sábado, 6 de septiembre de 2008

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La vigésima primera noche

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Pero cuando llegó la 21ª noche

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el efrit terminó su relato con estas palabras: ‘Y no esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammam’. Y la efrita repuso: ‘Se me figura, ¡oh compañero! que te equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que este joven. No es posible. Es, indudablemente, el más hermoso de su tiempo’. Pero el efrit respondió: ‘¡Por Alah, hermana mía! te aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo para que a su vista te convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para birlar al maldito jorobado aquella maravilla hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto se parecen, que diríase que son hermanos, o primos por lo menos. Y sería una lástima que el jorobado copulase a Sett El-Hosn’. Entonces contestó la efrita: ‘Razón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido, y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más hermoso de los dos’. Y el efrit dijo: ‘¡Escucho y obedezco! Tus palabras están llenas de rectitud y justicia. ¡Vamos, pues!’

Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven, y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados a El Cairo con toda rapidez. Allí soltaron al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que rebosaba de gente. Y entonces le despertaron.

Hassan se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en la turbeh de su padre. Y miró a la derecha. Y miró a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra.

Tan sorprendido quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vio delante de sí a un hombre gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassan se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, y le dijo: ‘¡Sabe que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encendida, intérnate entre la muchedumbre y marcha con ella hasta ese hammam que allí ves.

De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una cantora o una danzarina, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo que siempre esté lleno de oro, y cógelo a puñados sin vacilación alguna y arrójaselo a todos.

No temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te acerquen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te estimo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísirno’. Y dichas estas palabras, el efrit desapareció.

Entonces Hassan Badreddin de Bassra dijo para sí: ‘¿Qué querrá decir todo esto? ¿De qué favores me ha hablado este asombroso efrit? Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar, encendió Ia vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de bañarse y salía a caballo con un traje magnífico. Hassan Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre, dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al jorobado.

Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassan. Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.

Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassan Badreddin se echaba mano al bolsillo, y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.

Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron asombradas de aquella esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassan.

La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron la multitud, y sólo dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.

Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: ‘¡Por Alah! Hacéis bien en impedir a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven, amigo nuestro’.

Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassan y lo llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas. Y fue el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se halaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes. Y se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio; y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos hombres.

Y Hassan y el jorobado pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta, teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.

Al ver a Hassan Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de ella.

Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.

Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: ‘¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito jorobado!

Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.

Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí. Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.

En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la décima cuarta noche.

Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fue a colocarse rápidamente al lado del hermoso Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!

Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos: ‘¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!’

Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El-Hosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron: ‘¡Ojalá poseas a la novia!’ Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a estas felicitaciones.

Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: ‘¡Mico, ya podrás masturbarte en seco y copular en el aire!’ Otra le increpaba: ‘¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!’ Y decía una tercera: ‘Si te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra’.

Y todo el mundo se reía.

La novia dio la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassan Badreddin El-Bassrauí. Y cada traje nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior a los otros aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravillas, y las cantoras decían las canciones más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose con las panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassan Badreddin El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera pasado por la mano del Joven. Y hasta hubo algunas que, aprovechándose de la hilaridad y la excitación generales, del sonar de los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en tierra, una encima de otra, para simular una copulación, contemplando a Hassan, que desde su asiento sonreía. Y el jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las mujeres volverse hacia Hassan, y con la mano tendida y bajada bruscamente, ofrecerle, por señas, la vulva; o a otra agitar el dedo del corazón, guiñando el ojo; o a otra menear las caderas retorciéndose, y dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; o a otra, con ademán más lúbrico, golpearse las nalgas, y decirle al jorobado: ‘¡Lo catarás en tiempo de los albaricoques!’

Y todo el mundo se reía.

Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos, las danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con todas las damas por delante de Hassan, besándole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el salón el joven Hassan, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las doncellas se llevaron a Sett El-Hosn a la estancia destinada a desnudarse, quitándole uno por uno los vestidos, diciendo al caer cada prenda: ‘¡En nombre de Alah!’ para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero el novio jorobado.

Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassan no se movía de su asiento, le dijo secamente: ‘En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche. Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen’. Entonces el joven, que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó: ‘¡En nombre de Alah!’ Y levantándose, salió. Pero apenas había franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit, y le dijo:

‘¿Adónde vas, Badreddin? Detente, y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le dices: ‘Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu salud’. Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer’. Y dicho esto, desapareció el efrit.

El jorobado había ido efectivamente al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara de la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: ‘¡Sik! ¡sik!’ Y el jorobado dio una palmada para que huyese, y le chilló: ‘¡Hesch! ¡hesch!’ Pero la rata empezó a crecer y se convirtió en un enorme gato de ojos feroces y brillantes. que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el jorobado prosiguiese en su operación, el gato fue creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se puso a ladrar: ‘¡Guau! ¡Guau!’ Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: ‘¡Marcha de ahí, monstruo!’ Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la misma cara del jorobado y a ventosear con un estrépito terrible.

Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo gritar: ‘¡Socorro! ¡Socorro!’ Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez, habló con voz de hombre, y dijo: ‘¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el palafrenero más inmundo!’

Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó: ‘¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para atacarla con tu innoble herramienta?’ Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo: ‘¡Responde, o te haré morder tus excrementos!’ Entonces el jorobado, todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo decir: ‘¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti’.

Entonces el efrit le dijo: ‘Vas a jurar por Alah que obedecerás mis órdenes’. Y el jorobado se apresuró a jurar, y el efrit le dijo: ‘Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro’. Y luego añadió: ‘Ahora voy a ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer’. Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: ‘¡Mucho cuidado con hacer ni un movimiento!’ Y desapareció en seguida.

Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.

Por su parte, Hassan Badreddin El-Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar sólo a Sett El-Hosn. Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo: ‘¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah sea con vosotros!’ Y la vieja se retiró.

Entonces entró muy desesperada Sett El-Hosn, y se decía: ‘¡Es preferible la muerte, antes que este jorobado inmundo!’

Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin, dio un grito de felicidad, y dijo: ‘¡Oh querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande! Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para poseerme’.

Y Badreddin contestó: ‘¡Oh mi señora! ¡Qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos a asociarnos para tal cosa?’

Entonces Sett El-Hosn preguntó: ‘Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?’

Y Badreddin repuso: ‘¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para que conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien cuajada’.

Al oír a Badreddin, Sett El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente, y rompió a reír más gentilmente aún.

Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: ‘¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame bien! ¡Ven en seguida a mi regazo!’ Y como Sett El-Hosn se había despojado de las ropas interiores y estaba toda desnuda, sólo cubierta por una falda, cuando dijo:’ ¡Ven enseguida a mi regazo’!, la levantó rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su magnificencia sus muslos y sus nalgas de jazmín. Y a la vista de los encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo recorría todo su cuerpo y despertaba al niño dormido, y levantándose apresuradamente se desnudó, despojándose del calzón de innumerables pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el judío de Bassra, y la colocó en el diván, junto a los calzones, y luego se quitó el hermoso turbante y lo puso en una silla, cubriéndose con otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado y sólo se quedó con la fina camisa de muselina de seda bordada de oro, y con el ancho calzoncillo de seda azul, sujeto a la cintura por unos cordones con borlas de oro.

Y soltando estos cordones, abrazó a Sett El-Hosn, que le ofrecía todo su cuerpo. La levantó en alto, la tendió en la cama, y se echó sobre ella. Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett El-Hosn, los atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya dispuesto. Empujó este ariete poderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y no había penetrado en ella más ariete que el suyo, ni la habían tocado siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador.

Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó a su gusto con el sabor de aquella juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deliciosas.

Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!

Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: ‘¡Me parece que es bastante por ahora!’ Y se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables:

¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!

¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de dos amantes entrelazados en la cama!

¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno a otro, cubiertos de bendiciones! ¡Sus manos y sus brazos les sirven de almohadas!

¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el acero frío!

¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!

Y esto es todo lo que acaeció a Hassan Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.

El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otra admiraron a los dos jóvenes dormidos, asistiendo antes a sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit dijo a la efrita: ‘Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de donde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la turbeh de su padre Nureddin. Y hazlo pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos así las cosas’.

Entonces la efrita levantó al joven Hassan dormido, se lo echó a cuestas, sin más ropa que la camisa, porque el calzoncillo se le había caído en uno de sus embates, y voló con él, seguida de cerca por el efrit. De improviso, durante esta carrera por el aire, al efrit le asaltaron ideas lúbricas respecto a la efrita, y quiso violarla yendo cargada con el hermoso Hassan. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra ocasión, pero ahora temía por el joven. Además, intervino, afortunadamente, Alah, enviando contra el efrit a unos ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassan se vieron libres del terrible efrit, que acaso los hubiese desplomado desde aquella altura. ¡Porque el efrit es terrible en su copulación! Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit, con el cual habría copulado de no llevar a Hassan, por el que temía mucho la efrita.

Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassan Badreddin (por no atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de Scham (Siria o la ciudad de Damasco).

Y entonces la efrita llevó a Hassan muy cerca de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente en tierra y echó a volar otra vez.

Cuando llegó la aurora abriéronse las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron ante aquel maravilloso joven dormido, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza en vez de turbante.

Y se decían unos a otros: ‘¡Es asombroso! ¡Mucho habrá tenido que velar para estar ahora dormido tan profundamente!’ Y otros dijeron: ‘¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! ¡Dichosa y afortunada la mujer que con él se ha acostado! Pero ¿por qué estará completamente desnudo?’

Otros contestaron: ‘Probablemente, este pobre joven habrá pasado en la taberna más tiempo del preciso, y habrá bebido más de lo que pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas las puertas, decidiéndose a dormir en el suelo’.

Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven, le alzó la camisa. ¡Y entonces se vio aparecer un vientre, un ombligo, unas piernas y unos muslos como de cristal! Y un zib y unos compañones muy bien proporcionados. Y este espectáculo maravilló a las gentes, que admiraban todo aquello.

Despertó entonces Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella puerta desconocida y rodeado por tantas personas, se sorprendió mucho, y exclamó: ‘¿Dónde estoy buena gente? Os ruego que lo digáis. ¿Y por qué me rodeáis así? ¿Qué es lo que ocurre?’ Y le contestaron: ‘Nos hemos detenido por el gusto de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche para estar completamente en cueros?’

Y Hassan replicó: ‘¡Por Alah, buena gente! ¿Qué me decís? He pasado la noche en El Cairo. ¿Y me decís que estoy en Damasco?’ Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: ‘¡Ah, gran tragador de haschich!’

Y dijeron otros: ‘Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté demente un joven tan hermoso!’ Y otros añadieron: ‘Pero en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?’ Entonces Hassan Badreddin contestó: ‘¡Por Alah! ¡Buena gente, yo no miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra’. Al oírle, uno gritó: ‘¡Qué cosa más sorprendente!’ 0tro dijo: ‘¡Está loco!’ Y algunos se desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros dijeron: ‘¿No es una verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan singular!’ Y otro, más prudente, le dijo: ‘Hijo mío, vuelve en ti y no digas semejantes extravagancias’. Entonces Hassan contestó: ‘Sé muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo, pasé una noche muy agradable como recién casado’.

Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: ‘Ya veis que este pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio? ¿Cuántos cayeron? ¿Era una hurí o una ramera?’ Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: ‘Pues sí que era una hurí, y no he copulado en sueños, sino quince veces entre sus muslos, y he ocupado el lugar de un asqueroso jorobado, y me he puesto su gorro de dormir, que es éste’.

Luego recapacitó un momento y dijo: ‘Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en dónde está mi turbante, y mis calzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?’.

Y Hassan se levantó, y buscó su traje a su alrededor. Y entonces empezaron a guiñarse el ojo y hacerse señas de que el joven estaba loco de remate.

Entonces el pobre Hassan se decidió a entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores, que gritaban: ‘¡Es un loco! ¡Un loco!’ Y el pobre Hassan ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermoso joven le ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassan se refugió en la tienda, y como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven.

Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hadj Abdalá, vio al joven Hassan Badreddin y pudo examinarle a su gusto, le maravilló su hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de cariño el corazón, le dijo: ‘¡Oh, gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu historia, pues ya te quiero más que a mi misma vida’. Y Hassan contó entonces toda su historia al pastelero Hadj Abdalá, desde el principio hasta el fin.

Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo a Hassan: ‘¡Oh mi joven Badreddin! En verdad que esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alah se digne dar término a las desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo’. Y Hassan respondió: ‘¡Aceptado! ¡Sea según tu deseo!’.

En seguida fue al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con que vestir al joven, y lo llevó a casa del kadí, y ante testigos prohijó a Hassan Badreddin.

Y Hassan permaneció en la pastelería como hijo del amo y cobraba el dinero de los parroquianos, y les vendía pasteles, tarros de dulce, fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por las lecciones recibidas de su madre, la mujer del visir Nureddin, que preparaba pasteles y dulces delante de él cuando era niño.

Y como en toda la ciudad de Damasco fue elogiada la hermosura de Hassan, el gallardo joven de Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de Hadj Abdalá llegó a ser la más frecuentada de todas las pastelerías de Damasco.

¡Y esto fue todo lo de Hassan Badreddin!

En cuanto a la recién casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he aquí lo que hubo de ocurrirle:

Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado al hermoso Hassan, pero figurándose que habría ido al retrete, le aguardó muy tranquila.

En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquieto. Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: ‘Como sepa que se ha entregado a ese inmundo jorobado, la mato’.

Golpeó en la puerta de la cámara nupcial, y llamó: ‘¡Sett El-Hosn!’ Y desde dentro ella contestó: ‘¡Ya voy a abrir, padre mío!’ Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las briosas caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinándose ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el jorobado, le dijo: ‘¡Ah desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobado?’ Y Sett El-Hosn, al oírlo, se echó a reír, y exclamó: ‘¡Por Alah, padre mío, dejémonos de bromas! Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la cortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche. ¡Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas padre mío. No me hables más del jorobado’.

El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor y dijo: ‘¿Qué dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche con el jorobado?’ Y ella contestó: ‘¡Por Alah sobre ti, oh padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alah, a él, a su padre, a su madre y a toda su familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la superchería que inventaste para defenderme del mal de ojo’. Y dio a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche, añadiendo: ‘¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de exquisitas maneras y espléndidos negros ojos y de arqueadas cejas!’

Oído esto, gritó el visir: ‘Pero hija, ¿estás loca? ¿Sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a quien llamas tu esposo? Y Sett El-Hosn respondió: ‘Ha ido al retrete’. Entonces el visir, muy alarmado, se precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el ietrete, se encontró al jorobado que seguía inmóvil, con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el visir: ‘¿Qué veo?’ ¿Eres tú, jorobeta?’ Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta. Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el efrit...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.”

Continuará: La vigésima segunda noche

Saludos
Valram

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