sábado, 16 de agosto de 2008

Las mil noches y una noche. El asno, el buey y el labrador. (2/3). Versión original, sin cortes

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Segunda de tres partes…
(Continúa: “Fábulas del asno, el buey y el labrador…”):

“Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, y así como al kadí (1) y a unos testigos. Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno (2), madre de sus hijos y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto.

Entonces toda la gente dijo a la mujer: ‘¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el padre de tus hijos’. Pero ella replicó: ‘Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto’. Entonces ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir.

Pero había un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallábase un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: ‘¿No te avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro amo?’ Y el gallo preguntó: ‘¿Por qué causa va a morir?’

Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: ‘¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo. Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse con ella!

El medio es bien sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta que sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas’. Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.

El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija Schehrazada: ‘Acaso el rey haga contigo lo que el comerciante con su mujer’. Y Schehrazada preguntó: ‘¿Pero qué hizo?’ Entonces el visir prosiguió de este modo:

Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó aparte a su esposa: ‘Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto’. La mujer le siguió; el comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirla varazos hasta que ella acabó por decir: ‘¡Me arrepiento, me arrepiento!’ Y besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces, y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices hasta la muerte.

Y cuando Schehrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego, dijo: ‘Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido’. Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahriar.

(1) El juez.
(2) Su esposa”

Continuará tercera parte…

Saludos
Valram

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