su desmayo, vertió un torrente de lágrimas, y exclamó:

‘¡Ay de ti, oh Caña-de-Azúcar! ¡No pudiste sobrevivir a tu esposo, y has muerto de pena!’ Pero el califa, que no quería oírle aquello y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul- Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: ‘¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima tercera noche

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Las mil y una noches, denunciado por indecente
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viernes, 21 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima primera noche

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Pero cuando llegó la 651ª noche

Ella dijo:

‘...Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta. Y en medio de un silencio hostil, esperaron la vuelta del porta alfange Massrur. ¡Y he aquí lo referente a ellos!

En cuanto a Abul-Hassán, que estaba al acecho para enterarse de lo que iba a ocurrir, vio desde lejos avanzar a Massrur y comprendió el propósito que le guiaba. Y dijo a Caña-de-Azúcar:

‘¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡He aquí que Massrur viene derecho a nuestra casa! Sin duda alguna le han mandado venir con motivo del desacuerdo que seguramente ha surgido entre el califa y Sett Zobeida acerca de nuestra muerte. ¡Date prisa a hacerte la muerta una vez más, a fin de que te amortaje yo sin tardanza!’ Al punto se hizo la muerta Caña-deAzúcar, y Abul-Hassán la amortajó con el sudario y la colocó como la primera vez para sentarse inmediatamente junto a ella, con el turbante deshecho, la cara alargada y el pañuelo en los ojos.

En aquel mismo momento entró Massrur. Y al ver a Caña-deAzúcar amortajada en medio de la habitación y a Abul-Hassán sumido en desesperación, no pudo menos de emocionarse, y pronunció: ‘¡No hay más dios que Alah! Muy grande es mi aflicción por ti, ¡oh pobre Caña-de- Azúcar, hermana nuestra! ¡Oh tú, antaño tan gentil y tan dulce! ¡Cuán doloroso para todos nosotros es tu destino! ¡Y cuán rápida fue para ti la orden del retorno hacia Quien te ha creado! ¡Ojalá te conceda, al menos, su compasión y su gracia el Retribuidor!’

Luego besó a Abul-Hassán, y se apresuró a despedirse de él, muy triste, para ir a dar cuenta al califa de lo que había comprobado. Y no le desagradaba hacer ver así a Sett Zobeida cuán obstinada era y cuán equivocada estaba en contradecir al califa.

Entró, pues, en el aposento de Sett Zobeida, y después de haber besado la tierra, dijo: ‘¡Alah prolongue la vida de nuestra señora! ¡La difunta está amortajada en medio de la habitación, y ya tiene hinchado el cuerpo debajo del sudario, y huele mal! ¡En cuanto al pobre Abul-Hassán, me parece, que no sobrevive a su esposa!’

Al oír estas palabras de Massrur, al califa se le quitó un peso de encima y se regocijó infinitamente; luego, encarándose con Sett Zobeida, que habíase puesto muy amarilla, le dijo: ‘¡Oh hija del tío! ¿A qué esperas para llamar al escriba que ha de inscribir a mi nombre el pabellón de pinturas?’

Pero Sett Zobeida empezó a injuriar a Massrur, y en el límite de la indignación, dijo al califa:

‘¿Cómo puedes tener confianza en las palabras de ese eunuco embustero e hijo de embustero?

¿Acaso no he visto aquí por mí misma, y mis esclavas la han visto conmigo hace una hora, a mi favorita Caña-de-Azúcar, que lloraba desolada la muerte de Abul-Hassán?’ Y excitándose con sus propias palabras, tiró su babucha a la cabeza de Massrur, y le gritó ‘Sal de aquí, ¡oh hijo de perro!’ Y Massrur, más estupefacto todavía que el califa, no quiso irritar más a su ama, y doblándose por la cintura, se apresuró a escapar, meneando la cabeza.

Entonces, llena de cólera, Sett Zobeida se encaró con el califa, y le dijo: ‘¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Nunca imaginé que un día te pusieras de acuerdo con ese eunuco para darme un disgusto tan grande y hacerme creer lo que no es! Porque no me cabe duda de que lo que ha contado Massrur lo convinisteis de antemano con objeto de disgustarme. De todos modos, para probarte de manera indudable que soy yo quien tiene razón, a mi vez voy a enviar a alguien para que se vea cuál de nosotros ha perdido la apuesta. ¡Y si eres tú quien dice verdad seré una insensata y todas mis mujeres serán tan insensatas como su ama! ¡Si, por el contrario, soy yo quien tiene razón, quiero que, además de la ganancia de la apuesta, me concedas la cabeza del impertinente eunuco de pez!’

El califa, que sabía por experiencia propia cuán irritable era su prima, dio inmediatamente su consentimiento a cuanto ella le pedía. Y Sett Zobeida hizo presentarse enseguida a la anciana nodriza que la había criado y en la cual tenía toda su confianza, y le dijo: ‘¡Oh, nodriza! Ve ahora a casa de Abul-Hassán, el compañero de nuestro Señor el califa, y sencillamente mira quién se ha muerto en esa casa, si es Abul-Hassán o si es su esposa Caña-de-Azúcar. ¡Y vuelve al punto a contarme lo que hayas visto y sepas!’

Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y a pesar de sus piernas viejas, apretó el paso en dirección a la casa de Abul-Hassán. Pero Abul-Hassán, que vigilaba constantemente las idas y venidas a su casa, divisó desde lejos a la anciana nodriza, que se acercaba trabajosamente; y comprendió por qué la habían enviado, y se encaró con su esposa, y exclamó riendo: ‘¡Oh Caña- de-Azúcar! ¡ya estoy muerto...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima segunda noche

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¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
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jueves, 20 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima quincuagésima noche

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Y cuando llegó la 650ª noche

Ella dijo:

¡...Y tal es lo referente a ellos!

En cuanto al califa, cuando hubo terminado la sesión del diwán, la cual abrevió aquel día, por cierto, se apresuró a ir con Massrur al palacio de Sett Zobeida para darle el pésame por la muerte de su esclava favorita. Y entreabrió la puerta del aposento de su esposa, y la vio echada en su lecho rodeada de sus mujeres, que le secaban los ojos y la consolaban. Y se acercó a ella, y le dijo: ‘¡Oh hija del tío! ¡Ojalá vivas tantos años como se perdieron para tu pobre favorita Caña-de- Azúcar!’ Al oír este cumplimiento de pésame Sett Zobeida, que esperaba la llegada del califa para darle ella el pésame por la muerte de Abul-Hassán, quedó extremadamente sorprendida, y creyendo que el califa estaba mal informado, exclamó: ‘Preservada sea la vida de mi favorita Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡A mí es a quien toca participar de tu duelo! ¡Ojalá vivas y sobrevivas por mucho tiempo a tu compañero el difunto Abul-Hassán! ¡Si me ves tan afligida, no es más que por causa de la muerte de tu amigo, no por la de Caña-deAzúoar, que ¡bendito sea Alah! goza de buena salud!’

Al oír estas palabras, el califa, que tenía los mayores motivos para creer que estaba bien informado de la verdad, no pudo por menos de sonreír, y encarándose con Massrur, le dijo: ‘Por Alah, ¡oh Massrur! ¿Qué te parecen estas palabras de tu ama? He aquí que ella, tan sensata y prudente por lo común, tiene los mismos desvaríos que las demás mujeres. ¡Qué verdad es que todas son iguales al final! ¡Vengo a consolarla, y quiere apenarme y engañarme anunciándome una noticia falsa! ¡En fin, háblale tú! ¡Y dile lo que viste y oíste como yo! ¡Quizá cambie entonces de táctica, y no intente ya engañarnos!’ Y para obedecer al califa, Massrur dijo a la princesa: ‘¡Oh mi señora! ¡Nuestro Emir de los Creyentes tiene razón! ¡Abul-Hassán goza de buena salud y de fuerzas excelentes, aunque deplora la pérdida de su esposa Caña-de-Azúcar, tu favorita, muerta anoche de una indigestión! Porque has de saber que Abul-Hassán acaba de salir hace un instante del diwán, adonde ha ido a anunciarnos por sí mismo la muerte de su esposa. ¡Y se ha vuelto a su casa muy desolado, y gratificado, merced a la generosidad de nuestro amo, con un saco de diez mil dinares de oro para los gastos de los funerales!’

Estas palabras de Massrur, lejos de persuadir a Sett Zobeida, no hicieron más que confirmarla en la creencia de que el califa tenía ganas de broma, y exclamó: ‘¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es hoy el día más a propósito para gastar las bromas que acostumbras! Bien sé lo que me digo, y mi tesorera te dirá lo que me cuestan los funerales de Abul-Hassán. ¡Más valdría que tomáramos parte en el duelo de nuestra esclava, en lugar de reír sin tacto y sin medida, como lo estamos haciendo!’ Y al oír estas palabras, el califa sintió que le invadía la cólera, y exclamó:

‘¿Qué dices, ¡oh hija del tío!? ¡Por Alah! ¿Es que te has vuelto loca para decir semejantes cosas?

¡Te digo que quien ha muerto es Caña-de-Azúcar! ¡Y además, es inútil que disputemos acerca del asunto, pues inmediatamente voy a darte pruebas de lo que afirmo!’ Y se sentó en el diván y se encaró con Massrur, y le dijo: ‘¡Aunque no tengo necesidad de más pruebas que las que conozco, ve ya al aposento de Abul-Hassán para ver cuál de los dos esposos es el muerto! ¡Y vuelve al punto a decirnos lo que haya!’ Y en tanto que Massrur se apresuraba a ejecutar la orden, el califa se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: ‘¡Oh hija del tío! ¡Ahora vamos a ver quién de nosotros dos tiene razón! ¡Pero desde el momento en que insistes de ese modo acerca de cosa tan clara, voy a apostar en contra tuya lo que quieras!’

Ella contestó: ‘¡Acepto la apuesta! ¡Y voy a apostar lo que más me gusta en el mundo, que es mi pabellón de pinturas, contra lo que quieras proponerme, por muy poco valor que tenga!’ El dijo:

‘¡Contra tu apuesta arriesgo lo que más me gusta en el mundo, que es mi palacio de recreo! ¡Creo que de esa manera no abuso! ¡Porque mi palacio de recreo es superior con mucho, en valor y en belleza, a tu pabellón de pinturas!’

Sett Zobeida contestó muy molesta: ‘¡No se trata de saber ahora, para estar aún más disconforme, si tu palacio es superior a mi pabellón! ¡Por otra parte, no tendrías más que escuchar lo que se dice a espaldas tuyas! Pero antes hemos de sancionar nuestra apuesta. ¡Sea, pues, la Fatiha entre nosotros!’ Y dijo el califa: ‘¡Bueno, sea la Fatiha del Korán entre nosotros!’ Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima primera noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
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miércoles, 19 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuadragésima novena noche

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Pero cuando llegó la 649ª noche

Ella dijo:

‘¡...Que Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto!’ Y la desolada Caña-de-Azúcar besó la mano de su señora, llorando, y regresó a su aposento completamente sola.

Entró, pues, en la habitación donde la esperaba Abul-Hassán, siempre tendido como un muerto y envuelto en el sudario, y cerró la puerta al entrar, y empezó por soltar una carcajada de buen augurio. Y dijo a Abul-Hassán: ‘¡Levántate ya de entre los muertos ¡oh padre de la sagacidad! y ven a arrastrar conmigo este saco de oro, fruto de tu malicia! ¡Por Alah, que no va a ser hoy cuando nos muramos de hambre!’ Y Abul-Hassán, ayudado por su mujer, se apresuró a desembarazarse del sudario, y saltando sobre ambos pies, corrió a donde estaba el saco de oro y lo arrastró hasta el centro de la habitación, y se puso a bailar alrededor en un pie.

Tras de lo cual se encaró con su esposa y la felicitó por el éxito obtenido, y le dijo: ‘Pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora te toca a ti morirte como yo lo he hecho, y a mí me toca ganar el saco! Y así veremos si soy tan hábil con el califa como lo has sido tú con Sett Zobeida. ¡Porque conviene que el califa, que tanto se divirtió a expensas mías en otra ocasión, sepa ahora que no sólo es él quien gasta bromas! ¡Pero es inútil perder tiempo en vana palabrería! ¡Vamos, muérete!’

Y Abul-Hassán acomodó a su mujer en el sudario con que le había amortajado ella, la colocó en medio de la estancia, en el mismo sitio en que estuvo él tendido, le volvió los pies en dirección a la Meca y le recomendó que no diese señal de vida, aunque le sintiera llegar. Hecho lo cual, se atavió de mala manera, deshizo a medias su turbante, se frotó los ojos con cebolla para hacer que lloraba copiosamente, y desgarrándose el traje y mesándose la barba y dándose en el pecho grandes puñetazos, corrió en busca del califa, que en aquel momento estaba en medio del diwán, rodeado de su gran visir Giafar, de Massrur y de varios chambelanes.

Al ver en aquel estado de aflicción y de inconsciencia al mismo Abul-Hassán que de ordinario era tan jovial y despreocupado, el califa llegó al límite del asombro y de la aflicción, e interrumpiendo la sesión del diwán, se levantó de su sitio y corrió hacia Abul-Hassán, a quien pidió que en seguida le manifestase la causa de su dolor. Pero Abul-Hassán, que se llevaba el pañuelo a los ojos, sólo contestó redoblando en sus llantos y sollozos y dejando escapar de sus labios al fin, entre mil suspiros y mil desmayos fingidos, el nombre de Caña-de-Azúcar, mientras decía: ‘¡Ay! ¡Oh pobre Caña-de-Azúcar! ¡Ay! ¡Oh infortunada! ¿Qué será de mí sin ti?’

Al oír estas palabras y estos suspiros, el califa comprendió que Abul-Hassán acababa de anunciarle la muerte de su esposa Caña-deAzúcar, y quedó extremadamente afectado. Y se le saltaron lágrimas de los ojos, y dijo a Abul-Hassán, echándole un brazo por los hombros: ‘¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y prolongue tus días con todos los que se le arrebataron a esa esclava dulce y encantadora! ¡Te la dimos con el fin de que fuese para ti motivo de alegría, y he aquí ahora que se torna en motivo de duelo! ¡Pobre Caña-de-Azúcar!’ Y el califa no pudo por menos de llorar ardientes lágrimas. Y se secó los ojos con el pañuelo. Y Giafar y los demás visires y todos los presentes lloraron también ardientes lágrimas, y se secaron los ojos como lo había hecho el califa.

Luego asaltó al califa la misma idea que a Sett Zobeida: e hizo ir al tesorero, y le dijo: ‘¡Cuenta al instante a Abul-Hassán diez mil dinares para los gastos de los funerales de su difunta esposa! ¡Y dispón que se los lleven a la puerta de su aposento!’ Y el tesorero contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ejecutar la orden. Y Abul-Hassán, más desolado que nunca, besó la mano al califa y se retiró sollozando.

Cuando llegó a la habitación en que le esperaba Caña-de-Azúcar, envuelta siempre en el sudario, exclamó: ‘¡Pues bien! ¿Crees que eres tú sola quien ha ganado tantas monedas de oro como lágrimas has vertido? ¡Mira! ¡Ahí tienes mi saco!’ Y arrastró el saco hasta el centro de la habitación, y después de ayudar a Caña-de-Azúcar a salir del sudario, le dijo: ‘¡Bueno! pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora hay que obrar de modo que, cuando se sepa nuestra estratagema, no nos atraigamos la cólera del califa y de Sett Zobeida!

He aquí, pues, lo que tenemos que hacer...

‘Y empezó a instruir a Caña-de-Azúcar sobre sus intenciones acerca del particular.

¡Y tal es lo referente a ellos...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima quincuagésima noche

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martes, 18 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuadragésima octava noche

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Pero cuando llegó la 648ª noche

Ella dijo:

‘¡...Dejarnos morir!’

Al oír estas palabras, la joven Caña-de-Azúcar exclamó espantada: ‘¡No, por Alah, yo no quiero morir! ¡Emplea para ti solo ese medio!’ Abul-Hassán contestó, sin conmoverse ni enfadarse:

‘¡Ah, hija de mujer! ¡Bien decía yo, de soltero, que nada valía tanto como la soledad! ¡Y la poca solidez de tu juicio acaba de demostrármelo mejor que nunca! ¡Si en vez de contestarme con tanta prontitud te hubieras tomado la pena de pedirme explicaciones, te habrías alegrado en extremo de esa muerte que te propongo y que vuelvo a proponerte! ¿No comprendes que se trata de morir con una muerte fingida y no con una muerte verdadera, a fin de tener oro para todo lo que nos queda de vida?’

Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar se echó a reír, y preguntó: ‘¿Y cómo vamos a arreglarnos?’ Dijo él: ‘¡Escucha, pues! Y no olvides nada de lo que voy a indicarte. ¡Mira! Cuando yo me muera, o mejor dicho, cuando yo finja morirme, porque soy yo el que primero morirá, cogerás un sudario y me amortajarás. Hecho lo cual, me pondrás en medio de esta habitación en que estamos, en la posición prescrita, con el turbante encima de la cara, y el rostro y los pies vueltos en dirección a la Kaaba santa, hacia la Meca. ¡Luego empezarás a lanzar gritos agudos, a chillar desaforadamente, a verter lágrimas ordinarias y extraordinarias, a desgarrarte las vestiduras y a aparentar que te arrancas el cabello! Y cuando todo esté a punto, irás bañada en llanto y con los cabellos despeinados a presentarte a tu señora Sett Zobeida, y con palabras entrecortadas por sollozos y desmayos diversos, le contarás mi muerte en términos enternecedores; luego te tirarás al suelo, en donde estarás una hora de tiempo para no recobrar el sentido hasta que te notes anegada en el agua de rosas con que no dejarán de rociarte. ¡Y entonces ¡oh Caña-de-Azúcar! verás cómo va a entrar en nuestra casa el oro!’

Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar contestó: ‘En verdad que es hacedera esa muerte. ¡Y consiento en ayudarte a llevarla a cabo!’ Luego añadió: ‘¿Pero cuándo y de qué manera tengo yo que morirme?’ Dijo él: ‘Primero harás lo que acabo de decirte. ¡Y después Alah proveerá!’ Y añadió: ‘¡Mira! ¡Ya estoy muerto!’ Y se tendió en medio de la habitación, y se hizo el muerto.

Entonces Caña-de-Azúcar le desnudó, le amortajó con un sudario, le volvió los pies en dirección a la Meca y le colocó el turbante encima del rostro. Tras lo cual se puso a ejecutar todo lo que Abul-Hassán le había dicho que hiciera en cuanto a gritos penetrantes, chillidos desaforados, lágrimas ordinarias y extraordinarias, desgarrar de trajes, tirones de cabellos y arañar de mejillas. Y cuando estuvo en el estado prescripto, con el rostro amarillo como el azafrán y los cabellos desordenados, fue a presentarse a Sett Zobeida, y empezó por dejarse caer a los pies de su señora cuan larga era, lanzando un gemido capaz de enternecer un corazón de roca.

Al ver aquello, Sett Zobeida, que ya había oído desde su aposento los gritos penetrantes y los chillidos de duelo lanzados por Caña-deAzúcar desde lejos, no dudó ya al ver en aquel estado a su favorita Caña-de-Azúcar, que la muerte habíase cebado en su esposo Abul-Hassán. Así es que, afligida hasta el límite de la aflicción, le prodigó por sí misma cuantos cuidados requería su estado, y se la echó en las rodillas, y consiguió volverla a la vida. Pero Caña-de-Azúcar, desolada y con los ojos bañados en lágrimas, continuó gimiendo y arañándose y tirándose de los pelos y golpeándose las mejillas, mientras suspiraba entre sollozos el nombre de Abul-Hassán. Y acabó por contar con palabras entrecortadas que por la noche había muerto él de una indigestión. Y dándose en el pecho un golpe último, añadió: ‘Ya no me queda que hacer más que morirme a mi vez. ¡Pero que Alah prolongue en tanto la vida de nuestra señora!’ Y se dejó caer una vez más a los pies de Sett Zobeida; y se desmayó de dolor.

Al ver aquello, todas las mujeres empezaron a lamentarse en torno de ella, y a apenarse por la muerte de aquel Abul-Hassán que tanto las había divertido en vida con sus bromas y su buen humor.

Y sus llantos y suspiros demostraron a Caña-de-Azúcar, que había vuelto de su desmayo a fuerza de agua de rosas con que la rociaron, la parte que tomaban en su pena y en su dolor.

En cuanto a Sett Zobeida, que también lloraba con las mujeres de su séquito la muerte de Abul-Hassán, acabó por llamar a su tesorera, después de todas las fórmulas de pésame que se usan en semejantes circunstancias, y le dijo: ‘¡Ve en seguida a coger de mi arquilla particular un saco de diez mil dinares de oro, y dáselo a la pobre, a la desolada Caña-de-Azúcar, a fin de que pueda hacer que se celebren dignamente los funerales de su esposo Abul-Hassán!’ Y la tesorera se apresuró a ejecutar la orden, y cargó el saco de oro a espaldas de un eunuco, que fue a dejarlo a la puerta del aposento de Abul-Hassán.

Luego Sett Zobeida abrazó a su servidora y le prodigó palabras dulces para consolarla, y la acompañó hasta la salida, diciéndole: ‘¡Qué Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima cuadragésima novena noche

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lunes, 17 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuadragésima séptima noche

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Pero cuando llegó la 647ª noche

Ella dijo:

‘...Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino.

Entonces Abul-Hassán no quiso retrasar por más tiempo el informar a su madre de cuanto acababa de sucederle. Y corrió a buscarla, y le contó al detalle los sucesos extraños que habían ocurrido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlos. Y al ver que ella no conseguía entenderlos bien, no dejó de explicarle que era el propio califa quien le hizo víctima de todas aquellas jugarretas sin otro objeto que divertirse. Y añadió: ‘¡Pero ya que todo ha terminado con ventaja para mí, glorificado sea Alah el Bienhechor!’ Luego se apresuró a dejar a su madre, prometiéndole que volvería a verla todos los días, y emprendió de nuevo el camino de palacio, en tanto que la noticia de su aventura con el califa y de su nueva situación se esparcía por todo el barrio, y desde allí se extendió a todo Bagdad para difundirse después por las provincias cercanas y distantes.

En cuanto a Abul-Hassán, el favor de que gozaba cerca del califa, al revés de volverle arrogante o desagradable, no hizo más que aumentar su buen humor, su carácter jovial y su alegría. Y no se pasaba día en que con sus agudezas llenas de gracia y con sus bromas no divirtiese al califa y a todas las personas de palacio, grandes y pequeñas. Y el califa, que no podía prescindir de su trato, le llevaba con él a todas partes, incluso a los aposentos reservados y a las habitaciones de Sett Zobeida, lo cual era un favor que jamás había otorgado ni siquiera a su gran visir Giafar.Pero no tardó en notar Sett Zobeida que Abul-Hassán, cada vez que se encontraba con el califa en el aposento de las mujeres, obstinábase en fijar los ojos en una de las mujeres del séquito, en la que se llamaba Caña-de-Azúcar, y que bajo las miradas de Abul-Hassán, la joven se ponía roja de placer. Por eso dijo un día a su esposo. ‘¡Oh Emir de los Creyentes! sin duda habrás notado, como yo, las señas inequívocas de amor que se hacen Abul-Hassán y la pequeña Caña- de-Azúcar. ¿Qué te parecería un matrimonio entre ambos?’

El califa contestó: ‘Bien. No veo inconveniente. Por cierto que debí pensar en ello hace tiempo. Pero los asuntos del reino me distrajeron de ese cuidado. Y me contraría mucho, pues desde la segunda velada que pasé en su casa, tengo prometido buscar a Abul-Hassán una esposa selecta. Y veo que Caña-de-Azúcar sirve para el caso. Y sólo nos resta ya interrogar a ambos para saber si es de su gusto el matrimonio’.

Al punto hicieron ir a Abul-Hassán y a Caña-de-Azúcar, y les preguntaron si consentían en casarse uno con otro. Y Caña-de-Azúcar, por toda respuesta, se limitó a enrojecer en extremo, y se arrojó a los pies de Sett Zobeida, besándole la orla del traje en acción de gracias. Pero Abul- Hassán contestó: ‘En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que abrumaste con tu generosidad a tu esclavo Abul-Hassán. Pero antes de tomar por esposa a esta encantadora joven cuyo solo nombre indica ya sus cualidades exquisitas, quisiera, con tu permiso, que nuestra ama le hiciese una pregunta...’ Y Sett Zobeida sonrió, y dijo: ‘¿Y qué pregunta es ésa, ¡oh Abul-Hassán!?’

Abul-Hassán contestó: ‘¡Oh mi señora! quisiera saber si a mi esposa le gusta lo que a mí me gusta. ¡Tengo que declararte ¡oh mi señora! que las únicas cosas que estimo son la animación del vino, el placer de los manjares y la alegría del canto y de los versos hermosos! Si a Caña-de- Azúcar, pues, le gustan esas cosas, y además es sensible y no dice nunca que no a lo que tú sabes, ¡oh mi señora! consiento en amarla con un amor grande. ¡De no ser así, por Alah, que permaneceré soltero!’ Y al oír estas palabras, Sett Zobeida se encaró con Caña-de-Azúcar, riendo, y le preguntó: ‘Ya lo has oído... ¿Qué contestas a eso?’ Y Caña-de-Azúcar respondió haciendo con la cabeza una seña que significaba que sí.

Entonces el califa hizo ir sin tardanza al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Y con aquel motivo se dieron en palacio grandes festines y hubo grandes festejos durante treinta días y treinta noches, al cabo de los cuales pudieron ambos esposos gozar uno de otro con toda tranquilidad. ¡Y pasaban la vida comiendo, bebiendo y riendo a carcajadas, sin tasar sus gastos! Y nunca estaban vacías en su casa las bandejas de manjares, de fruta, de pastelería y de bebidas, y la alegría y las delicias marcaban todos sus instantes. Así es que, al cabo de cierto tiempo, a fuerza de gastarse el dinero en festines y en diversiones, no les quedó ya nada entre las manos. Y como, preocupado con sus asuntos, el califa hubo de olvidarse de señalar a Abul- Hassán emolumentos fijos, una mañana se despertaron desprovistos de todo dinero, y aquel día no pudieron arreglarse con los traficantes que les hacían todos los adelantos. Y se creyeron muy desdichados, y por discreción no se atrevieron a ir a pedir nada al califa o a Sett Zobeida. Entonces bajaron la cabeza y se pusieron a reflexionar acerca de la situación. Pero Abul-Hassán fue el primero en levantar la cabeza, y dijo: ‘¡La verdad es que fuimos pródigos! Y no quiero exponerme a la vergüenza de ir a pedir oro, como un mendigo. ¡Y menos quiero que vayas a pedírselo tú a Sett Zobeida! Así es que he pensado lo que tenemos que hacer, ¡oh Caña-de-Azúcar!’. Y Caña-de- Azúcar contestó, suspirando: ‘¡Habla! ¡Dispuesta estoy a ayudarte en tus proyectos, pues no vamos a ir pordioseando, y por otra parte, tampoco vamos a cambiar de vida y a disminuir nuestros gastos, si no queremos exponernos a que los demás nos traten con menos consideración!’

Y dijo Abul-Hassán: ‘¡Bien sabía yo ¡oh Caña-de-Azúcar! que jamás te negarías a ayudarme en las diversas circunstancias por que los designios del destino nos hicieran atravesar! Pues bien; has de saber que sólo disponemos de un medio para salir del apuro, ¡oh Caña-de-Azúcar!’ Ella contestó: ‘¡Dilo ya!’ El dijo: ‘¡Dejarnos morir...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima cuadragésima octava noche…

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domingo, 16 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuadragésima sexta noche

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Pero cuando llegó la 646ª noche

Ella dijo:

…y gritó: ‘Abul- Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacerme morir ahogado por la risa?’

Al ver al califa y al oír el sonido de su voz, cesó el baile de improviso, las jóvenes quedáronse inmóviles en el lugar que ocupaban respectivamente, y se interrumpió tan por completo el ruido, que se oiría resonar una aguja que cayese en el suelo. Y Abul-Hassán, estupefacto, se detuvo como los demás y volvió la cabeza en dirección de la voz. Y divisó al califa, y al primer golpe de vista, reconoció en él al mercader de Mossul.

Entonces, rápida cual el relámpago que brilla, asaltó su cerebro la comprensión de la causa a que hubo de obedecer cuanto le había sucedido. Y adivinó de pronto toda la broma. Así es que, lejos de desconcertarse o de turbarse, fingió no reconocer la persona del califa; y queriendo divertirse a su vez, se adelantó hacia el califa, y le gritó: ‘¡Hola! ¡Hola! hete aquí ya, ¡oh mercader de mi trasero! ¡Espera, y verás cómo voy a enseñarte a dejar abiertas las puertas de las personas honradas!’ Y el califa se echó a reír muy a gusto y contestó: ‘¡He jurado por los méritos de mis santos abuelos ¡oh Abul-Hassán, hermano mío! que te concederé cuanto tu alma pueda desear para indemnizarte de todas las tribulaciones que te hemos causado! ¡Y en adelante, se te tratará en mi palacio como hermano mío!’ Y le besó con efusión, estrechándole contra su pecho.

Tras de lo cual, se encaró con las jóvenes y les ordenó que vistieran a su hermano Abul- Hassán con trajes de su ropero particular, escogiendo lo más rico y suntuoso que había. Y las jóvenes se apresuraron a ejecutar la orden. Y cuando Abul-Hassán estuvo completamente vestido, el califa le dijo: ‘¡Habla ya, Abul-Hassán! ¡Cuánto me pidas te será concedido al instante!’

Y Abul-Hassán besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: ‘¡No quiero pedir a nuestro generoso señor más que una cosa: que me otorgue el favor de vivir a su sombra toda mi vida!’

Y extremadamente conmovido por la delicadeza de sentimientos de Abul-Hassán, le dijo el califa: ‘¡Mucho aprecio tu desinterés, ya Abul-Hassán! Así es que, no solamente te escojo en este instante para compañero de copa y hermano mío, sino que te concedo entrada libre y salida libre a todas horas del día y de la noche, sin demanda de audiencia y sin demanda de ausencia. ¡Más aún! quiero que ni siquiera te esté prohibido, como a los demás, el acceso al aposento de Sett Zobeida, la hija de mi tío. ¡Y cuando entre yo allí, irás conmigo, sea la hora que sea del día o de la noche!’

Al propio tiempo el califa destinó a Abul-Hassán un espléndido alojamiento en el palacio, y empezó por darle, como primeros emolumentos, diez mil dinares de oro. Y le prometió que cuidaría por sí mismo que no careciese de nada nunca. Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima cuadragésima sexta noche

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sábado, 15 de mayo de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La sexcentésima cuadragésima quinta noche

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Pero cuando llegó la 645ª noche

Ella dijo:

‘...Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes!’

Al oír estas palabras, Abul-Hassán separó la colcha, y abriendo los ojos, vio, en efecto, sentada al borde de la cama a su preferida la pequeña Caña-de-Azúcar, y de pie ante él, en tres filas, a las demás jóvenes, a quienes reconoció una por una: Hoja-de-Rosa, Cuello-de-Alabastro, Aderezo-de-Perlas, Estrella-de-la-Mañana, Alba-del-Día, Grano-de Almizcle, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada, Fuerza-de-los-Corazones, y las otras. Y al ver aquello, se restregó los ojos hasta hundírselos en el cráneo, y exclamó: ‘¿Quiénes sois? ¿Y quién soy yo?’ Y todas contestaron a coro con tonalidades diferentes: ‘¡Gloria a nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, rey del mundo!’ Y en el límite de la estupefacción, preguntó Abul-Hassán:

‘¿Pero es que no soy Abul-Hassán el Disoluto?’ Ellas contestaron a coro con tonalidades diferentes: ‘¡Alejado sea el Maligno! ¡No eres Abul-Hassán, sino Abul-Hossn! (Padre de la Belleza)

¡Eres nuestro soberano y la corona de nuestra cabeza!’ Y Abul-Hassán se dijo: ‘¡Ahora voy a saber con certeza si duermo o estoy despierto!’ Y encarándose con Caña-de-Azúcar, le dijo: ‘¡Ven por aquí, pequeña!’ Y Caña-de-Azúcar, adelantó la cabeza, y Abul-Hassán le dijo: ‘¡Muérdeme en la oreja!’ Y Caña-de-Azúcar clavó sus dientes en el lóbulo de la oreja de Abul-Hassán, pero tan cruelmente, que empezó él a chillar de una manera espantosa. Luego exclamó: ‘¡Claro que soy el Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid en persona!’

Enseguida empezaron a tocar al mismo tiempo los instrumentos de música un atrayente paso de danza, y las cantarinas entonaron a coro una canción animada. Y cogiéndose de la mano, todas las jóvenes hicieron un gran corro en la habitación, y levantando los pies con ligereza, se pusieron a bailar alrededor del lecho, respondiendo con el estribillo al canto principal de tan gracioso modo y tan locamente, que Abul-Hassán, exaltado de pronto y poseído de entusiasmo, arrojó las mantas y almohadas, tiró al aire su gorro de dormir, saltó del lecho, se desnudó completamente, quitándose a toda prisa sus vestiduras, y con el zib enhiesto y el trasero al descubierto, se metió entre las jóvenes y se puso a bailar con ellas, haciendo mil contorsiones, y moviendo el vientre, el zib y el trasero en medio de las carcajadas y del tumulto progresivo. E hizo tantas bufonadas, y tales movimientos divertidos hubo de ejecutar, que el califa, detrás de la cortina, no pudo reprimir la explosión de su hilaridad, ¡y empezó a lanzar una serie de carcajadas tan fuertes, que dominaron la algazara del baile y el canto y el ruido de los tambores, de los instrumentos de cuerda y de los instrumentos de viento! Y le dio hipo, y se cayó de trasero, y estuvo a punto de perder el conocimiento. Pero logró levantarse, y descorriendo la cortina, sacó la cabeza, y gritó: ‘Abul- Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacerme morir ahogado por la risa?’

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.”

Continuará: La sexcentésima cuadragésima sexta noche

Noticias de referencia:
Las mil y una noches, denunciado por indecente
http://www.eluniversal.com.mx/notas/678635.html

Editan “Las mil y una noches” de Vargas Llosa
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61906.html

¿Y si “Las mil y una noches” lo escribió una mujer?
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61873.html

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