lunes, 25 de enero de 2010

Las mil noches y una noche. Versión original, sin cortes. La quingentésima trigésima quinta noche

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Y cuando llegó la 535ª noche

Ella dijo:

‘...Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea!) Y fueron grandes el duelo y la aflicción de Flor-de-Granada y del rey Sonrisa-de-Luna, y lloraron al difunto un mes entero sin ver a nadie, y le erigieron una tumba digna de su memoria, dedicándole bienes de mano muerta a beneficio de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.

Y en este intervalo presentáronse para tomar parte en la aflicción general la abuela del rey, la reina Langosta, y el tío del rey, el príncipe Saleh, y las tías del rey, oriundas del mar, que ya en vida del viejo rey, habían ido a visitar a sus parientes varias veces. Y lloraron mucho por no haber podido asistir a sus últimos momentos. E hicieron común su dolor; y se consolaban mutuamente por turno; y después de mucho tiempo, acabaron por conseguir que el rey olvidara un poco la muerte de su padre, y le decidieron a que reanudara sus sesiones del diwán y se ocupara de los asuntos de su reino. Y les escuchó él, y tras mucha resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y en ceñir la diadema. Y empuñó otra vez la autoridad e hizo justicia con la aprobación universal y el respeto de grandes y pequeños; y así se pasó otro año.

Pero una tarde, el príncipe Saleh, que desde hacía algún tiempo no había vuelto a ver a su hermana y a su sobrino, salió del mar y entró en la sala donde se hallaba en aquel momento la reina y Sonrisa -de-Luna. Y les hizo sus zalemas, y les besó; y Flor-de-Granada le dijo: ‘¡Oh hermano mío! ¿Cómo estás, y cómo está mi madre, y cómo están mis primas?’ El príncipe contestó: ‘¡Oh hermana mía! ¡Están muy bien y viven en la tranquilidad y el contento, y no les falta más que ver tu rostro y el rostro de mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna!’ Y se pusieron a charlar de unas cosas y de otras, comiendo avellanas y alfónsigos; y el príncipe Saleh empezó a hablar, con grandes alabanzas, de las cualidades de su sobrino Sonrisa-de-Luna, de su belleza, de sus encantos, de sus proporciones, de sus modales exquisitos, de su destreza en los torneos y de su sabiduría. Y el rey Sonrisa-de-Luna, que estaba allí acostado en el diván y con la cabeza apoyada en los almohadones; al oír lo que decían de él su madre y su tío, no quiso aparentar que les escuchaba, y fingió dormir. Y de aquella manera pudo oír cómodamente lo que seguían diciendo acerca de él.

En efecto, al ver dormido a su sobrino, el príncipe Saleh habló con más libertad a su hermana Flor-de-Granada, y le dijo: ‘¡Olvidas, hermana mía, que pronto va a cumplir tu hijo diez y siete años, y que ésa ya es edad de pensar en casar a los hijos! Por eso al verle tan hermoso y tan fuerte, como sé que a su edad se tienen necesidades que es preciso satisfacer de una manera o de otra, tengo miedo de que le sucedan cosas desagradables. ¡Es de todo punto necesario, pues, casarle, buscándole entre las hijas del mar una princesa que le iguale en encantos y en belleza!’

Y contestó Flor-de-Granada: ‘¡Ciertamente, es también ése mi íntimo deseo, porque no tengo más que un hijo, y ya es tiempo de que él tenga asimismo un heredero para el trono de sus padres!

¡Te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que traigas a mi memoria las jóvenes de nuestro país, porque hace tanto tiempo que abandoné el mar, que ya no me acuerdo de las que son hermosas y de las que son feas!’

Entonces Saleh púsose a enumerar a su hermana las princesas más hermosas del mar, una tras otra, aquilatando cuidadosamente sus cualidades, y el pro y el contra, y las ventajas y desventajas. Y a cada vez contestaba la reina Flor-de-Granada: ‘¡Ah! ¡No, no quiero a ésta por su madre, ni a ésa por su padre, ni a aquélla por su tía, que tiene la lengua muy larga; ni a aquélla otra por su abuela, que huele mal; ni a la de más allá, por su ambición y sus ojos vacíos!’

Así, sucesivamente, fue rehusando a todas las princesas que Saleh le enumeraba.

Entonces le dijo Saleh: ‘¡Oh hermana mía, razón te asiste para contentarte difícilmente al escoger esposa a tu hijo, que no tiene igual en la tierra ni debajo del mar! ¡Pero ya te he enumerado todas las jóvenes disponibles, y no me queda por proponerte más que una!’

Luego se interrumpió, y dijo, dudando: ‘Antes conviene que me cerciore de que mi sobrino está bien dormido; porque no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.”

Continuará: La quingentésima trigésima sexta noche

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Valram

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